Eran las 6:45 de la tarde y quedaban pocos periodistas en la Redacción cuando sonó el teléfono y yo lo contesté de inmediato. Una voz pausada, como en susurros, amenazó:
¡Dejen de publicar güevonadas, nosotros sabemos quién es usted y dónde vive. Lo vamos a levantar a plomo!
Hacía pocos días habían puesto una bomba en la sede del DAS., en el Pie de La Popa, y se responsabilizaba de ello a Pablo Escobar.
No puedo negar que sentí miedo, hasta cuando Oswaldo Bustamante, muerto de la risa, me dijo: ¡No le pares bolas! Pero no se me quitó el miedo y decidí comentarlo con el doctor Zúñiga, el director del periódico. Me contestó con un rostro que pretendía esconder la preocupación:
¡El día de morirse es uno solo!
Todos comentaban como quien no quiere la cosa, que Cartagena iba a ser el blanco de una explosión y nos manteníamos asustados.
Uno de los que nos mantenía miedosos era el “Friki” Thorrens con sus historias de explosiones y el futuro negro de la ciudad más llamativa del país.
Yo pensaba en El Espectador y en Vanguardia Liberal y no me tranquilizaba saber que lo que publicábamos era lo mismo que los otros medios. Estábamos combatiendo como una sola unidad al narcotráfico y eso no se podía esconder.
Por segunda vez en mi carrera periodística, lamenté no haberme dedicado a otra cosa.
Una colega me puso en mi lugar:
“Estudies lo que estudies, siempre vas a estar en peligro de muerte”.
De ahí en adelante, volví a trabajar tranquilo.
La primera vez que me atemoricé fue cuando fuimos con el Ejército a ver los cadáveres del frente Ricardo Franco. No pudimos despegar de donde nos habían dejado por el mal tiempo y llevábamos caminando media hora cuando ocurrió la balacera más grande de la que haya tenido noticia. Más tarde, el capitán nos explicaría:
“Fue que a un soldado se le disparó el arma”.
Después me han puesto una pistola en la cara y he salido solo del periódico, pero nunca he tenido miedo.
Los personajes
Ser periodista me permitió conocer a una serie de personajes colombianos, uno de ellos el médico Manuel Elkin Patarroyo, quien llegó una tarde y saludó a todos los que encontraba a su paso, hasta cuando subió a la oficina del doctor Zúñiga. Allí nos habló de las vocaciones y nos hizo una petición insólita:
Yo quiero conocer a García Márquez.
La ocasión se presentó durante una fiesta en honor al ex presidente Gaviria. Patarroyo se la pasó al pie de García Márquez toda la noche.
Al final, comentaba con la señora de los tintos:
¡Qué tipo tan interesante!
Otro que se paseó a sus anchas por el periódico fue el mismo García Márquez, quien ocupó la sede para sus primeros talleres de la Escuela para Un Nuevo Periodismo Iberoamericano, con una razón irrebatible:
-Yo trabajé aquí-.
También nos visitaron el ex presidente Gaviria, el director del BID, Luis Alberto Moreno, el expresidente Pastrana, el actor Albert Finney, los músicos Richie Ray y Henry Fiol.
Jamás se me ocurrió comportarme como si estuviera delante de una estrella.
Dos hechos
En mi carrera periodística, dos hechos marcaron mi vida para siempre: la llegada del Papa Juan Pablo II a Popayán y la primera firma de la paz con el M-19 en Corinto. Ambos me tocó cubrirlos para el periódico El Liberal, que todavía se hacía en caliente y no tenía offset.
En 1986, pude ver a menos desde 10 metros al primer santo de mi vida. Recuerdo sus ojos cristalinos y tiernos, de un azul intenso, como si fuera el mismo cielo al que estaba mirando. Eso cambió mi vida y le agradezco al entonces director, Eduardo Gómez, que me haya enviado a La Catedral.
El otro hecho fue la firma del acuerdo de paz con el M-19 en Corinto. Había periodistas de todas partes y un fotógrafo de AP quedó derrumbado en un lodazal que había en el parque.
Todo estuvo a punto de venirse al traste porque unos policías hirieron a Carlos Pizarro cuando entraba al pueblo, aunque esa paz nunca fructificó. Era una fiesta enorme y la encargada de organizarla era Vera Grave. El presidente era Belisario Betancur y el Consejero de Paz, Bernardo Hoyos.
Una profesión maravillosa
Ser periodista no es fácil. Tiene sus beneficios y sus perjuicios, entre los primeros está que tú puedes conocer mucha gente y lugares, pero exige sacrificios, dedicación y mucha disciplina, también hay que amar el oficio, hay que estar listo para llegar tarde a casa. La satisfacción es cumplir el deber cada día. Ya de por sí, trabajar en un medio es satisfactorio, las cosas que uno le saca son parte del oficio.
A veces toca enfrentar la muerte, pero uno se levanta cada mañana con la convicción de que está haciendo algo por la comunidad, de que en cierta manera, uno hace que las cosas sean mejores para todo el mundo.
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