Facetas


Cuando el cuerpo se ‘congela’

CRISTIAN AGÁMEZ PÁJARO

24 de septiembre de 2017 12:00 AM

Siente la delicada fragancia de una mujer pero no se atreve a voltear sus ojos hacia aquella dama cuya sombra se pierde en la Calle de las Carretas. Él solo limita sus ganas a olfatear el aroma que muere en el aire. Tiene clavada su mirada en el número 1922, en la fachada de un edificio amarillo, punto fijo que escogió mirar antes de subir al pedestal. El hombre que está disfrazado de estatua humana hoy, comenzó su noche minutos antes, bajo los pasadizos de la Torre del Reloj. Ahí se transformó en un monumento a la paz, blanco de pies a cabeza, con bandera tricolor en sus manos. Y ese punto fijo será lo único que mire hasta que llegue una moneda. Del resto habrá solo imágenes difusas, como la de aquella mujer de la que no pudo conocer más que su perfume.

‘Thank you’
Escucha claro el son de Donde Fidel, el boom boom de una discoteca, radios de policías, a gente que cuestiona si se moverá y hasta se ríen, hablan sobre el mimo y el Batman callejero. La estatua humana no puede ver más que al punto fijo. Su tiempo se congela, el resto del mundo sigue. Entonces se pierde. Se eleva. Piensa en su novia que está lejos, saborea un beso de ella. Piensa en su mamá, en su hermana, en unos chicharrones, en que algún día quisiera lanzarse de un ‘bungee jump’, aunque tiembla con las alturas. En que nunca había notado aquel 1922 en esa fachada amarilla, recuerda que en ese año nació su abuela. El cling cling de una moneda al caer en sus arcas lo devuelve al aquí, en la Plaza de los Coches, y al ahora, esta noche calurosa de jueves. Entonces abre la bandera, sonríe, se inclina y extiende la mano a una extranjera de ojos verdes. Ella solo ríe y responde: ‘thank you’. Él vuelve a su pose, esta vez concentra su punto fijo en el pedestal de Pedro de Heredia. Está inmóvil, igual que él. Es la primera noche de este hombre como estatua humana. Suda, tiembla su boca, sus cachetes, una pierna, no traga saliva y aguantar cuesta. ¿Se notará? ¿Se ve convincente? ¿Qué tal que no? ¿Será un fiasco? ¿La gente lo está viendo? ¿Todos lo ignoran? Otra moneda y la sonrisa de un niño lo reconfortan. Un fotógrafo amigo llega y lo busca por todos lados, pero no reconoce que él es la estatua humana. Entonces confía en que lo está haciendo bien.

Sin compostura...
Casi no parpadea y los colores se distorsionan. El amarillo es grisáceo. Otra mujer consigue desviar su atención. Es venezolana, de vestido corto, y él, no sabe por qué, se desconcentra y clava su punto fijo en los ojos negros de esa mujer. Error. Ella ríe, hace mofas, alza los brazos y finalmente él cae derrotado en una sonrisa que se vuelve mutua. La estatua humana ha perdido su compostura por esa ‘chama’, que se toma una foto y se va sin siquiera echar una moneda. Se siente estafado. Y eso pasa muchas veces. Se dice que la historia de las estatuas humanas se remonta a aquellos soldados o “esfinges”, que inmóviles custodiaban palacios o aposentos de los reyes en épocas medievales, vigilantes de que nadie interrumpiera sus faenas amorosas o cualquier acto privado. En este siglo aparecen como figuras artísticas callejeras. “Nosotros somos pioneros en Cartagena, comenzamos en 1999, realmente este arte viene de Europa. En Latinoamérica se dio por primera vez en Argentina, donde crearon dos personajes estáticos en un almacén, la gente pensaba que eran unos maniquíes”, comenta Charles Beltrán, precursor de las estatuas humanas en La Heroica. Esta noche acompaña a ese hombre disfrazado de paz en el Reloj Público. Desde aquella época aparecieron en el centro estatuas de ‘pescadores’, ‘esclavos’ y ‘negritos’.

Otro escenario
Las monedas escasean y la noche no es joven. Ha pasado poco más de una hora y esa estatua humana se sitúa ahora frente a San Pedro Claver. Un viento putrefacto lo golpea y no puede más que tragarse el olor. Aparece una patrulla de la Policía. Intenta ignorarlos y ellos exigen el permiso para estar allí, en el espacio público. Leen un decreto e insisten en el permiso. Él les enseña un papel, los oficiales verifican y se apartan, pero continúan hablando de la situación de las estatuas humanas en el Centro Histórico. Desde que una de ellas fuera captada por una cámara de seguridad robando a un turista, ya no se les ve andar por las calles históricas de Cartagena, como sí lo hacen los mimos, Batman, el hombre sin cabeza, Iron Man, y otros tantos más.
-Ven rápido, una moneda. Dame $100 para que se mueva, -grita un niño a sus amigos. Van en bicicletas.
La moneda cae. La estatua abre la bandera, sonríe y saluda a los cuatro pequeños. Bullen de emoción con un aplauso que atrapa las miradas de la plaza.
-Rápido, otra moneda. Dicen. No hay más. Sin más remedio, se marchan, no sin antes preguntarle a la estatua que si mañana regresará.

Hace algún tiempo
Yo temblaba de frío bajo tres chaquetas y a ella, apenas arropada con una tela dorada, no se le movían ni las pestañas. Menos 4 grados, casi nevaba y ella inmóvil, como si nada. Era 2012 y fue esa la primera vez que vi una estatua humana. Fue en el Castillo de Sant’ Angelo, en Roma. Y digo primera vez porque nunca las había visto con aquel detalle, pensando en qué podía sentir ese ser disfrazado de faraón, en ese cruel invierno que hace doler los huesos, que congela.

Esta noche de jueves soy yo la estatua humana, la única de esta noche en el Centro de Cartagena, a la que la Policía exigió un permiso en la plaza, la que no recogió más de 4 mil pesos, a la que una venezolana le robó una sonrisa y en la que unos niños inocentes gastaron su única moneda.

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