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El viaje de un acordeonista cartagenero

Se encuentran en las carteleras de las salas de cine de Colombia la película El viaje del acordeón, una coproducción colombo-alemana de las empresas productoras Limelight Producciones Colombia, Ciudad Lunar y Aurora Filmund TV.

Los realizadores son Rey Sagbini,  de Colombia; y Andrew Tucker, de Australia.

El protagonista es el acordeonista cartagenero Manuel Vega Vásquez, quien se hace acompañar de los cesarences Jairo Suárez (caja) y Dionisio Bertel (guacharaca), un conjunto de acordeón que visita la selva negra alemana y mira de cerca cómo nacen los acordeones.

El australiano Andrew Tucker es un destacado realizador de cortos documentales desde el 2001; mientras que  el colombiano Rey Sagbini es reconocido en el cine experimental, el performance y el videoclip musical en Alemania, Colombia y Lituania.

El Universal conversó con Andrew Tucker y Manuel Vega en su visita a Cartagena para la promoción del documental.

¿Cómo nació El viaje del acordéon?
Andrew Tucker: Empezamos con esa idea en 2008.
Desde un principio se nos ocurrió hacer una fusión entre la música de acordeón de Alemania y la de Colombia.

En 2009 fuimos con Rey Sagbini  al Festival de la Leyenda Vallenata, en Valledupar, y fue allí donde nos encontramos con Manuela Vega, Jairo Suárez y Dionisio Bertel.Ellos nos parecieron unos personajes excelentes, sobre todo Manuel, quien año tras año intenta coronarse Rey Vallenato, pero siempre queda en segundos o terceros lugares, a pesar de que, en mi opinión, es el mejor de todos. Esa también es la opinión del pueblo y la de los medios de comunicación. Es decir, todo el mundo lo apoya, pero por cuestiones de la vida nunca ha ganado ese festival, con todo y que ha ganado todos los otros festivales de Colombia.

Ese hecho nos pareció bastante curioso, y pensamos que la historia que queríamos debía ser precisamente esa: Manuel y su conjunto intentando ganarse el festival.

¿Cómo recibió Manuel Vega esa invitación a la película y a Alemania?
Manuel Vega: Para mí fue una invitación muy honrosa, porque son muchos los acordeonistas que van todos los años a Valledupar, pero los productores pensaron en mí. Después de la selección, Rey Sagbini me explicó en qué consistía el proyecto, el cual incluía que yo y el conjunto fuéramos a Alemania. Esa parte nos puso muy orgullosos, pero la recibimos con mucha humildad. Allá en Alemania hicimos gran parte de la película; luego, regresamos a Colombia y la terminamos. Fueron casi cuatro años desarrollando el proyecto, que se trabajó en  tiempo real. Los productores siempre estaban pendientes de lo que pasaba en el festival y nosotros también pendientes de lo que ellos requerían. Y muchas de esas cosas quedaron plasmadas en la película.

¿Qué cuenta la película?
AT: Más que ver, creo que el público va a sentir, porque la película es una montaña rusa de emociones. En algunos puntos altos estamos muy alegres. En otros puntos bajos estamos muy tristes.

El conjunto vallenato entra por primera vez en su vida a Alemania y conoce de cerca esa cultura extraña, en la selva negra alemana. Conoce también cómo se hace el acordeón, sobre todo la marca Corona, que es la que más se usa en la música de acordeón de Colombia.

¿Qué dificultades entrañó esta realización?
AT: Una de las principales dificultades fue la cantidad de viajes. En ese son cruzamos el Océano Atlántico unas 14 o 16 veces, para coordinar las cosas, para rodar aquí o en Alemania con toda esa logística.
Realmente, éramos dos personas las encargadas de todo, pero con muchos amigos detrás. Nunca tuvimos un gran presupuesto, nunca ganamos premios muy grandes para el desarrollo cinematográfico, porque realmente al comienzo era una historia pequeña. Y somos una productora pequeña, pero ahora con una película muy grande.

¿Por qué les interesó específicamente la música de acordeón colombiana, cuando ha podido ser la dominicana, por ejemplo?
AT:
Lo que sucede es que yo estuve por primera vez en Colombia, específicamente en el Caribe, en el año 2000; iba de pasajero en una buseta y me llamó la atención que el conductor llevaba en su radio una música con ritmos tropicales a todo volumen, pero con un instrumento alemán. Y me dije: un momentico, ese es un instrumento que no me cuadra con  ritmos tropicales. Yo estaba pensando un poco más en el reggae o en el soca. Pero escuchar ese instrumento alemán tocado de una manera muy distinta, me causó muchas curiosidad.

Años después, cuando Rey Sagbini me preguntó si quería acompañarlo en el rodaje de esta película, le dije que sí, que había que hacerlo, porque me era muy curioso ver un instrumento alemán en el trópico.

¿Siente que lo enriqueció esta experiencia?
MV: Claro que sí, y de muchas maneras. Aprendí a mirar de otra forma el amor que existe en Alemania por el acordeón, cosa que, al mismo tiempo, me puso muy orgulloso, porque allá también admiran lo que uno hace.

Eso hace que uno se sienta alegre de ser no solo caribeño sino también colombiano, sobre todo porque en los países europeos hay mucha sofisticación para hacer música, mientras que uno acá todo lo hace de corazón, tal vez sin los conocimientos científicos y estéticos que tienen ellos, pero con la fortuna de que logramos gustar a  gente tan exigente como esa.

Lo otro es que allá uno de pronto se da cuenta de que en Colombia no le damos tanto valor a lo que hacemos, pero cuando recibes el aplauso de los europeos sientes que lo que has hecho es realmente grande.

¿A usted, como realizador de cine, cómo la transformó la experiencia de conocer la música de acordeón de Colombia?
AT: Al principio fue un choque muy fuerte, porque llegué a una cultura muy distinta a la mía, donde el acordeón se toca de una forma diferente; y a un género musical que se comparte con todo el mundo, y no puedes esconderte de eso.

En Europa todo el mundo tiene audífonos, cuando van por la calle o cuando están haciendo ejercicios. En cambio, en Valledupar y en toda la Costa, es muy diferente: la gente abre del baúl del carro y pone la música a todo volumen. O pone los picós o hace música en vivo. Es decir, es un estilo que todo el mundo está dispuesto a compartir y está contento con eso. Eso puede pasar un miércoles a las 3 de la mañana y la gente baja de sus apartamentos a compartir y a disfrutar y a pasarla suave.

¿Es probable que se pueda hacer otra película con la música folclórica colombiana?
AT: Siempre me gusta incluir música en mis proyectos. Hace poco hice un cortometraje sobre la canción La Piragua, en la población de Chimichagua. Allá rodé con los pescadores y construimos una piragua, y resultó un proyecto bellísimo.
Entonces, la música siempre me acompaña, porque siento que es una línea narrativa adicional que alimenta de una forma fantástica, sobre cuando es música autóctona. Yo no puedo poner música clásica sobre Valledupar, por ejemplo. Tiene que ser música vallenata.
He hecho de todo en el cine, pero mi primer largometraje es este. He trabajado muchos temas en cortometrajes, pero personalmente prefiero las producciones de este tipo, con música popular.

¿Cree que debe darle una nueva dirección su carrera como acordeonista a partir de esta experiencia?
MV:
Pienso que debo seguir dando buen ejemplo a mis muchachos, porque siempre he sido formador de acordeonistas. Pero básicamente, deseo seguir haciendo música, que es lo que llevo en la sangre. Uno nace con eso y muere con eso.

 

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