Las bromas pesadas por su largo y esbelto cuerpo quedaron en el olvido cuando desfiló por primera vez en una pasarela.
Nataly Torres Rentería había conquistado el modelaje con todo aquello que en su adolescencia le había traído burlas y baja autoestima.
“Cuando estaba estudiando en el Inem, todo el mundo se burlaba de mí porque yo no era la típica cartagenera voluptuosa. Era flaca y sin senos, me sentía fea. Era como la patito feo del salón”, explica Nataly.
Lejos de los complejos, la modelo criada en un hogar humilde en el barrio La Campiña, se convirtió en un referente de las pasarelas nacionales, nominada cuatro años seguidos a Modelo del Año por la revista Cromos.
Todo comenzó con un polémico reinado que la alejó de representar a Cartagena en el Concurso Nacional de Belleza, a pesar de obtener los votos de los jurados.
“Después del concurso de Señorita Cartagena, tuve muchas propuestas como modelo y se me abrieron muchas puertas en Bogotá. Cuando terminé mi carrera de artes plásticas en Bellas Artes, me fui a Bogotá con un contrato de Stock Models, con Tony Márquez. Desfilé para muchos diseñadores nacionales y algunos internacionales”.
Ya no le quita el sueño aquel suceso de 2006, al contrario, entiende que fue lo que cambió su destino y la llevó a trabajar por fuera de la ciudad.
“A mí me encantó la experiencia, uno aprende muchas cosas. Estoy contenta con lo que pasó. Tenía una carrera como modelo aquí, pero era muy local”.
Durante 10 años participó en las ferias de moda más importantes de Colombia, siendo elegida por varios diseñadores internacionales como Óscar de la Renta, Carolina Herrera y Badgley Mischka para exhibir sus colecciones en el país.
“Los diseñadores internacionales buscan niñas muy versátiles. Cuando uno es modelo hay que hacer un casting para entrar a la feria y luego hay que hacer otro para los diseñadores. Casi siempre es una angustia pues los grandes diseñadores son mucho más exigentes, buscan niñas que manejan mejor la pasarela, mucho más delgadas y altas”.
Ella siempre cumplió con esas exigencias, aunque ser modelo no siempre resulta fácil. Hacer parte de las elegidas por los célebres modistos requiere talento, profesionalismo y un poco de suerte.
No todas encajan en el perfil que buscan o los atuendos no se adaptan a su figura, además de tener que pasar varios filtros para participar de la feria.
“Los diseñadores internacionales son muy estrictos en cómo le queda el atuendo a la modelo. Cuando vienen a Colombia ya han realizado el desfile en otras partes y tienen un prototipo de modelo para cada vestido. Al momento de organizar el desfile ellos eligen entre la gama de atuendos el que mejor encaje para cada una, son muy precisos”.
Lo más difícil fue ver cómo la discriminación tiñe todas las esferas de la vida y la industria de la moda no es la excepción. No sólo se trata de belleza o actitudes, sino de predisposición ante lo diverso.
“Era muy duro que algunos diseñadores dijeran ‘en mi pasarela no quiero niñas de color’. Muchas veces pasa que escogen a una negra, no escogen dos, entonces se vuelve una competencia entre nosotras. A veces preguntaba: ¿Por qué? Y la respuesta era porque el concepto está inspirado en un tema específico. Lo entiendo, pero cuando hay diseñadores que muy pocas veces o casi nunca escogen para sus pasarelas niñas de color, me afecta”, confiesa sin rodeos.
“Igual debemos mantener la frente en alto y ser profesionales. El racismo es algo que hay que erradicar definitivamente, tanto en la vida normal como en las pasarelas”, enfatiza.
Pero eso no fue un obstáculo para continuar creciendo en su carrera, logrando incursionar en la televisión a través de las escuelas de actuación de RCN Crea y Caracol Televisión. “A partir de mi trabajo como modelo, comencé a explorar el mundo de la actuación. Comencé a hacer pequeñas cosas en Caracol y luego, cuando se me acabó el contrato, comencé a estudiar con RCN”.
Fueron diez años de trabajo continuo desde que se graduó de artes plásticas en Bellas Artes, hasta que el amor llegó y con él un cambio radical.
Italia era su nuevo destino y ahí también logró un espacio en la televisión. Fueron muchos meses de aprendizaje no sólo del idioma sino de las costumbres mediterráneas, que según ella son tan diferentes que la convierten en una rareza en la ciudad.
“Estaba abriéndome camino en la televisión colombiana hasta que llegó el amor, y me casé. Pero me está yendo súper bien. He hecho cine y otras cositas, pero he comenzado a conocer el medio. Este año lo inicié como co-presentadora en el canal Telenorma”.
Aún así Nataly no deja de añorar a Cartagena, a su gente Caribe, a las calles viejas, al pescado frito con patacón y bailar con el sonido de un picó.
“Me hace muchísima falta mi familia y mi país. Puedo viajar por todo el mundo, pero tengo que regresar acá porque me hace falta la gente, la comida, la bulla. Es que no hay nada como Colombia, nada, y menos como Cartagena”.
Comentarios ()