Facetas


Dagoberto Rodríguez Alemán, el poeta de Mompox

GUSTAVO TATIS GUERRA

19 de agosto de 2018 12:30 AM

Dagoberto Rodríguez Alemán (1962) ha sabido leer en las aguas del río Magdalena, las voces del tiempo que fluyen en el color púrpura de las taruyas.

Es el autor del poemario De las mujeres ausentes, publicado en 2017 por la Fundación Arte y Ciencia. Es un libro que decanta sus visiones de su entorno y su diálogo con el mundo.

Además de cantarle a Candelario Obeso, en cuya voz navegan los bogas errantes del tiempo, le canta a su padre, Demetrio Rodríguez, un “hombre surcado de estrellas”, y su clamor de agua y cielo se desborda por los confines de la historia para abrazar a Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Silvia Plath, Emily Brontë, Camille Claudel, Marvel Moreno, Gabriela Mistral, Clarice Lispector, entre otras.

Dagoberto es un guardián del patrimonio cultural de Mompox, un investigador de los orígenes y un lector insaciable de la poesía del mundo.

¿Desde cuándo escribe poesía y cuál fue su primer encuentro con un texto poético?

-Me inicié escribiendo Diarios, en mi época de estudiante de bachillerato. En el área de Español y Literatura, se realizaban los llamados Centros Literarios y en ellos siempre participaba, y eso despertó en mí el apasionamiento por la poesía, recitando sobre todo al poeta chileno, Pablo Neruda; al gran Porfirio Barba Jacob; a José Asunción Silva; y desde luego, a nuestro poeta insigne Candelario Obeso.

Toda esa actividad literaria era un gozo para mí, a tal punto que me fui contagiando y compenetrando tanto que, para conmemorar el Día del Idioma, los profesores siempre me escogían para hacer una representación en poesía o teatro. Ya siendo bachiller y con más madurez me decidí a escribir formalmente poemas y cuentos. Lo más difícil fue darlos a conocer. Mis primeros críticos y orientadores fueron: Jorge García Usta y Ramiro Flores Torres, quienes hacían parte en ese entonces del Taller Literario El Candil, de la Universidad de Cartagena, dirigidos por el maestro Santiago Colorado Hurtado y al que posteriormente consultaba.

¿Cómo surge su experiencia poética? ¿Hace muchos apuntes o escribe bajo el impacto de las emociones?
-Esa experiencia ha sido maravillosa y la he venido alimentado con muchas lecturas lo que me ha permitido publicar hasta el momento tres libros. El primero “Liturgia de las Palabras” (1999), “Alegres auroras con aromas” (2004) y “De las mujeres ausentes” (2017). Mi trabajo al escribir es emocional y revelador porque a veces sueño los poemas. En Mompox es fácil inspirarse, solo ver su arquitectura, su historia, sus mujeres, sus paisajes naturales, la albarrada, la filigrana, la música y muchas cosas más, como las gastronomías que se encuentran en su medio hacen que el poeta respire una ilusión sublime en el arte poético.

¿Cómo fue el proceso de escoger los poemas de este libro?
-Desde hace algún tiempo venía con la insistente idea de hacerle un homenaje a las mujeres, y en especial a las poetas, a quienes había leído y me impactaron por su estilo y su pensamiento poético.

Fue así como reuní un grupo de varias mujeres poetas que cantaron con sabiduría en su efímera existencia y aun así creyeron haberlo dado todo, profanando el silencio, para terminar, sacrificándose ante un mundo incomprensible. Es así como en: Virginia Woolf y los designios del agua; Alejandra Pizarnik, un ángel de la desolación; y Silvia Plath, el arte de morir, entre otras, encuentro el reflejo de su inmensa inspiración poética.

¿Observamos un diálogo entre la región y el mundo, desde Mompox a distintos escenarios y personajes universales?

-Evidentemente en el libro “De las mujeres ausentes”, se percibe un coloquio entre la aldea y el mundo, puesto que en el libro encontramos tres partes que proyectan ese ambiente en donde primero se resaltan varios temas propios y característicos de la región, unidos al segundo espacio universal, como son en este caso las mujeres poetas que conforman una estructura clásica de la literatura, y en un tercer plano esta la música, que es un legado en Mompox, puesto que en esta “Tierra de Dios”, existieron muchos músicos, y al final como una epifanía se desliza con exaltación el jazz. Es así como el jazz hace presencia tanto temática como musical en varios poemas: “Preguntas a Sammy Mccoy sobre un viejo contrabajo”, “El clarinete de Charlie Clar”, “El saxofón de Leitón” y “Oye cumbia, Toto La momposina”, como un deleite puro que invita a ese elevamiento musical.

¿Qué hay del temperamento de sus padres en su carácter? ¿Cómo influyó su infancia en su vocación literaria?
-Bueno, mis padres fueron siempre un buen referente para mí, sus enseñanzas me marcaron. Mi padre no tenía muchos estudios, pero sí fue un lector de periódicos y revistas, y mi madre fue maestra, ella me enseñó a leer, y de verlos a ellos sumergidos en ese ambiente, aprendí a tener el hábito por la lectura, se dice muchas veces que se educa con el ejemplo y eso fue lo que vi de ellos.

¿Cómo es un día en la vida de Dagoberto Rodríguez Alemán?
-Es normal, asisto a mi trabajo diariamente, y en mis ratos libres por las tardes leo o escribo. Me gusta leer más que todo de noche y siempre estoy leyendo; el día que no leo me siento mal, es como una necesidad, además escribo por impulso o emoción cuando me tocan las musas.

¿Qué libros y autores siguen deslumbrándolo como lector y autor?
-Bueno, tengo varios, en poesía: Derek Walcott, Alejandra Pizarnik, Silvia Plath, Juan Gustavo Cobo Borda, Piedad Bonnett y Raúl Gómez Jattin. En novela y cuentos, Gabriel García Márquez, José Saramago y Guillermo Cabrera Infante. Y en estos momentos estoy leyendo una novela hermosa en la cual se respira el entorno Caribe a plenitud y es “Ver lo que veo”, de Roberto Burgos Cantor, recientemente ganador del premio 2018 de novela colombiana.

¿Qué significa para usted el festival de jazz de Mompox? ¿Qué sugerencias tiene?
-En Mompox siempre ha habido una tradición musical, otrora fue de mucha trayectoria y dejo huellas. Hoy existen grupos musicales jóvenes que tratan de sobresalir en medio del modernismo. El jazz, es una vitrina que proyecta musicalmente a Mompox. Todo eso impacta en la Ciudad Valerosa y se vive con una variada programación académica y artística en donde propios y extraños se confabulan para disfrutar, de manera gratuita, las presentaciones de los diferentes artistas y exponentes de ese género musical. Mi sugerencia es que se garantice su continuidad, más allá de los gobiernos departamentales que lo han promovido con fervor. Nosotros los poetas no somos ajenos a este fenómeno cultural de la música. También le cantamos al jazz.

Epílogo
Dagoberto lleva siempre en su mochila un libro de poemas. El suyo tiene en la portada el rostro sugerente y desnudo de las “Muchachas con flores de mango”, pintadas por Paul Gauguin. El color de la vegetación está en la piel de arcilla iluminada por la claridad del invierno de este par de muchachas, en cuyos párpados resplandece el sol del paraíso.

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