Facetas


El dolor de una cartagenera en Parkland

Conocía el lugar. Sabía con seguridad que abrían la puerta a eso de las 2:15 p. m. para permitir que entraran los buses. El trayecto en Uber compartido le había tomado 13 minutos. Nikolas Cruz cumpliría con la amenaza que había publicado en redes, y con lo que bromeaban sus excompañeros de escuela y vecinos cansados de sus fechorías.

A las 2:21 p. m. sacó del estuche negro un rifle de asalto semiautomático AR-15 calibre .223 y empezó a disparar. Subió por las escaleras del edificio 12 y entró a los salones 1215, 1216, 1214, regresó al 1216, luego al 1215 y al 1213; tomó las escaleras al oeste de la escuela hasta el segundo piso, y le disparó a un estudiante en el salón 1234. En el tercer piso siguió disparando para luego correr camuflado entre la multitud.

Estudiantes y profesores corrían, primero pensando que era un simulacro, y luego al oír el golpeteo de las balas. Cruz aprovechó ese caos para salir del campus, atravesar las canchas de tenis y llegar a un almacén Walmart, a unos 700 metros de la escuela.

Ahí compró una gaseosa en Subway y se fue caminado hasta un McDonald’s, apenas cruzando la Sawgrass Expressway. Se sentó unos minutos y caminó hasta que fue capturado por la Policía, frente en la 4700 Wyndham Lakes Boulevard South. No opuso resistencia.

Carolina Arce conoce perfectamente el lugar donde murieron 17 jóvenes el miércoles pasado. Esta cartagenera vivió por dos años a tan solo cinco minutos de la escuela Marjory Stoneman Douglas High, y recuerda a Parkland como un lugar extremadamente tranquilo, donde viven personas adineradas, y los niños juegan felices lacrosse.

Era la niñera de Zach (14) y Jenna (12) y se acercó tanto a la familia que la madre, Lona Sasser, la trataba como a una hija mayor. Arce ahora vive con su esposo, a unos treinta minutos del lugar, en Fort Lauderdale, pero tan pronto se enteró del tiroteo se comunicó con Lona, quien además es la doctora de sus hijos.

Todo era confuso, llegaban noticias por todos los lados, se imaginó lo peor hasta que sintió un leve descanso cuando se enteró de que los niños estaban bien. Los había visto enero y se tomaron fotos en la piscina. Sin embargo, estaba lejos de sentirse tranquila. Jenna le reportaba vía chat que sabía uno de sus amigos cercanos, Luke, había sido herido. Después se conocería que Luke Hoyer, de 15 años, había fallecido. Carolina Arce lo conocía.

Las noticias no paraban ahí. Otra amiga y antigua vecina le contó que su hija, que estudiaba en el colegio, y de hecho tenía clase de matemáticas en el mismo edificio donde ocurrió el tiroteo, se había salvado pues su papá la había recogido a las 11 de la mañana para llevarla a una cita médica.

“Es un milagro maravilloso”, cuenta esta cartagenera en medio del dolor. “Lo más triste es que esta tragedia se hubiera podido evitar. El FBI lo investigaba; el colegio expulsó hace un año y envió un correo alertando a los profesores de la planta; los vecinos lo veían como un problema y hasta en sus redes publicaba fotos con armas”.

Cinco días después del tiroteo se saben más detalles del joven asesino. Cruz y su medio hermano nunca conocieron a sus padres, fueron adoptados por Lynda y Roger Cruz. Roger murió hace algunos años y Lynda en noviembre pasado.

En el colegio era visto como un “freak” aislado que hablaba de armas y colgaba fotos de lagartos y sapos muertos, y que luego de una pelea fue expulsado del colegio, sin embargo, una familia amiga le dio un hogar y le consiguió trabajo en una tienda de dólar. También se supo que había estado en tratamiento psiquiátrico en una clínica por un tiempo pero luego lo había dejado, y recientemente se había unido a una organización supremacista blanca conocida como Republic of Florida, donde recibió entrenamiento de estilo militar.

“Se trata de un hombre con rasgos antisociales de la personalidad, caracterizado por   conductas delictivas repetidamente, intolerancia a las normas sociales. En realidad le es indiferente si algo está bien o está mal. No tiene la más mínima empatía por los otros y tampoco remordimiento al dañar a los demás, entre otras características”, explica Esther Perea Castro, psiquiatra master en neuropsicología y demencias. “Se ve en la historia de vida del sujeto separación abrupta de sus figuras parentales en varias ocasiones y deprivación afectiva”.

El coctel mortal se obtiene cuando se juntan este tipo de enfermedades mentales con las armas. Estados Unidos y en especial el estado de la Florida tienen una conocida política armamentista.

Conseguir un arma de asalto es fácil y solo requiere de una revisión de antecedentes. Así logró Nikolas Cruz conseguir su rifle a los 18 años, en la tienda Sunrise Tactical Supply, en Coral Springs, por unos 500 dólares. Increíblemente puede comprar el arma favorita de Pablo Escobar, la utilizada en las masacres de Connecticut, Nevada, Texas y California, pero por ley no tiene permitido beber alcohol.

Estados Unidos tiene unos 306 millones de habitantes, y más de 310 millones de armas, es decir, más pistolas y rifles que habitantes. Ese país tiene más armas que la mitad de la población civil del mundo, y la tasa de homicidios por disparos es 25 veces mayor que en otros países desarrollados.

Donald Trump, un presidente elegido con importantes recursos de la Asociación Nacional del Rifle, se ha negado a hablar de armas antes de su viaje a la Florida para consolar a las víctimas, y a todos aquellos que sintieron que su corazón se rompía en pleno día de San Valentín.

Así como le ocurrió a Carolina Arce, que ahora cuestiona su futuro en ese país: “En Cartagena te pueden atracar en una mototaxi y hay mucha inseguridad. Acá te matan en un centro comercial o a tus hijos mientras están en la escuela”.

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