Aseguran los funcionarios de la Unidad de Gestión de Riesgo del Cesar, que la temperatura en Valledupar podría estar sobrepasando los 40 grados.
A pesar de que la ciudad es una de las más arborizadas de la Región Caribe, la brisa y la lluvia no son tan frecuentes por estos días en que la mayoría de los eventos del Festival de la Leyenda Vallenata se hacen al aire libre, de manera que no sólo padecen los concursantes sino mucho más los espectadores, quienes deben presenciar a pleno sol el desarrollo de cada contienda.
El miércoles, por ejemplo, no obstante haberse realizado desde las 4 de la tarde, el desfile de las piloneras sirvió para que más de uno regresara agotado a sus viviendas o lugares de hospedaje, pues la presencia salvaje de la temperatura hizo estragos en los rostros que sudaban a chorros, mientras iban pasando las piloneras cubiertas desde el cuello hasta los pies, tal vez inmunes a la candela que caía desde el cielo plomizo.
Casi no se le ve la cara al sol. Algunas veces las nubes se tornan oscuras, y hasta puede que arrojen una que otra gota, pero ese torrencial aguacero que cualquiera esperaría no se desgaja ni se convierte en la brisa que se necesita para observar cómodamente lo que sucede en las tarimas o carpas de cada concurso.
Podría concluirse que los grandes ganadores de todo este maremágnum de bochornos eternos son los vendedores de sombreros, de abanicos, gafas oscuras, bebidas con hielo o el tradicional raspao, que aquí se vende a manotazos, con desespero, como tratando de convertir el marasmo y la modorra en algo agradable para el cuerpo que se derrite a borbotones b ajo los sombreros o los chalecos que el festival regaló a los periodistas provenientes de todas partes.
Comunicadores acostumbrados a cubrir certámenes callejeros como el Carnaval de Barranquilla o las fiestas novembrinas de Cartagena coinciden en considerar que la canícula valduparense es quizás dos veces más criminal que la que se desborda por aquellos lados. Son ellos los principales consumidores de las bebidas hidratantes, cuyas botellas de plástico son un reguero transparente en los pisos de cada plaza, siempre que finaliza algún concurso.
Son ellos los primeros que corren al Balneario Hurtado, donde corre un río que parece brotar de una nevera y del cual cada mártir del calor quisiera llevarse aunque fuera un pedacito en los rincones de la piel.
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