Facetas


El actor que le tiene miedo al miedo

JOHANA CORRALES

22 de marzo de 2015 12:00 AM

Es el malo más bueno que conozco.

Quien siguió su papel de Germán Hincapié en la exitosa novela La Ronca de oro, muy seguramente lo despreció: ¿cómo pudo lastimar así a Helenita? ¿Qué estaba pensando cuando se metió con esa niña?

Sin embargo, cuando hablas con él te das cuenta de que es un tipo extraordinariamente genuino y noble, muy alejado del personaje que interpretó en esa producción y que lo hizo obtener el galardón a Mejor Villano, en los recientes Premios India Catalina.

Contesta números desconocidos, concede entrevistas fácilmente y es capaz de aceptar tomarse hasta 20 fotografías por minuto. No es broma. Lo comprobé tras nuestro diálogo en los jardines del Hotel Caribe.

¿Por qué se alejó tanto tiempo de la televisión?
-Porque me fui a España a exportar muebles. Fueron seis años lejos de la televisión. Ese negocio es muy rentable. Tanto, que logramos entrar al Corte Inglés. Creo que en la actuación, que es la exposición de sentimientos y de emociones, uno se nutre de ese tipo de cosas y más cuando no tienes el fantasma de ser alguien conocido. Llegar a otro lugar a empezar de cero, a vivir una película distinta, me permitió nutrirme de nuevas experiencias y sensaciones. Me tocó volver, porque hubo crisis en ese país; y, además, hubo cambios fuertes en mi vida: me separé de mi esposa. Entonces, como que uno se reinventa. Eso me ayudó a nutrir no sólo el personaje de Hincapié, sino otros que llegaron.

¿Cuándo supo que la actuación era su mejor forma para vivir?
-¿Sabes? Suena cursi, pero siento que la actuación me buscó a mí. Empecé en 1989 con San Tropel, dirigida por Bernardo Romero Pereiro. Ahí tuve la oportunidad de hacer un muy papel pequeño y desde la primera vez que estuve en escena tenía la sensación de lo que es montarte en la adrenalina, de lo que es tu universo. Me decía: ¿Qué es esto?

¿Cuál es el papel, que después de proyectado, le dejó una sensación de satisfacción infinita?
-El de Germán Hincapié, en La ronca de oro. Porque fue un personaje con muchas facetas. Creo que es de los papeles que más se acercan a la realidad de los seres humanos. El tipo era un cabrón. Ya tenía 50 años. Era el que siempre tenía la última palabra, manipulaba a todo el mundo, y de repente llega una niña de 18 años y le mueve el piso a punta de amor. Sólo hasta que conoce a Helenita es cuando se enfrenta a sus debilidades, y eso es bravo.

¿Qué es lo que más ama de actuar?
-Cuando tienes conexión con las emociones y los personajes. Cuando encuentras un buen libreto y un buen guión y se te abren las expectativas de lo que puedes llegar a construir.

¿Qué lo incomoda de su oficio?
- Lo más aburridor es tener que trabajar por dinero. Vivimos en un mundo capitalista,y es así, pero en la medida de lo posible no debería ser de ese modo, porque uno se desgasta muchísimo. No es que yo no lo haga, porque tengo 4 hijos, y hay que producir para pagar universidades, colegios... pero me encantaría cambiar el orden de las cosas por las que uno trabaja. Que uno no camellara tanto por plata, sino por el placer de descubrir, de entrar a las raíces de lo que haces. Así es cuando se comienza a navegar, y no a vivir porque sí.

¿A qué le tiene miedo Leonardo Acosta?
-Le tengo miedo al miedo. Creo que es el peor castrador de los sueños.

¿Con quién le gustaría compartir set?
Hay un actor que creo que es un monstruo: Enrique Carriazo. Está en el camino indicado. Lo digo como admirador.

¿Cuántas horas le dedica a la actuación?
-Cuando estoy grabando, 24 horas. Porque siempre estoy tratando de llegar a la base de lo que quiso plasmar el guionista.

¿Qué tipo de papel no aceptaría?
-Mira, después de haber regresado de España, me le medí a todo. Tuve una experiencia muy chévere que fue en La hipocondríaca, ese personaje tenía muy poca participación, pero muy poca, pero no te imaginas lo que me lo gocé. El tipo tenía apariciones por allá no sé cada cuánto. Era una pasada. El director me dejaba hacer lo que yo proponía. Entonces, delicioso, porque era como tener un alcahuete autorizado, sin líos, sin rollos.

¿Tiene alguna cercanía con Cartagena?
-No, pero sí sé que lo que tiene el Caribe no lo tiene nadie. Las mujeres... o sea, ni hablar, por Dios.

¿Le atraen las costeñas?
-Las mujeres del Caribe son el universo metido en el ser humano. Tienen cadencia, frescura, tienen... ¡No!

¿Se ha sentido impedido en medio de una escena?
-Me ha pasado, pero más por exigencia propia, buscando asumir el nivel del personaje y no dejarlo en término medio que por otra cosa.

¿Qué opina de esos actores que están en cine, teatro y televisión al tiempo?
-La esencia del actor está en conectarse con sus sentimientos, independientemente sea cual sea el medio. El ejercicio es enriquecedor desde cualquier punto de vista.

¿Cuál fue la última película que se vio?
-Me vi El juez. Me pareció superchévere.

¿Es de los que se llevan el personaje a la casa? ¿O es de los que se desconectan?
Quedo amarrado cuando hay escenas muy fuertes, y tocado. Pero no me disgusta.

¿Le molesta tener que hacer casting siempre?
-El casting es desgastador, pero igual son las formas de operar. Es un negocio, hay que producir, ser rentable y sacar lo mejor. Por eso hay que ser muy fresco, como en todo.

¿Qué no le pregunté que desee compartir con los lectores de Facetas?
-Cuando te conectas con el alma, cuando estás descubriendo, bien sea a una persona o un trabajo que te gusta, y te levantas con esa fortaleza, las vainas funcionan. Fíjate que cuando te despiertas amargado, vives el día con mamera. Lo que te vas a llevar de acá es lo que bailaste. Entonces, ¿por qué no tratar de descubrir, así sea cinco minutos, qué es lo que te llena y te hace vibrar la cabeza?
Yo trato de vivir así, o por lo menos lo intento. Como humanos la cagamos, pero tenemos la posibilidad de ser los seres más hermosos del mundo y de llevar nuestra experiencia humana a los puntos más altos de vivencia en todos los sentidos.

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