Facetas


Crónica de fotógrafos en Cartagena

GUSTAVO TATIS GUERRA

14 de octubre de 2018 12:00 AM

El más efímero pero tal vez uno de los perdurables fotógrafos que ha pasado por el periódico ha sido Jairo Gallego, de Tuluá, quien logró una de las fotos más bellas que haya visto, sobre un niño encaramado en una montaña de basura, en Amboyede.
 

El niño estaba en lo alto, divisando la luz brumosa y empolvada de la ciudad, en medio de los escombros. Cuando se me acercó a preguntarme el nombre de la foto, no dudé en bautizarla: El príncipe de la basura.

Jairo jamás había tocado una cámara fotográfica cuando entró al diario, andaba desempleado en la ciudad, y aprendió el oficio y el arte de atrapar lo invisible, junto a Manuel Pedraza y Germán Molano. No duró mucho entre nosotros, porque se lo bebieron dos o tres tentaciones callejeras, y lo despidieron para bien suyo, porque se convirtió años después en un exitoso empresario, fundador de una emisora en su pueblo y en un fotógrafo de instantes inolvidables.

Hace poco volví a verlo, después de tantos años, y  mi sorpresa fue encontrarlo conservado no en alcoholes sino en una activa pero plácida y ejemplar existencia familiar. Lo único que noté fue que la nostalgia le había despojado los cabellos, pero aún seguían frescas en él, la ocurrencia, el gran sentido del humor, una devoción por los suyos y una fe inquebrantable en la vida, por encima de todas las adversidades.

La memoria nos llevó a recordar a tantos reporteros de Cartagena, algunos sembrados en la memoria y en el jardín de la ausencia. Evocamos al inolvidable Eduardo Herrán Garavito, Germán Molano, Fredy Elles, Heber Durán, Manuel Pedraza,  Álvaro Delgado, entre otros, quienes han escrito ya uno de los capítulos dorados de la historia de la fotografía contemporánea en Cartagena y de la reportería gráfica del Caribe colombiano.

Muerte en el mar
 

Manuel Pedraza vino de Buga (Valle del Cauca) a Cartagena, luego de abandonar sus estudios en la Facultad de Comercio Exterior.
Inició su vertiginosa misión de reportero gráfico siguiendo a un muchacho de 17 años, que le arrebató el revólver a un policía, se subió en un campero ajeno y se chocó contra un bus del servicio urbano en la avenida de El Bosque, se bajó del campero, y disparó para amedrentar a los pasajeros, a quienes les exigió que se bajaran.

Luego de bajarlos a todos y a su conductor, apuntándoles, se sentó en el bus y le metió el acelerador. Pedraza, testigo del drama, siguió en un taxi al muchacho asaltante y armado, al que persiguió una patrulla de policías.

El bus zigzagueó como una serpiente amenazada por la avenida Pedro de Heredia, sorteó todos los riesgos de estrellarse, y llegó espantado hasta Bocagrande. La Policía acorraló al muchacho. El muchacho llegó con el bus cerca a la playa. Corrió y se lanzó al mar. La Policía le gritó que se entregara. El muchacho apuntó contra un policía y contra el fotógrafo, detrás de la cámara. Sin más alternativas, viéndose cercado, se disparó en la sien. La cámara de Pedraza captó toda la travesía hasta el instante en que se disparó y se desplomó el cadáver en el mar.

La serie ganó en 1986 el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.

Luego de ese episodio dramático, Pedraza  continuó captando la tumultuosa realidad del conflicto armado en el sur de Bolívar y en los pueblos de los Montes de María. Su mirada siguió la vertiente de observar el entorno, retratar otras realidades humanas y sociales, e incluso, descubrir en la naturaleza las claves de la pesadumbre de las comunidades.

Un lente artístico
 

Eduardo Herrán Garavito fue un veterano de la paciencia hasta dar con el ángulo perfecto de la fotografía, fuera un muerto, un funcionario, una reina de belleza o un paisaje de mariamulatas. De todos modos, Eduardo haría una obra de arte con su fotografía. El muerto en su charco de sangre, con los reflejos del cielo en su camisa y el temblor de las hojas, era ya una foto artística.

Eduardo era a su vez reportero gráfico y artista. Al partir en 2007, dejó una serie de fotografías de gran belleza estética, y legó entre los suyos, la mirada constante del que busca lo imposible.

Reportero protagonista
Germán Molano fue, sin duda, uno de los más arriesgados y temerarios reporteros gráficos que he conocido. Impulsivo, con una sinceridad visceral y una pasión desenfrenada, cubrió conflictos sociales, enfrentamientos armados, visitas ilustres a la ciudad, bodas, fiestas y funerales, inauguraciones de vías, marchas de protesta de campesinos del sur hasta Cartagena, accidentes aéreos y noticias siniestras de muertos en la vía o desaparecidos.

El gran problema de Germán era la bebida.

Cuando se embriagaba, se le daba por decir que era miembro de un grupo armado, y se le daba por darle un puñetazo al primer policía que encontraba. Muchas veces lo detuvieron en la cárcel de San Diego.


Al salir, hacía votos de que eso jamás volvería a suceder, pero se tomaba un trago, y volvía a insultar a los policías
Germán se involucró tanto en la reportería gráfica que en la marcha de campesinos del sur no había manera de saber por qué pueblo del sur andaba el reportero, solo hasta que llegaron los seis mil campesinos a Cartagena y se tomaron el Parque del Centenario, y en la marcha con una bandera en alto, iba sudoroso e irreconocible, vociferante y aguerrido, Germán Molano, con su cámara palpitando en el pecho. Lo asesinaron en Medellín, a la salida de un bar, cuando ya no bebía, ni insultaba a los policías. Caso trágico fue también el de Fredy Elles, quien hizo el seguimiento del caso del italiano Giácomo Turra, y fue asesinado.

Fotógrafo de dos papas
 

Manuel Pedraza fue el fotógrafo de aquel julio de 1986, quien siguió las pisadas del papa Juan Pablo II y el lente que siguió en septiembre de 2017 al papa Francisco. Si en la primera vez la bendición fue global y distante, la segunda fue personal y cercana en la iglesia de San Pedro. El papa vio en Pedraza las silenciosas ansias de saludarlo en medio de la multitud, y el papa lo saludó con una euforia inusitada. Y no solamente le estrechó las manos, sino que lo bendijo.
Tiempo después, luego de haber vivido con intensidad años de amor y de guerra, decidió que lo suyo era algo distinto al vértigo de la muerte, y buscó el sosiego de la vida, el otro ángulo para atrapar la realidad de los seres humanos, el esplendor de las bodas, la intimidad de las familias, la liturgia de los pequeños milagros humanos. Hizo retratos inolvidables de Alejandro Obregón, Darío Morales, Enrique Grau, Raúl Gómez Jattin, Sofronín Martínez, entre otros, para citar algunos de ellos, y conformó su aventura empresarial junto a su esposa Fide y su hijo José Manuel.

Manuel y el resto asimilarían en el diario dos tendencias: la temeraria de Molano que se involucraba en lo que hacía, y la humana, contemplativa y artística de Eduardo Herrán Garavito.
Entre el vértigo y la contemplación ha transcurrido la vida. Algunos decidieron en reposo, continuar ese legado: Maruja Parra, Óscar Díaz, Julio Castaño, Zenia Valdelamar, Aroldo Mestre, Fernando Parra, Kailline Giraldo, Luis Eduardo Herrán, Luis Aparicio y Nayib Gaviria.

Epílogo

La vida tiene vueltas inusitadas:  Jairo Gallego, el fotógrafo de aquel niño en el basurero, es un empresario de medios de comunicación en Tuluá.

Manuel Pedraza, el intenso reportero gráfico y fotógrafo de aquellos años, ahora es un sereno y espiritual  diácono de la iglesia Cristo Rey, con aura sacerdotal.

Al asistir a la misa, le dije sorprendido, que haber sido reportero de dos papas, no habían sido en vano.

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