Facetas


Brujas, prostitutas y santas

GUSTAVO TATIS GUERRA

05 de agosto de 2018 12:13 AM

Los cuarenta españoles que vinieron con Colón a América quedaron en vilo cuando vieron las primeras mujeres indígenas, con sus senos al aire, al pie del mar, hamaqueándose como una palmera.


Colón se sorprendió porque los indígenas taínos jamás habían visto un espejo, un caballo o una espada. Pero ellos jamás habían visto a los indígenas altivos y emplumados, y a las mujeres que cubrían su desnudez con delgados y transparentes hilos de oro.

Su amigo genovés Miguel de Cuneo, que lo acompañó en su segundo viaje, cuenta en su diario que el almirante le regaló una indígena y él la llevó al camarote, pero ella empezó a arañarlo.

La doble moral de estas crónicas europeas, descalifican socialmente a estas mujeres pero las reafirman sexualmente.

“Estando yo en la barca tomé una cambala bellísima, la cual me regaló el señor Almirante; y teniéndola en mi camarote, al estar desnuda según su usanza, me vino deseo de solazarme con ella; y al querer poner en obra mi deseo, ella, resistiéndose, me arañó de tal modo con sus uñas que yo no hubiese querido entonces haber comenzado; (…) agarré una correa y le di una buena tunda de azotes, de modo que lanzaba gritos inauditos (…)
Por último, nos pusimos de acuerdo de tal manera que os puedo decir que de hecho parecía amaestrada en la escuela de rameras”.

El final del relato, además de sentirse complacido de haberla conquistado a la brava, la comparó con una ramera.

Esa podría ser la primera violación documentada de la conquista sexual de América.

La persecución de las mujeres indígenas por los conquistadores, generó enfrentamiento y matanza de indígenas, al no permitir el sometimiento.
El cacique taíno Guacanagaric puso su queja en vano a Colón, que al igual que todos los europeos de la época, creía que los indígenas y los negros, no tenían alma. Que un caballo valía más que una indígena. Que se castigaba a quien matara a un caballo, pero no a un indígena.

Los españoles que vinieron a América, se quejaban de la escasez de mujeres en Europa, y justifican sus impulsos sexuales desenfrenados porque habían pasado muchos días navegando sin ver ninguna mujer en el horizonte.

Entonces, las autoridades españoles empezaron a idear lo que inicialmente denominaron Casa de mujeres públicas, en un territorio desprovisto de pudor y codicia.
Cuando las mujeres indígenas se bañaban desnudas en los ríos, no era porque eran desvergonzadas, como creían los españoles. No tenían malicia, y por el río no se asomaba ningún hombre.

Tampoco tenían codicia porque el oro que llevaban puesto, y el oro con el que se enterraban, era un oro ceremonial y no tenía el valor comercial que tenía para los europeos. Así que la malicia y la codicia, se sembró junto a la conquista.

El rey Carlos I firmó una Real Cédula en Granada, el 21 de agosto de 1526, el permiso para crear la primera casa, en Santo Domingo. La doble moral volvió a hacerse visible en esas decisiones, al pretender justificar esas casas y preservar los matrimonios europeos, y defender “la honestidad de la ciudad y mujeres casadas de ella y por excusar otros daños e inconvenientes”.

Médico de frayles

El eminente médico portugués Juan Méndez Nieto, quien llegó a Cartagena en 1569, conoció los secretos de las enfermedades de los gobernantes, obispos, hombres y mujeres de su tiempo. En uno de sus testimonios relata que atendió al dominico fray Pedro Mártir, que sufría de una enfermedad venérea. El dominico, al igual que el obispo, tenía esclavos de su propiedad. La Iglesia había legitimado la esclavitud en Cartagena, y todos los claustros tenían sus esclavos.
Pero lo sorprendente es que abundaban las enfermedades venéreas en conventos y claustros religiosos en la Cartagena que vivió el médico portugués. Había muchos potrosos en aquellos años, y el médico Méndez les recomendaba beber las aguas de Turbaco, y descubrió que el origen del mal de la potra lo originaba un parásito en el agua estancada de los aljibes y se alojaba en los testículos. Eran los tiempos de Angélica la Bella, una mujer negra que dejaba boquiabiertos a los españoles. Y era elegida, entre otras cosas, para que diera de mamar a los blancos enfermos de tisis. El médico atiende las mujeres de los españoles, encomenderos, funcionarios, comerciantes de africanos esclavizados y atiende a su vez, a las mujeres esclavizadas.
En los dos grupos encuentra casos singulares, como el de las mujeres españolas que al enviudar eran apetecidas por los peninsulares y criollos blancos, precisa el historiador Jairo Solano Alonso en su extraordinario libro Salud, cultura y sociedad en Cartagena siglos XVI y XVII.
El médico trató también a varias mujeres que sufrían de fiebre del bajo vientre. Una de ellas era Isabel de las Varas, de 30 años de edad, corpulenta, sanguínea, a quien luego de la muerte del marido, le daban unas histerias, con dolores y desmayos. El médico dijo que esa mujer tenía “mucha abundancia de simiente que no era oportunamente evacuada por la falta del marido y terminaba pudriéndose”. Todo el mal se resolvió con un nuevo marido.
Las relaciones entre españoles y mujeres indígenas o africanas, y a su vez, relaciones de mujeres españolas con nativos, forma parte de la observación del médico portugués y de la curiosidad de los historiadores y novelistas.
Una dama o un caballero de la época existían bajo el prejuicio europeizante de los caballeros medievales, y las mujeres nativas indígenas o africanas, eran despreciadas socialmente por los europeos pero celebradas en la vida íntima. Muchas de esas taras culturales perviven hoy, en la sociedad contemporánea. Una nativa bella y pobre en ese tiempo, era una amenaza inminente y una tentación para los militares y esclavistas.

La bruja consultada

La negra Paula de Eguiluz, condenada tres veces por el Tribunal de la Inquisición, fue la mujer más impresionante que vivió en la primera mitad del siglo XVII, en Cartagena. Los obispos de la época y los inquisidores quedaban embrujados por el doble poder seductor de su palabra y su belleza. La condenaron a cadena perpetua, pero siempre encontró una mediación en el poder político y religioso, para ser protegida. Los sacerdotes y los gobernantes le consultaban en asuntos de amor, en conjuros y talismanes para amores clandestinos, y secretos de hechicería. Lo increíble de Paula de Eguiluz era que estando presa, salía de la cárcel con una mantilla bordada en oro a recetarle en privado al obispo fray Cristóbal de Lazárraga y a los mismos inquisidores que la juzgaban.
Ella lideró la brujería en aquellos años de la Inquisición española que duró entre nosotros 212 años, mientras los implacables inquisidores veían brujas por todas partes, en especial, en las mujeres delgadas y pecosas. Y si eran sensuales al caminar, ya presentían ellos que la joven tenía algún pacto diabólico. La doble moral continuó a lo largo de la conquista y la colonia, hasta nuestros días.


Mujeres en conventos

El convento se convirtió en el último refugio de protección de las mujeres nativas.

Pero el convento no escapó a las fragilidades y pasiones humanas, y al deseo complejo de santidad y afirmación espiritual.
En pleno Cessatio Divinis en el que las monjas clarisas, bajo la tutela de los franciscanos, se rebelaron contra ellos, y entraron en huelga de hambre, sitiaron el Claustro de Santa Clara. El teniente enamorado de su novicia irrumpió al claustro, empujó a la abadesa, y salió con su novia en los brazos. Ni los conventos escaparon al asedio mundano de las tentaciones y los horrores políticos.
No se podría comprender a Cartagena, en sus dramas, desatinos y virtudes, de hace más de cuatrocientos años, si no leemos al médico Juan Méndez Nieto, personaje fuera de serie: judío converso, arpista, jugador de naipes, especialista en epidemiología, conocedor de los secretos de las plantas y uno de los sabios de su tiempo. Su libro Discursos medicinales, es un tratado de experiencias cartageneras.

Epílogo
Todo empezó con aquel burdel autorizado por el rey de España, para calmar la sed de los navegantes.

Aquellas arbitrariedades y abusos del deseo, sembraron de cabrones el continente.

Los frutos de la lujuria se repiten con nuevas marcas en el cuerpo, como en las noches de la esclavitud.

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