Facetas


Divania Contreras, orgullo de Tierrabomba en la Armada Nacional

JULIE PARRA BENÍTEZ

17 de junio de 2018 12:30 AM

Siendo pequeña, recuerda mucho cuando los militares de la Armada llegaban a bordo de balleneras a Punta Arena, en la isla de Tierrabomba, y su abuela Caridad Guerrero, que siempre mostró una gran admiración hacia ellos, los atendía dichosa en su restaurante.

Para Divania Contreras Ruiz, la Armada era algo distante. Ella creía que allí solo entraban los ‘bonitos’, los ‘blanquitos’… Esa era la idea que predominaba entre la mayoría de los isleños. Pero resulta que la vida puso a esta joven de 25 años donde una vez pensó que no tenía cabida.

Divania siempre quiso ser comunicadora social pero, más allá de la pasión por esa carrera, tenía el deseo de ayudar a su comunidad y en ella vio la posibilidad de aportar al desarrollo de su tierra. “Mis papás, mis hermanos y yo vivimos acá en Cartagena hace varios años. A veces toca hacer eso para poder estudiar, porque en Punta Arena, por ejemplo, no hay bachillerato y los jóvenes deben ir a Tierrabomba o Caño de Loro. Allá te puedes quedar viviendo del turismo o, si quieres estudiar, vas y vienes todos los días. A algunos nos queda más fácil vivir aquí, pero uno nunca se desvincula de su tierra porque allá está toda la familia, la casa, las raíces”, dice.

Y Divania se graduó como profesional a los 20 años. Trabajó por tres años en el área de responsabilidad social de la Fundación Puerto Bahía, con niños y adultos mayores de las poblaciones de la zona de influencia del puerto, como Caño de Loro, Bocachica, Barú, Pasacaballos, Ararca y Santana. Eso le reafirmó aún más su vocación.

Cierto día, por casualidad, después de recorrer otros empleos y seguir estudiando (se especializó en Gerencia de la Comunicación Organizacional en la Universidad del Norte, en Barranquilla), vio una convocatoria de la Armada Nacional en la que requerían comunicadores sociales. “Pensé que era una buena oportunidad para poder servir desde mi rol”, cuenta.

Ingresó como profesional y se graduó como teniente de corbeta de la Escuela Naval de Cadetes ‘Almirante Padilla’. Hace se poco, se convirtió en la primera oficial naval oriunda de la isla de Tierrabomba, que integra a las comunidades Tierrabomba, Punta Arena, Caño de Loro y Bocachica.
“Creo que esto marca un antes y después, porque sirve para quitar la mentalidad, a mis primos y a muchos jóvenes de la isla, de que la Armada es algo imposible de alcanzar y que cuando uno se prepara puede lograr lo que se propone. Es muy bonita la forma como voy a ejercer la profesión, porque voy a estar en el campo de ‘Acción integral’, que es como la responsabilidad social, interacción social con las comunidades, así que en algún momento espero retornar a mi comunidad y poder servirle”.

Divania, que accedió a una beca como afrodescendiente para formarse en la Escuela Naval, dice que espera no ser la única sino la que puso la primera piedra en ese camino que muchos jóvenes quieren seguir. “Sé que muchos en la isla tienen las capacidades y las ganas. La Armada es muy inclusiva y si tienen los méritos pueden entrar”.

No fue fácil
“Cuando entré dije: esto no es pa’ mí”. Divania recuerda que una de las cosas más duras, después del distanciamiento con la familia, es el entrenamiento militar. “Yo pensé pedir la baja como tres o cuatro veces. Durante los primeros tres meses, el único contacto con la familia es a través de cartas. Hay que levantarse todos los días a las 4:30 de la madrugada, hacer deporte, recibir clases. Todo el tiempo hay que hacer algo. A mí lo que me dio más duro fue la parte física, porque siempre fui muy sedentaria. Nunca pensé en mi vida hacer siquiera una barra, pero todo está en la mente”.

Esto último, asegura, fue el máximo aprendizaje que le dejó la escuela. “Allí nos enseñan a ser fuertes. Las veces que pensé dejar todo tuve en cuenta que ahí no solo estaba por mí, sino que estaba representando a mi comunidad, mi apellido. Yo pensaba en mis papás, en todo el esfuerzo que se hizo y todo lo que pasé para poder entrar, porque no fue fácil. A mí me salió la hemoglobina bajita, me tuve que operar los ojos... Entonces no iba a tirar por la borda todos los sacrificios que se hicieron. No podía rendirme”.

Son muchos los que entran y pocos los que quedan. 71 jóvenes, entre ellos 21 mujeres, ascendieron hace pocos días al grado de Teniente de Corbeta o Subteniente de Infantería de Marina. Y Divania estuvo entre ellos.

“Pido perdón si suena arrogante, pero quedamos los mejores, porque no todo el mundo está preparado para esto. Y no es que allá te quieran hacer sentir mal al restringir la comunicación con tu familia, por ejemplo. Sino que para la vida como oficial uno se va a enfrentar a un mundo totalmente diferente y todo eso hace parte de la preparación. Yo pienso seguir mi proceso y seguir ascendiendo, mi meta es llegar a ser capitán de navío, sacar el máximo provecho profesional para retornar eso al lugar de donde vengo. Quiero ayudar a formar en valores a la gente y mirar cómo puedo aportar a ellos desde la institucionalidad y, algún día, junto con muchos de los que estamos acá, montar una fundación para tal fin, porque desde ahí empieza todo”.

Divania tendrá que partir a Tumaco, donde trabajará inicialmente por requerimiento de la Armada. Piensa que su abuela Caridad, que murió hace diez años, tal vez estaría feliz y orgullosa al ver que uno de sus más de 120 nietos, lleva puesto ese uniforme blanco que tanto le gustaba ver llegar a su restaurante de Punta Arena.

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