Poco importa si te lo escriben o te lo gritan, cuando te dicen que te van a matar, el frío más frío de todos se te va metiendo por los pies y va subiendo lento, firme y despiadado por las piernas, las caderas, el estómago y cuando llega al pecho, sientes que se te congela el corazón. Te parece que ya comenzaste a morir, incluso, puedes escuchar el sonido seco del balazo que algún delincuente sin la más mínima noción de escrúpulos ofreció pegarte justo ahí, en toda la frente.
Desde el 19 de junio de 2018, cuando sonó el teléfono y alias Carlos Mario amenazó con exterminarla, pasa eso: los balazos parecen retumbar dentro del cerebro de la profesora Deyanira Ballestas y su vida se ha convertido en una cadena de preguntas sin resolver: ¿Qué va a ser de mí? ¿Dónde está mi futuro? ¿Me estarán buscando? Y si me van a matar, ¿a qué horas será?
Por obvias razones, no le voy a preguntar a Deyanira dónde está, pero sí quiero saber cómo se siente y si está protegida. Me dice que ya se le pasó la rabia del primer momento, porque cuando escuchó a Carlos Mario decirle: “Se tiene que ir de esta región o la asesino, usted sabe que nosotros acá asesinamos al que a nosotros nos dé la gana, ¿me entendió?”, lo que sintió fue una rabia visceral, una indignación grande que se ha ido transformando en miedo, en angustia e incertidumbre. “Coge sus gran hijueputas cosas y se va de la región, ¿me entendió? Hágame el favor y va por esa gran hijueputa, tienen que matarla rápido”, me dice que recuerda perfectamente esas, las últimas palabras del delincuente, y que no ha podido volver a dormir bien desde que las escuchó. Que ese día ella colgó el teléfono y el tal Carlos Mario la volvió a llamar, pero ella no contestó. Que ella sí sentía que algo andaba mal desde que vio a un tipo extraño merodear por su casa y vigilarla días antes de la desafortunada llamada, pero que nunca imaginó lo que le corría pierna arriba. Que ahora tiene guardaespaldas y se siente un poco más segura, pero todas las noches cierra los ojos y al rato los abre pensando cómo una sola llamada pudo cambiarle la vida tan “terriblemente”. (Lea aquí: "Se tiene que ir o la asesino": hombre amenazó así a una profesora en San Pablo)
Para comenzar, apenas asumió que no era una broma y que su vida corría peligro, tuvo que llamar a sus superiores en el colegio de San Pablo (rector y coordinadora) para contarles del problema. Ya no pudo volver a salir de la casa, hasta días después, cuando las autoridades departamentales la sacaron del pueblo y se la llevaron lejos. Para continuar con los cambios, tuvo que dejarlo todo tirado y convertirse en una desplazada más de la violencia en Colombia -aunque jamás imaginó serlo-, y marcharse a un lugar completamente desconocido, un lugar donde está “con una mano adelante y la otra atrás”. Sí, es verdad que la Gobernación le dio un auxilio para que sobreviviera mientras tanto, pero ¿y cuando se le acabe? Parece que las certezas han abandonado la vida de Deyanira, supongo que eso pasa cuando te conviertes en “objetivo militar”. (Lea aquí: "No vamos a dejar que nos acaben": profesora Magda Deyanira)
Deyanira tiene sesenta años, ha trabajado como profesora durante los últimos 28 y no puede negarlo, está cansada. Ya no puede decir que va a ponerse a hacer otra cosa, a buscar otra forma para ganar dinero, porque las energías flaquean. Es licenciada en castellano y en preescolar, y durante toda su carrera ha sido “polifacética” -dice ella-, porque ha dado clases hasta de comercio, pero no es docente en propiedad, es decir, no ha tenido un trabajo realmente estable y es difícil que lo obtenga sin ayuda… “Estoy un poco -respira profundo- preocupada, angustiada, porque aunque el señor gobernador y el secretario están gestionando dónde me pueden ubicar, estoy preocupada porque hay que mirar dónde voy a vivir, cómo voy a hacer.
“Yo lo que le decía al señor gobernador y al secretario (de Educación de Bolívar), si ellos me dieran una estabilidad laboral todo mejoraría, ¿sí? Si me regalaran el nombramiento en propiedad, yo creo que para mí eso sería una estabilidad, porque no estaría con la zozobra de que uno va a trabajar, pero qué tal que llegue una persona de concurso, a eso es a lo que le tengo miedo”, me cuenta. (Le aquí: Docente de San Pablo: "No es la primera vez que me amenazan")
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A principios de mes, el comandante de Policía del Magdalena Medio, Coronel Roger Martínez, dijo que su institución conoce los casos de seis personas más amenazadas en la región: cuatro son profesores; uno es miembro de una acción comunal; y el otro es un concejal. “Son casos aislados y se están investigando”, señaló.
Según el Sistema de Información en Derechos Humanos, entre 1979 y lo que va de 2018, amenazaron en Colombia a 7.208 sindicalistas, 3.207 de ellos son o eran docentes de la Federación Colombiana de Educadores (Fecode). Y de los 3.161 casos de homicidios contra sindicalistas en el mismo periodo, 1.013 (la tercera parte) víctimas han sido educadores afiliados a esta organización sindical.
Un informe sobre la situación de defensores de derechos humanos en los territorios del país realizado por Indepaz, Marcha Patriótica y la Cumbre Agraria, reveló que este año han asesinado a en el país a 124 líderes sociales y defensores de derechos humanos.
Los números pueden parecer fríos, pero vaya si sirven para darnos cuenta de que las Deyaniras, vivas o muertas, abundan en este país.
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