Facetas


El microbús de la nostalgia

Tal vez cuando abandone definitivamente el volante, se dedique a criar gallinas en su natal Arjona. Eso  era lo que él hacía a los 17 años.

José Agustín Contreras Quintero piensa en tener una vida un poco más tranquila, ya no con el agite de las convulsionadas vías de Cartagena por donde transita todo el día, casi todos los días, desde hace 25 años.
Recuerda haberse alejado una sola vez de su trabajo, durante tres meses, por un accidente.

Nunca se ha chocado estando al volante, pero una mañana sí fue víctima de un choque siendo pasajero.
Ese día se levantó bien temprano, como siempre, para tomar el primer bus en Arjona, a las 4 de la madrugada. Llovía mucho y a la altura de la finca Aguas Vivas, en la Troncal de Occidente, el autobús se volcó repleto de pasajeros.

José Agustín saltaba desesperado intentando salir por una ventana, lo atemorizaba que el automotor podría irse a un abismo. Cuando por fin logró ponerse a salvo, notó que una rodilla le fallaba y estaba tan hinchada que no podía caminar bien.

Excepto en aquella época, cuando estuvo tres meses convaleciente, en los últimos 25 años ha manejado microbuses, una ruta del servicio público colectivo de pasajeros que recientemente fue eliminada, y que luego resucitó en la calles de Cartagena, a petición de los mismos pasajeros. Es la única que transita hasta las 2 de la mañana y ese tal vez sea el mayor ‘plus’ entre quienes la usan. Los primeros vehículos de este tipo eran mucho más pequeños, con capacidad para unas 13 personas. Luego cambiaron a unos un poco más grandes, los actuales, para unos 19 pasajeros sentados.

La salida
José Agustín  no culminó la secundaria. Es un señor cordial y de voz amable. En un taller de La Cordialidad, mientras repara el AUL 174, ese vehículo lleno de calcomanías y de cortinas rojas que ha manejado los últimos 12 años, nos cuenta sobre aquella vez en que iba a ser víctima de un robo que él mismo ‘frustró’. Los delincuentes se montaron y gritaron: “Quieto todo el mundo que esto es un atraco”. “Vamos a ver que yo los conocía, los distinguía porque eran dos esparrin, apenas me vieron la cara se echaron para atrás, se echaron a reír, me dijeron que les tirara algo para la gaseosa y se bajaron. Gracias a Dios, nunca he sido víctima de un robo de ese tipo”, narra.

“El otro día se subió una venezolana, se me sentó en el puesto del copiloto, cuando íbamos por San Fernando. Me pidió que le diera trabajo como esparrin, yo le respondí que no podía, y le regalé 10 mil pesos”, recuerda. 

Nos cuenta que los 13 años anteriores condujo el AUL 126, ya chatarrizado, y al que llegó luego de ‘rogar’ por una oportunidad de trabajo. “Tenía 25 años. Era una persona relativamente joven, no me querían dar trabajo porque me veían cara de irresponsable, pero hablé con una señora, dueña del bus, y le expliqué,  le pedí que me diera una oportunidad y no le fallé”, comenta.

De sus compañeros es uno de los más veteranos en la ruta 36, como se identifica el recorrido de 16 kilómetros que hacen estos vehículos por Cartagena. Ha manejado microbuses la mitad de su vida. Lo hizo hasta el 13 de febrero pasado. “Nos cogieron por sorpresa, no sabíamos, sí estábamos conscientes de que, con la llegada de Transcaribe, algún día tenían que decirnos: ‘hasta hoy trabajan’. Eso fue el 13 de febrero, hice las 2 primeras vueltas y, cuando iba por el Centro, me paró la policía, tenían una orden de que los microbuses ya no podían circular”, narra. 

A comienzos de 2017, ya los dueños de microbuses habían solicitado al Distrito chatarrizarlos, al sentirse afectados por la ‘ruta de los estudiantes’, la A102, de Transcaribe, que empezó a llegar hasta la Universidad Tecnológica, algo hasta ese momento exclusivo de los micro. Pidieron chatarrización al no poder competirles.

El regreso
Como muchos otros conductores de buses y busetas en Cartagena, José Agustín es empírico, aunque asegura haber recibido capacitaciones de la cooperativa de transporte. Ricardo Mendoza, su compañero, comenzó como esparrin, hace más de nueve años, cuando dejó de ‘tirar machete’ en San Onofre y viajó hasta Cartagena. El microbús que manejaba ya fue chatarrizado, al igual que otros 15 de los 40 de esa ruta.

“Después de que nos sacaron, eso fue muy teso. Lo que pasa es yo soy una persona fuerte, pero algunos de mis compañeros lloraron. El que maneja el 678, Juan Carlos Ferrer, sí lloró, vale. Es duro, es duro. Yo dejé de recibir 70 mil pesos diarios (aproximadamente), y hasta a mi mujer le tocó salir a buscar para la comida.

"Desde ese día estuvimos reuniéndonos y, por fortuna, tengo que decirlo, hemos tenido el apoyo de otros compañeros de otras rutas, a los que hacemos relevos, y con la misma cooperativa. El gerente ha estado muy pendiente de nosotros. Fueron casi 50 días los que pasé sin trabajo, con este oficio yo le di estudios a tres de mis cuatro hijos, el menor de 16 años tiene parálisis cerebral y el mayor falleció hace tiempo”, dice José.

Hace poco los microbuses volvieron al ruedo. Los mismos usuarios, aquellos que viven en Simón Bolívar, San Fernando, Ciudadela 2000 y Villa Corelca, se declararon afectados por la ausencia de la ruta y un juez los favoreció. “La comunidad se reunió porque quedaron en el aire. El transporte les da duro porque nosotros los dejábamos allá en el mismo barrio, pero Transcaribe los deja acá, afuera en la avenida, tienen que caminar o pagar otro transporte como mototaxis o colectivos y están expuestos a atracos”, nos comenta el conductor.

***
“¿Qué pasará cuando acabe esto? He pensado en eso. Cuando estaba pela’o, entre los 12 y 17 años, tenía una cría de pollos en el patio de mi casa en Arjona. Eso era lo que hacía antes de ser conductor. De un momento a otro llegó una peste y los mató. El último que me quedó fue un gallo y me lo comí. Ahora pienso hacer eso otra vez, eso es lo que tengo en mente, un negocio. Ojalá esto perdurara, durara 3 o 4 años más, así quizá la situación mejore”, sostiene.

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