Facetas


Daniella en su paraíso de joyas y arte

“La pintura nació conmigo, sé que está ahí siempre. Es algo que está dentro de mí, lo que he estudiado toda mi vida. Mi familia me educó para ser una pintora y crecí para eso. La pintura es mi pasión y con ella tengo una relación de amor y odio”.

Daniella Padilla tiene 29 años y desde niña su vida gira alrededor de la pintura y el arte. A los 18 años, esta cartagenera salió a explorar el mundo para perseguir sus metas. Es una mujer soñadora que no espera que las cosas le lleguen por sí solas y eso, probablemente, la ha llevado a recorrer países, selvas, minas y lugares recónditos.

Su travesía empezó en Bogotá cuando se fue a estudiar Artes Visuales en la Universidad Javeriana. En 2008, después de terminar su carrera, fue a Nueva York. Allá no se cumplieron sus expectativas y, desilusionada, regresó a Colombia.

A sus 21 años, una convocatoria de artistas nacionales le abrió nuevas puertas y marcó un nuevo rumbo en su carrera. Después de cuatro meses de haber participado, le informaron que su portafolio había ocupado el tercer puesto y era merecedora de una beca del Icetex para estudiar en el exterior.

Su próximo destino: Portugal. Nunca sospechó que en ese lugar revivirían otras pasiones. Una marquesa con la que vivió en Lisboa durante seis años, mientras estudiaba pintura y escultura en el Centro de Arte y Comunicación visual – Ar.Co, despertó en ella un interés por las joyas.

“Ella tenía una de las colecciones de joyas más impresionantes que he visto y es ella quien hizo que toda esta pasión que yo tenía por las piedras preciosas se revitalizara. En esa casa viví seis años, allí tenía un taller donde restauraba baldosas antiguas. Había un jardín interior y varios clósets en los que ella guardaba colecciones de los años 60, 70. Tenía guardadas las joyas en una válvula del jardín interno. Eran divinas, valorizadas en mucho dinero”, recuerda.

Una nueva pasión

“Entonces me fui a Italia a estudiar alta moda pero buscando realmente hacer mis propias joyas. Me relacioné con una familia de la India y empecé a trabajar. Ellos me mandaban las piedras y yo creaba y cuando iba de vacaciones a Portugal vendía todas mis joyas a las amigas de la marquesa. En ese momento comencé a darme cuenta de que tenía un potencial grandísimo”.

La vida parecía sonreírle y ella, cada vez más, se entusiasmaba con esta nueva habilidad con la que avistaba buenos tiempos, pero por la que se apartó por un tiempo de la pintura, esa pasión intrínseca a su ser, a su esencia.

“Siempre tuve claro que era una enamorada del arte. Cuando niña tenía mi espacio de trabajo en mi casa, un taller pequeñito, mi sala de pintura, el espacio para desarrollar mi trabajo. En la familia de mi madre, a muchos les gusta pintar. Mi abuelo es arquitecto y siempre le ha llamado la atención pintar; mi abuela estudió historia del arte en Florencia, le encanta viajar y estudiar culturas diferentes. Cuando me sentaba a hablar con ella siempre me recalcaba la importancia del arte y la repercusión del arte en las generaciones... De la familia de mi papá creo que heredé el lado trabajador, de una lucha por la vida y del esfuerzo para ganarse la vida. Estas dos mentalidades son mi estructura para defenderme y lograr lo que tengo hasta ahora”.

Las joyas y la fijación que tenía por esas piedras preciosas la seguían sorprendiendo. Unos franceses le propusieron crear una colección, patrocinada por ellos, y desde entonces pensó en desarrollar su propia marca con un diseño para la mujer latinoamericana.

Debía regresar a Colombia, no sin antes conocer las cunas de esos minerales maravillosos que moldea a su antojo y, según dice, transportan la energía a través de las generaciones. En el estado de Bahía, en Brasil, se internó por dos años en una reserva natural llamada Chapada Diamantina. Allí conoció “un paraíso lleno de piedras preciosas, minas y cristalizaciones”.

Con un 'garimpeiro', persona que se dedica a buscar piedras preciosas, Daniella exploraba los garimpos (minas) y se adentraba en cuevas de hasta cinco kilómetros debajo de la tierra para ver la formación de cristales, conseguir la materia prima de sus piezas y llenarse de esa naturaleza que la inspiraba.

“Comencé a pensar en buscar mi estilo de vida otra vez en Colombia y ver qué tenía este país para ofrecerme después de todo el recorrido. Llegué hace más de un año y chocar un poco con esta ciudad después mucho tiempo por fuera es un impacto grandísimo, yo duraba hasta cuatro años sin venir acá y sin ver a mi familia, pero al mismo tiempo había una atracción y una fascinación por estar acá. Cartagena empezó a darme oportunidades y cada vez que pensaba en irme se me presentaba un proyecto nuevo”.

El arte, medio para reinventar almas

Daniella sigue trabajando en su marca Galeona, en honor al tesoro del Galeón San José. Usa en sus piezas esmeraldas colombianas, ópalos de Etiopía, zafiros de Madagascar, amatistas de Brasil, turmalinas de Mozambique, entre otras piedras preciosas de diferentes partes del mundo.
Su amor por la pintura no murió y hoy se esmera en sacar adelante un nuevo proyecto, una fundación con la que busca reinventar mentes a través de este arte.

“A ciudades como Cartagena, que sufren tanto y que han tenido un pasado muy violento, desde los tiempos de la esclavitud y la independencia, les falta arte para que la gente pueda alimentar el alma. Tengo la misión de sorprender con eventos y muestras de arte, creando un círculo cultural que sea como una célula para regenerar la ciudad y que la gente tenga un lugar donde ir y alimentar el alma”.

Su intuición, la confianza en ella misma, en sus capacidades, y la convicción de lo que realmente quería, la llevaron a labrarse un futuro que, desde ya, ve prometedor. Pero lo más importante, para ella, es que encontró un equilibrio entre su gran amor, la pintura, y su nueva conquista, la joyería.

“Con las joyas tengo una relación muy diplomática, que me encanta y me fascina. Me trae calma y placer, pero sin la pintura no puedo vivir”.

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