Facetas


Cabañuelas: el sembrador que lee las nubes

GUSTAVO TATIS GUERRA

15 de enero de 2017 12:00 AM

Al atardecer los campesinos sinuanos corrigen el pronóstico del tiempo, acuclillados  o parados frente al horizonte, mirando el cielo, a la sombra de una vara alta.

Son las cabañuelas o la cábala de los sembradores que leen las nubes y el estado del día y la noche, y predicen cómo serán los próximos doce meses del año. Los doce primeros días de enero equivalen a cada uno de los doce meses del año. Si hay viento, humedad o calor en un día, así será el equivalente al mes.

En el Sinú, los campesinos tienen su propia manera de medir el tiempo del verano y del invierno. Los más viejos aún miden las horas del día con la sombra del caballete de su casa en la tierra, y van  enterrando estacas marcadas: “3 de la tarde”, “6 de la tarde”. Pero esa medición varía con las estaciones. Los campesinos tienen su propia cabañuela:  siembran doce semillas de maíz por separado, y la primera que germina es la señal de las cosechas y las lluvias. Si germina la semilla número nueve, no hay duda de que habrá lluvia y será propicio sembrar en septiembre.

En los Montes de María, las cabañuelas empiezan desde el primer día de enero hasta el 12. Cada día es un mes. Y la manera cómo se comportan los vientos, las nubes y el tiempo de cada día, así será cada mes. Los campesinos miran el cielo y crean su cabañuela. El nueve de enero hubo vientos helados en Cartagena. Eso quiere decir, según las cabañuelas, que en septiembre habrá tiempo húmedo.

En San Jacinto, los campesinos creen que si llueve en enero, es porque  “malparieron las cabañuelas”, dice Hernán Pimienta Vásquez, de 48 años, al evocar a su padre, sembrador de maíz, yuca y plátano. “Lo peor es que llueva en enero. Es pronóstico de que será un mal año”.

“No solo se hace el conteo del primer al día doce de enero, sino que también se hace al revés, de diciembre a enero, contando del 13 al 24.

“Las nuevas generaciones descreen de esos pronósticos, y le creen más a los pronósticos del tiempo que aparecen en medios y redes sociales. También los campesinos que hacen su pronóstico, tienen en cuenta, la realidad de los cambios climáticos. Acá en San Jacinto, dicen: ‘más embustero que el Almanaque Bristol’. Mi padre dejaba pasar la luna nueva para recoger el ñame o el maíz. Pero también, pese a cualquier pronóstico, sembraba en el segundo semestre, incluso el 16 de Julio, Día de la Virgen del Carmen. Se regía por las fases de la luna. Pero hoy hay gente incrédula que no quiere creer en las cabañuelas”.
Hernán es artesano, electricista y profesor de física a domicilio en San Jacinto.

Una historia remota
La historiadora Pilar Moreno Rodríguez dice que los orígenes de las cabañuelas como predicciones a largo plazo, se remontan a la fiesta judía de los Tabernáculos o las cabañuelas de Toledo. En España se denominan: Cabañuelas de San Juan, porque otra de las predicciones coincide con la fiesta del 24 de junio. Pero tanto en Europa como en América, las cabañuelas son pronósticos de lluvias para planear las cosechas durante los doce meses del año, y fueron en la antigüedad babilónica, el presagio  y la suerte de las fiestas para adivinar cómo sería el año agrario. Entre los judíos y los españoles, el pronóstico empieza el 2 de agosto hasta el día 13. El 2 de agosto es enero y el 13 de enero es diciembre. Esa cábala es lo que llaman la Llave del Año. Por supuesto, no todas las predicciones se cumplen con los cambios climáticos y los trastornos que ha padecido la naturaleza en los últimos cincuenta años. Pero las cabañuelas son una aproximación y una lectura ancestral de los fenómenos atmosféricos.

La lectura de las nubes para lograr las cabañuelas, se remonta a 5 milenios antes de Cristo, entre los sumero-acadios. La lectura se convirtió en el pasado en una fiesta y en un ritual. Mirar o descifrar al cielo a través del tiempo era mirar a través del cristal judeocristiano, presintiendo que todo lo que bajaba de las nubes, incluyendo las lluvias, era designio divino. Pero esa mirada ha sido complementada y enriquecida con múltiples culturas en Asia, África, Europa y América. Allí ha surgido una forma de sabiduría cotidiana, poesía, refranes, canciones y maneras de sembrar y amar. Los hindúes, por ejemplo, tienen sus cabañuelas en la mitad del invierno en el segundo semestre.

Epílogo
Entre los Caribes hay una bella canción de Roberto Calderón, “Cabañuelas”, cantada por los hermanos Zuleta, en el que el autor compara su corazón con una tierra agrietada que reclama un poco de lluvia amorosa:

Ya llega enero y estrenando el año/ rostros alegres, de esperanzas sueñan/ Y comparé mis sentimientos con las cabañuelas/ y dibujé mi corazón como cuarteada tierra/ Que haya tierra mojada, que venga mi adorada, porque si ella no viene me declaro en huelga/ Cabañuelas de amor/adiós dolor y que llueva.

En ciertas culturas asiáticas, la siembra de arroz que corre el riesgo de sucumbir ante un verano prolongado, tiene como ceremonia, el acto amoroso del sembrador con su mujer entre las espigas, para llamar la lluvia. Sembrador, tierra y cosecha, tienen una complicidad en las estaciones, y bajo las fases de la luna. Se siembra en un tiempo y en una fase de la luna, como las tejedoras de hamacas que hilvanan bajo la luna, según un propósito específico y sentimental.

El sembrador está bajo la vara alta acuclillado viendo las formas que tiene el horizonte bajo la palma amarga. El viento arrastra el rocío del tiempo que vendrá.

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