Facetas


El misionero que conoció el infierno

El círculo vicioso puede comenzar un día, por simple y mera curiosidad y terminar cuando se ha tocado fondo. Puede concluir espontáneamente o puede nunca terminar, de ser así, entonces se vive dando vueltas en él hasta el final de la vida. Si es que acaso el mismo círculo no es el que termina por matarte.

El primer protagonista de esta historia es Nicanor Rodríguez Berrío. Ojos grandísimos, desorbitados, rojos. Moreno y de cabellos ensortijados que quedan a ras al pasarles una máquina. Lo están ‘limpiando’. Cortan su cabello, se bañará y se pondrá ropa nueva, en un solar aledaño al mercado de Bazurto.

Nicanor tiene cara de todo menos de decir mentiras. Así que le creo cuando interrumpe a todos y alza su voz, para contarme su historia. Él habla de cómo comenzó su círculo vicioso. “Tengo 16 años en la calle. Desde que murió mi mamá y mi abuela. Mi papá vive aquí en el Barrio Chino, pero no tengo relación con él. Estuve en las drogas, caí en silla de ruedas, le doy gracias a Dios que volví a caminar. Ahora soy reciclador”, narra.
-¿Cómo fue eso?, le pregunto.

-Por unos batazos que me pegaron en la columna. Una muchacha que vivía conmigo me ayudó a recuperarme pero ella también murió, por cáncer. No puedo mantenerme en una casa, por mucho he durado un mes y ya después quiero volver aquí, aunque a veces me siento cansado de la calle. Quisiera tener un lugar a donde llegar.

Es abril, uno de los tantos abriles fuera de sí. Habla como si el alma se le hubiera escapado. Y, al final, da las gracias, porque alguien, ese día, lo está ayudando.

Tiene 24 años, dice. Pero su físico y su semblante, lo contradicen. Bien podría tener 35 o 40 años. Eso parece realmente.

Estuvo en sus zapatos
Zapatos, piden zapatos. A los habitantes de calle no les gusta estar a pies descalzos, pienso. “Los zapatos se acabaron. Lo siento”, dice Hernán Darío Vélez. Varios en ese solar de Bazurto, lo reconocen, y mucho. Porque antes él era uno de ellos. Ahora es el segundo protagonista de esta historia. Estuvo en el círculo vicioso hasta que un día, uno de sus zapatos se despegó. Ese mismo sonido de la suela suelta al caminar, lo despertó de su letargo. Y se gritó  a sí mismo: “Hernán Darío, ¿Hasta dónde has llegado?”.

“Con cada paso que yo daba me fui despertando, me fui dando cuenta de quién era yo en ese momento. Me puse a llorar como un niño. Fue tremendo. Ahí empezó la búsqueda de mi salida”.

Hernán Darío es paisa y dice que en sus tiempos mozos fue de los mejores vendedores de varias empresas de Medellín. Cuando se dio cuenta, ya lo peor había pasado: vivía en la calle. En los recovecos de Bazurto. Era su infierno.

La salida
El círculo vicioso de Hernán Darío comenzó a sus 16 años, en el barrio Aranjuez, de Medellín. “Por buscar ser aceptado en un grupo de amigos, tuve la inclinación de probar la marihuana. Sin gustarme mucho, me fui quedando en ella, después conocí la cocaína”, recuerda.

“Siempre fui un vendedor destacado, ni segundo ni tercero, siempre fui el primero. Me daban trofeos, llegué a ser un alto ejecutivo en las empresas. Pero la droga comenzó a crear un problema familiar y ahí fue cuando perdí a mi familia. Tenía una esposa y tres hijos.

“Eso fue en  4 años. Empecé a los 16 años, pero hasta los 34 años era sostenida la cosa, era un consumidor ocasional, social, pensaba yo. Pero ya de ahí y hasta los 42 años fue una cosa muy horrible, entre Medellín y Cartagena”, narra.

-¿Cómo llegó a Cartagena?, le pregunto.

-Mi mamá hizo hasta lo imposible por sacarme de la calle, me metió a tratamientos y a todos los centros de rehabilitación. Eran pañitos de agua tibia. Sentía vacíos existenciales en mi vida. En 1996, me dio plata para que me fuera a cambiar de ambiente. Vine a Cartagena. Estaba recuperado. Trabajé en una joyería y en una tienda de bicicletas. Me acuerdo que en ese diciembre me gané 780 mil pesos y me fui para Medellín. Cuando regresé, en enero, a trabajar aquí, ya había recaído, vine contaminado de allá.

Entonces, dejó de vender bicicletas y llegó a la calle. “Cuando estaba en las últimas llegué a pesar 45 kilos, tirado en la calle, dormía en cartones. Eso sí, vendía lápices en los buses. Me decían Lapicito, porque estaba flaquito. Con eso me sustenté la droga”, asegura.

Llegó a vivir en una casa desocupada en el Pie de La Popa. Allí se encerraba a drogarse toda la noche y ahí empezó a escuchar voces. Encontró una puerta de escape. “Estando ahí, al lado me montan una iglesia, yo venía rogándole al Señor que me diera la posibilidad de salir de la calle. Entonces las cosas se fueron dando.

“Un día llegaron unos tipos raros en una camioneta blanca a buscarme, me dijeron: ‘Móntate, muñeco’. Los dueños de una tienda que me conocían impidieron que me llevaran, en esos tiempos andaba eso de los falsos positivos. No sé si sería de eso. Después de ese susto, a los 10 minutos, me fui para la esquina, y un borracho me sacó un revólver, no sé por qué. Con esas dos cosas que me pasaron en menos de 10 minutos, yo comprendí inmediatamente el mensaje que Dios me estaba dando: o te sales de esto o te llevo”, recuerda.


Ese mismo día regresó a la casa abandonada, botó la pipa, las drogas y se acostó a dormir. Y otras voces retumbaron en su mente. “A las 11 de la noche, alguien me despierta, era mi mamá y mi hijo que habían llegado a buscarme. Todo coincidió. Me metió a un tratamiento pero resulta que a los tres días me salí, sentí que ya no necesitaba de eso. Me fui a seguir trabajando, a hacer capital, comprar mercancía y alquilé una habitación en el barrio Porvenir. Sentí una fuerza interior, había adquirido el dominio de mi vida. Desde entonces me recuperé”.
***
En esta mañana de domingo, a los habitantes de calle de Bazurto les han llevado comida, ropa, los han bañado. Llegaron más de los que tenían previstos, así que los zapatos para regalarles no alcanzaron. Hernán Darío hoy tiene 63 años, una nueva familia, se casó con Nelly Ibáñez, una mujer que confió en él cuando muchos no lo hacían.

Se quedó a vivir en Cartagena y creó la fundación Arquitectos Internacional, para ayudar a “reconstruir el tejido social” de sus antiguos compañeros de calle. Hoy me muestra a algunos de ellos.

“Mira, ese es el señor Manuel Díaz, fue coordinador en Hogares Crea por cinco años, cuando yo estuve ahí. Recayó, ahora lleva varios años en la calle. Hay otro señor que fue boxeador, ahora está quieto, pero ya no tan lúcido, una mente quemada ya. Recuerdo a un señor de apellido Ferrari, de una gran familia aquí, está restaurado totalmente, no está en la calle. Él consumió conmigo.

“Otro, llamado Fernando, salió de la calle. Candelario también nos ayuda en la actualidad, nos colabora en la fundación, logramos sacarlo de la calle. Hay uno que no recuerdo bien el nombre, era de familia prestante, me dijeron que me daban lo que yo quisiera si lograba sacarlo de la calle, pero nada. Ese murió (…) Yo a todos les hablo, los aconsejo porque sé que detrás del habitante de calle siempre hay una persona que quiere salir adelante, quiere despertar”, afirma.

Ahora, la misión de Hernán Darío es rescatar a quienes están en ese infierno que él mismo vivió: la calle. 

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