En una ocasión tomé un taxi y discutí con el conductor debido a que refunfuñó durante todo el trayecto porque se había “equivocado de barrio”. Obviamente, me cobró más de lo que en principio habíamos pactado. “Si hubiera sabido que era por aquí no te traía”, expresó varias veces. Dos primos pequeños y mi tía, con cara de susto, venían a mi lado cuando exploté y le solté al señor, ya de edad, un “de malas, viejo decrépito”.
Me bajé varias cuadras antes para no estar en su presencia y tiré con rabia la puerta del taxi. ¡“Zoooorra”! oí que me gritó. Zorra, quedé para él. Mi tía casi muere del susto. Agarraba a mis primos y me miraba, temblando. “¡Y si te hubiera hecho algún daño. Estás viendo cómo están las cosas y te pones a discutir!”, decía.
Otro día, ya casi de madrugada, solicité un taxi. El valor de la carrera me pareció lo justo. El conductor tenía el semblante de la gente amable. Conversó conmigo durante todo el camino y soltamos algunas risas. Me fijé que esperó hasta que entrara sana y salva. Estos últimos conductores se han visto opacados. La ciudadanía afirma que las cosas van a empeorar, invitan a huelgas y se preguntan ¿qué es lo que está pasando?.
En la pasada temporada de fin de año, hubo más de una docena de denuncias en el Departamento Administrativo de Tránsito y Transporte DATT. En la Resolución Número 003027 De 2010, bajo la cual se establece el manual de infracciones, está el código E.02. En este ítem, se considera una falta “Negarse a prestar el servicio público sin causa justificada”.
“Esta infracción se ha proliferado”, dice Javier Carrasquilla, Asesor jurídico de la Subdirección operativa del DATT. “Algunos taxistas tienen la costumbre de seleccionar las carreras”. No tener visible la tablilla de las tarifas y cobrar de más, se suman a la lista.
Entre las fallas del DATT, resalta el asesor, está la falta de control en sitios como la avenida Venezuela, Urdaneta, Bazurto y algunos centros comerciales. Enfatiza en que desde hace unos meses les ponen especial atención a las quejas de los usuarios. Mientras me muestra un documento que hace efectiva una multa por casi un millón de pesos a un conductor de taxi (quien bajó a una pasajera con todo y maleta en el Aeropuerto Rafael Núñez tres meses atrás) me dice, “Estamos en eso”.
Cuando hay algún tipo de queja, el DATT se encarga de hacer una “audiencia” al usuario y al conductor, pues reconoce que no siempre el taxista tiene la culpa. Cada una de las partes expone su punto de vista y se llega al veredicto. “El problema se ha dimensionado por fallas en las empresas de transporte, los propietarios, los conductores y la autoridad”, reconoce Javier.
Para Jairo Quintero, conductor y Presidente del Sindicato de Taxistas de Cartagena, este fenómeno ocurre por culpa de los que llama “conductores ocasionales”. Él, coincide con Javier. “A fin de año muchos trabajan como taxistas, para ganar dinero adicional. Aprovechan y abusan del usuario, empeñando la labor de los buenos. Culpa de las empresas de taxi y administradoras, que contratan a los conductores para esta época y no tienen control sobre ellos”, expresa.
Iniciativas como la campaña Amigos del Turista, impartida por el Fondo Nacional del Turismo (Fontur) se han adelantado con quienes están agremiados en el Sindicato de Taxistas de Cartagena, pero queda claro que esta labor no sirve en grupos reducidos.
“Febrero llega”
“A los conductores de Cartagena les falta profesionalismo. Aquí cualquiera puede manejar un taxi”, dice Daniel Pérez.
“Aunque haya unos que laboren de buena fe, hay muchos que no lo hacen porque quieren excederse en el cobro de la tarifa. Se refugian en excusas como “hay mucho trancón” o “por allá no me sirve””, expresa Víctor Ayola. Estos juicios se replican en miles de usuarios.
Paola Mercado Afanador, Administradora de Empresas y Máster en Alta Gestión Política y Estratégica para los Destinos Turísticos, opina que hace falta un marco regulatorio y capacitación.
Papel en mano, Paola me explica que en Cartagena, por ser una ciudad turística, se puede medir el comportamiento de la gente a través del índice de Irritabilidad de Doxey.
Siendo así, primero está la etapa de Euforia. Es latente la emoción por la llegada de las vacaciones, “sentimos que todos los días es viernes”. Sigue la Apatía. En este punto, visitantes y también locales, son meros objetivos de lucro. Continúa la Molestia, el Antagonismo (donde se empieza a sentir aversión por todo lo que ocurre con la llegada de foráneos) y paulatinamente la Aceptación.
Es aquí donde entra lo que todo el mundo sabe que puede cambiar la situación, pero no existe: una reglamentación y la educación para quienes brindan cualquier servicio público, en miras de manejar los impactos asociados a la época de temporada alta en Cartagena, y que se ven expresados, no solo en el cambio de comportamiento. “Uno de los impactos negativos más comunes desde una perspectiva económica, es la especulación de precios”, comenta.
Por otro lado, afirma, “no estamos acostumbrados a tener competencias laborales. Aquí existen las labores de oportunidades”.
Inteligencia emocional
El fenómeno tiene demasiadas aristas. Es prudente hablar de la conducta de algunos taxistas. ¿Por qué el comportamiento violento y a la defensiva?
“Es una agresividad, enmarcada por factores externos, en este caso, la respuesta ante la persona que solicita el servicio. Debido a su oficio, los taxistas suelen tener una alta carga emocional a diario, expresada en el horario y la tarifa que deben dar, además todos los días tienen contacto con un sinnúmero de personas diferentes”, explica Johan Cuestas, Psicólogo de la Universidad Tecnológica de Bolívar.
Al asumir responsabilidades, todos tenemos altas cargas emocionales, pero ¿responder de esa manera? “Se llama inteligencia emocional. No todos tenemos la capacidad de conocer nuestros límites, saber cómo podemos calmarnos y evitar cierto tipo de actitudes que llevan al arrepentimiento”, continúa Johan.
Lo lamentable, es que al ciudadano cartagenero solo le queda esperar.
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