Facetas


Cumbalí, la herencia inmaterial de Irma Jiménez

MELISSA MENDOZA TURIZO

20 de noviembre de 2016 12:00 AM

En lo más cálido de San Estanislao de Kostka, Arenal, a la orilla del canal del Dique, hay una niñita pintada de negro, y su sangre hierve cada vez que oye el sonido del tambor alegre, cada vez que su abarca pisa la tierra amarilla, cada vez que suena el llamador para moverse al son de negro.

Calla para escuchar el sonido del canto de agua dulce que alivia cualquier mal; la niñita tenía diez años, se llama Irma Jiménez Alvear y lleva el folclor en la piel del alma, hasta hoy, a sus setenta y seis.

“Cumbalí es para mí la vida entera. Es lo más importante. Nació como un sueño y hoy es una verdad;  la muestra de ello es que parte de sus integrantes están en el mundo dando a conocer el folclor Heroico”.

Irma Jiménez habla con nobleza y satisfacción de la Fundación que creó en 1990: Cumbalí. En principio fue el grupo de Cumbia de la antigua Licorera, pero cuando la cerraron, Irma sacó de ahí algo más que un simple grupo.

Ella nació en Arenal pero los mejores años de su vida los ha tenido en La Heroica, que la adoptó desde que tiene veinte años. Tanto ha querido a esta ciudad y su folclor que de Irma surgió la esperanza de muchos niños de la periferia de Cartagena.

Lo primero que hizo fue darle una identidad heroica a la Fundación, por eso visitó el barrio Fredonia. Ahí se encontró con jóvenes extraordinarios entre los doce y dieciséis años, a quienes comenzó a educar para la vida, a través de la cultura. Luego se fueron incluyendo personas de otros sectores vulnerables.

Irma se dio cuenta de que el potencial artístico de Cartagena estaba donde pocos miran. Sus muchachos llevaban el ritmo en la sangre y, sobre todo, habían encontrado aquí un sueño para perseguir. Los que comenzaron con ella, cuenta que están hoy bailando en Estados Unidos, Rusia, Francia e Italia.

“Irma es como una mamá”
Esta mañana de martes, en la cuarta etapa de Las Gaviotas, está sentado junto a Irma el primer bailarín que tuvo Cumbalí, Gabriel Suevi, un moreno alto, de bigotes, con la sonrisa blanca y “contagiable”. Usa un sombrero vueltiao que no pega con la ropa que lleva.

Ya no tiene quince años, han pasado veintiséis y ya Gabriel, no el ‘pelao’ que tuvo la opción de ser pandillero, es bailarín, estudió administración pública y es un líder social de Fredonia. Después de ser aprendiz-bailarín es hoy el coreógrafo del grupo.

“En el barrio se está expuesto a armas, muertes, droga, pandillas, y sin duda, la danza es una salida extraordinaria para que los niños y jóvenes inviertan su tiempo libre. Yo pensaba qué iba a ser de mí, no sabía si iba a lograr ser alguien…ahí llegó la señora Irma con el folclor, se portó como una mamá porque enseñaba con su ejemplo, con su empuje y siempre mostrándonos calidad”, describe Gabriel.

Eso que dice su pupilo es notorio en la voz de Irma; suena tierna, pausada, paciente. Ella aclara que no les enseñó a bailar, pero sí a amar lo que hacían: la danza, el folclor y la cultura.

A Irma le queda muy bien puesto el título de Gestora cultural; siempre tenía los mejores coreógrafos para formar a los mejores bailarines; con Cumbalí viajó por el mundo y en Colombia no le quedó un departamento sin visitar.

Ganó tres Congos de Oro en el Carnaval de Barranquilla, entre 2000 y 2005: dos por mejor cumbia, y uno por mejor gaita.

Esta última presentación todavía la recuerdan porque atrapó al jurado; interpretaron a una palenquera que vendía plátano, yuca y corozo sabroso; sus bailarinas iban vestidas de palenqueras y los hombres de jornaleros. La gaita resonó en el cielo y llegó al corazón del exigente jurado que les dio el oro, el oro que brilla aún en Cumbalí.

Epílogo
Es la creadora del Bando de Las Gaviotas, que ya no se hace y al que asistían comparsas de toda Colombia y el mundo. Los negocios que están alrededor del Edén nacieron gracias a ese desfile.  

¿Qué hace Irma en su tiempo libre? –pregunto–
Soy modista. Me pongo a coser los trajes de los bailarines. Hago vestidos para alquilar también.

Todo lo que hace está ligado a la danza. Ni siquiera la artrosis la detiene, hoy cada paso que da es un milagro y la excusa para seguir impulsando a Cumbalí.

A todos lados lleva con ella un bastón negro y a su nieto Diego Armando, un bailarín de Cumbalí y el heredero de la tradición inmaterial que deja su abuela Irma.

Camina lo justo porque todo lo que debía ya lo caminó en los desfiles en que participó. “Mis hijas dicen que la enfermedad me dio de tanto caminar, pero yo no me arrepiento de ningún paso”, advierte.

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