Facetas


Daniel Carreazo, un voceador universal

JULIE PARRA BENÍTEZ

22 de enero de 2017 12:00 AM

Daniel ni siquiera sabía leer bien cuando se convirtió en voceador. Apenas cancaneaba y aprendió con El Universal. Fue voceador cuando se incendió el mercado de Getsemaní, cuando mataron a Luis Carlos Galán, cuando el M-19 se tomó el Palacio de Justicia y cuando una avalancha devastó a Armero.  Fue voceador cuando Santos firmó la paz con las Farc. Y es voceador hoy, cuando Trump se erige como presidente del país más poderoso del mundo: Estados Unidos.

Dice una frase popular, “ningún trabajo es deshonra”, por eso Daniel Carreazo Chico se siente orgulloso de gritar a los cuatro vientos que el único empleo que ha tenido en toda su vida ha sido como voceador de periódicos en Cartagena.

Desde sus diez años, con un primo de 15, salía desde el barrio La Esperanza hacia el Centro Histórico en busca de unos centavos para ayudar a sus padres. Él era el mayor de ocho hermanos y veía cómo la necesidad visitaba su casa con frecuencia. Cierto día, dejó el colegio (llegó hasta tercero de primaria) y emprendió un nuevo camino en esta actividad que -cuenta con gratitud- le ha dado todo lo que tiene.

A las 4 de la mañana empezaba su día. Se levantaba y se vestía con unas chancletas viejas y una pantaloneta que resultó de algún pantalón largo que pagó su costo. Solo le tocaba esperar que el primer avión del día pasara con los periódicos que también venían de Bogotá, para salir corriendo hacia el Centro con su primo y otras personas del barrio, también voceadores.

“No sabía leer muy bien y mi primo me ilustraba, me indicaba cada uno de los periódicos para venderlos en el Centro... A los 15 años, cuando cogí cancha en el negocio, empecé a vender por otros lados, los amarraba con una cabuya y me los ponía en el hombro. Salía del Centro, pasaba por el Pie de La Popa, cruzaba para Manga y llegaba a El Bosque, a pie”, afirma.

Son tantas anécdotas que recuerda Daniel de su oficio, así como los hechos que han disparado las ventas de los diarios en Cartagena: la explosión el mercado de Getsemaní (1965), la caída del avión de Avianca HK-730 frente a La Boquilla (1966), el asesinato de Luis Carlos Galán (1989), el crimen de Carlos Pizarro Leóngomez (1990), la toma del Palacio de Justicia (1985), entre otros.

“Cuando mataron al presidente estadounidense John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963, el periódico costaba unos 35 centavos. Ese día se agotó rápido, solo me quedaba uno que quería guardar, pero una persona me preguntó por él, le dije que se lo vendía por un peso y resulta que me puso a llorar. Yo era un niño, tenía 12 años, y me dijo que me iba a meter preso porque yo lo estaba estafando”, cuenta Carreazo, sentado en un banquillo en una esquina de Manga, donde hace 17 años se estaciona a vender los periódicos, después de hacer su habitual recorrido por algunos sectores de ese mismo barrio y el Pie de La Popa.

En esa esquina, en la avenida La Asamblea, Daniel usa los muros de una casa republicana -donde ya lo conocen- con ejemplares de El Universal, Q'hubo, El Teso y otros periódicos y revistas que también vende.

“Yo vendo todos los periódicos, pero el que más vendo es El Universal, que es el local. Eso ha sido siempre, desde que empecé, aunque ya la venta no es como antes porque mucha gente lee ahora por Internet, pero yo todavía tengo mis clientes. A mí me va bien, siempre me ha ido bien gracias a mi Dios. Y estoy agradecido de mi trabajo porque me ha dado de todo: casa propia y grande, educación de mis tres hijos, alimentación... Fíjese, yo empecé a pie, luego compré una bicicleta y luego una moto. Y con este trabajo también ayudé a hacer la casa de mis papás”, sostiene.

Aunque aprendió a leer a la perfección con el periódico, sabía que debía superarse y decidió continuar con sus estudios a los 20 años. “Puse de mi parte y decidí estudiar de noche. Un compañero de trabajo me motivó y me llevó al colegio para que me hicieran los exámenes para ingresar. Terminé el bachillerato en el año 76, después hice unos cursos de contabilidad en el Sena para ver si podía hacer otra cosa pero aquí estoy, tengo 66 años y todavía estoy aquí”.
Daniel asegura que, gracias a su trabajo y a la gente que conoce a través de este, ha tenido ofertas de trabajo formal, pero nunca quiso dejar de ser voceador y cedía las oportunidades a familiares y amigos, en especial a sus hermanos y a sus hijos.

“Siempre me preocupé por ayudar a mis hermanos, a mis amigos y a mis hijos a buscar un buen empleo, porque a mí siempre me ha ido súper bien con este trabajo y antes mucho mejor. Me ganaba hasta tres veces de lo que gano ahora y no veía necesario dejar esto que me había dado tanto. Seguiré trabajando en esto hasta que me muera o cuando ya no pueda moverme y manejar mi moto. Mis hijos ya no quieren que trabaje, pero la verdad, creo que si dejo de hacerlo me puedo enfermar, aquí me distraigo con los vecinos del sector y mucha gente que llega a hablar conmigo, a leer el periódico, a hablar de política, de deporte, de la corrupción... de todo. Me haría falta el contacto con la gente”.

Por ahora no concibe la idea de dejar de salir de su casa, a las 4:30 de la mañana, en el barrio La María, donde vive con su esposa, para seguir su rutina como voceador de prensa, un empleo que lo ha hecho feliz y le ha dado muchas cosas, aunque no tenga una pensión.

“Con este artículo en El Universal me sentiré contento, este será mi reconocimiento por tantos años de trabajo y esfuerzo. Esto será lo que les muestre a mis nietos cuando me retire y quiera hablarles de ese oficio del que me siento orgulloso”, dice.

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