Facetas


¿Cómo salvar un árbol y no morir en el intento?

El sonido de la motosierra sobre la madera y de los troncos al caer derrotados lo perturbaban, así que David Carvajal Guerrero decidió hacer algo al respecto, antes de que aquel pequeñísimo ‘bosque’ de 98 árboles muriera completamente. Esta historia podría suceder en cualquier lugar el mundo donde exista alguien con un corazón tan verde y un deseo tan vehemente por cuidar la naturaleza. En particular, esto sucedió en la ciudad bonita de Colombia, en  Bucaramanga. Él, David, tenía que hacer algo pronto, en cuestión de horas ya iban más de 70 árboles derribados y contando. Pronto, ahí no quedaría nada más que asfalto. El verde se marchitaba a la fuerza. Expiraba.

***
Domingo. 12:30 p. m. Tenía las manos cortadas, tres ‘heridas de guerra’, pero no importaban. No las sentía, corría tanta adrenalina por sus venas que apenas asimilaba lo que acababa de hacer. “Corrí, burlé al vigilante y a la Policía, me monté por unos tubos, luego salté por una valla y corrí”, narra. Corrió y corrió hasta las ramas de aquel mamoncillo legendario, en ese trayecto se lastimó las palmas de las manos. Para cuando aquel impulso salvador terminó, ya estaba a más de 30 metros de altura sobre aquel árbol. Trepó hasta lo más alto que pudo y desde allá empezó a gritar, usando sus manos rasgadas como bocina. Gritaba que eso era una protesta, que estaba en sus cinco sentidos, mostraba su dolor. Podía caerse desde tan alto, pero, en ese momento de éxtasis, eso tampoco le importó.

-¿Qué pasó después?
-Enseguida llegaron los bomberos. Intentaron bajarme, persuadirme, pero cuando se dieron cuenta de que era una protesta pacífica, desistieron. Yo les dije que era su responsabilidad si ellos me intentaban bajar y me pasaba algo.

-¿Por qué te montaste?
- El dolor de ver caer uno tras otro árbol, escuchar las motosierras, cómo violentamente iban cortando los árboles, ver que, al parecer, no se podía hacer nada. Entonces vi que aún quedaban árboles, y pensé: al menos salvemos uno.

-¿Qué lograste con eso?
-Poner este tema sobre la mesa, en la opinión pública, ¿qué preferimos? ¿más cemento o más árboles?, ¿qué es lo que debe primar? Queremos árboles que nos den oxígeno.

***
El epicentro de esta historia es conocido como el Mesón de los Búcaros y los árboles, en los predios de la Escuela Normal Superior de Bucaramanga, serían derribados para dar paso a unas obras de un intercambiador vial. La voz de David parecía perderse entre el ruido de las motosierras que seguían ‘matando’ árboles, mientras él gritaba que no lo hicieran.
“Me enteré a través de las redes sociales de la indignación de la gente por la tala de los árboles que había comenzado el sábado, un día antes. Cuando subí, mientras estuve arriba siguieron talando. Solo a las 6 de la tarde detuvieron la tala. Ellos estaban actuando en derecho, porque había un fallo que ordenaba que siguieran esas obras, pero yo lo que pedía era una modificación para no afectar a los árboles”, explica.

Cayó la noche y no solo se escuchaba la voz David, abajo más manifestantes, activistas, apoyaban la causa y sus voces fortalecían su adrenalina. No sentía hambre, y es que también estaba en huelga de hambre. “Llegaron más de 30 estudiantes de las universidades y acamparon abajo, tocando guitarra, jugando, todo el tiempo apoyándome. La Policía no dejó que me pasaran sino agua y una cobija, comida nada, aunque yo estaba en huelga de hambre. Todo el tiempo sentía la necesidad de tener fuerza extra, porque donde me llegara a resbalar a esa altura, a ver...”, dice.

***
A las 9:30 de la noche sonó el celular:

-¿David, cómo está mijo, ya viene para la casa?

- Yo le voy a decir algo mamá, pero no se afane, no se vaya a preocupar, yo estoy bien. Estoy haciendo una protesta pacífica, montado en un árbol.

Más de ocho horas después, la mamá de David se enteraba de la noticia que ya se escuchaba en buena parte de Bucaramanga, sobre el activista que, trepado en un árbol, buscaba evitar que lo cortaran. “Mi mamá de alguna manera entendió”, afirma David, de 29 años.

“Esa primera noche, me metí entre tres ramas y con la cobija que me dieron y un cordón de zapato me amarré. Si me llegaba a quedar dormido no me iba a caer, cabeceé como unas 20 veces en toda la noche, llegaba a sentir que dormía como por un minuto. El cerebro como que sabía que estaba en riesgo y eso ayudaba a mantenerme alerta. Así fue. Pasaron las 10, las 11, las 12 de la noche y se hicieron las 5:30 de la mañana. Los estudiantes del colegio se sumaron a la protesta, cuando llegaron a clases. Muchas personas llegaron a protestar”, recuerda.
Y resistió tan fuerte como las ramas a las que protegía de las motosierras.

“Yo no me bajo de aquí, hasta que no haya un acuerdo firmado con la Alcaldía”, le decía a todo aquel que intentaba persuadirlo y ‘negociar’ para que bajara del árbol. Lo repitió una y otra vez, el lunes, durante todo el día y hasta caída la noche. Se lo dijo a secretarios de la Administración, a la misma Cruz Roja subió a lo alto del árbol para evaluar su salud, y a los periodistas que llegaban para entrevistarlo.

La segunda noche llegó una fuerte llovizna, pero las ramas mojadas tampoco amilanaron la lucha. Durmió en una hamaca que le lanzaron desde abajo y se protegió del agua con una chompa. Casi 55 horas después de que burlara la seguridad, que se subiera a ese mamoncillo, la protesta terminó y de la forma que él quería: con un acuerdo firmado.

“Se llegó a un acuerdo en un documento de 14 puntos. De los árboles sanos que quedaban en pie, se trasplantan ocho y uno quedará en pie en ese mismo lugar. Habrá reforestación del sendero peatonal, eliminarán obras en concreto dentro de la rotonda y se lograron otros puntos en beneficio del colegio. Pero lo que más nos interesa aquí es generar conciencia ambiental”, asegura.

Fue inevitable la tala del mamoncillo, pero en su lugar quedará un yoncoro, que se convertirá en símbolo de la lucha librada por David. Salvó por lo menos a uno de los 98 árboles de aquel pequeñísimo bosque.

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