Facetas


Ángel María Villafañe es un museo viviente

GUSTAVO TATIS GUERRA

07 de octubre de 2018 12:30 AM

Parecía un emperador abandonado al atardecer, bajo el ala de su sombrero, con la mochila vacía y sus abarcas de tres puntadas, en la puerta de su casa, bajo la sombra de una enredadera de flores rosadas que mordía la soledad de los muros.

¿Quién será ese señor solitario, de serena elegancia que está sentado ahora en Barranco de Loba?

Sin conocerlo, lo saludé al pasar por la esquina de su casa.

No tuve que preguntar dos veces, porque lo tenía escrito en la libreta, y al señalarlo me lo confirmaron: Es el maestro Ángel María Villafañe.

“Es a él a quien ando buscando”, dije.

En la mañana, al llegar le pregunté a unos niños: ¿A quién creen ustedes que debo entrevistar en este pueblo?

Y todos me dijeron en coro: ¡Al maestro Ángel María Villafañe! Diez horas antes de emprender el viaje, Carlota Díaz Ardila, de Barranco de Loba, residente en Cartagena, me dijo: “Si vas a mi pueblo, no dejes de hablar con el maestro Ángel María Villafañe”.

El nombre quedó resonando en mi memoria y en mi corazón, como si lo conociera desde el siglo pasado.

La sorpresa es que el mismo Ángel María Villafañe estaba esperando a alguien que no conocía, y las brisas del río ya le habían zumbado el rumor de que alguien vendría a entrevistarlo, y me recibió con una décima cantada a pie y a puro corazón, y me enseñó el inmenso y sorprendente museo que ha tallado con sus propias manos, en la casa donde vive.

“Nací el 5 de agosto de 1932 en la Calle del Cementerio, barrio Policarpa, en Barranco de Loba.

Mi padre, Lázaro Villafañe, era un sembrador de maíz, yuca y arroz. También fue obrero y peluquero.

Mi madre era Ana Felicita Gutiérrez.

Estudié hasta segundo de primaria.

Desde que era un niño, a los catorce años, siempre me interesé por la naturaleza, las danzas, la música.

En mi juventud, toqué la guitarra y el acordeón.

Mi grupo Tamban, es pura música tradicional de Barranco de Loba.

En 2011 viajé por Europa, invitado por el Fondo Mixto de Cultura de Bolívar, a llevar la tambora a Francia, a Hungría, a Budapest, entre otros países.

Fuimos 17 personas.

Estuvimos 29 días recorriendo el mundo.

En el festival donde fui asistían 89 países, cada uno con su lengua, había chinos y árabes.

En Brasil estuve 7 días.

Lo que les digo a los jóvenes de hoy, es que mantengan la tradición musical y cultural.

No se puede cambiar lo que hemos heredado.

Ahora hay otros ritmos que se les han sumado a la tradición que no son de la tambora, y creo que hay que tener mucho cuidado con la belleza de lo ancestral, y lo nuevo e impetuoso de la modernidad.

Yo vivo aquí solo en la Calle de la Samaritana.

Mire cómo está la calle, desnivelada, con las piedras que salen a flote con un poco de viento que pasa, y las lluvias que desatan la arena.

Cuando llueve, esto se vuelve una quebrada, una calle baja por donde la lluvia arrastra lo que encuentra.

Bueno, no vivo tan solo. Vivo con Dios, y eso no es estar solo. He sido andariego. A mis 86 años, sigo cantando y haciendo esculturas de madera, cemento y totumo. He estado un poco embromado de salud, no oigo muy bien del oído derecho, tiene que hablarme duro. A veces, me falla la rodilla.

Sigo cantando. Esa fuerza de la música la tengo desde niño.

Tengo un sobrino que está pendiente de mí cada día: Iván Pérez Gómez, y también su esposa Yerlys Quiroz.

Cuando yo era niño, tuve muchos maestros en Barranco de Loba: a Calixto Pacheco, Santiago Nájera y a Amaranto. He olvidado ahora su apellido. Ya le diré.

El 2 de febrero se celebra en Barranco de Loba, la Virgen de la Candelaria, y eso es una fiesta con bailes cantados de calle en calle, bandas, paseos, varas de premio. El 2 y 3 de febrero. El pueblo baila, goza y bebe esos días.

A la Virgen de la Candelaria le he hecho una escultura, lo mismo que a la Virgen María y a San José.

Mis materiales son el cemento, el totumo, las piedras, la madera.

Hay varias canciones que he grabado: “Viva mi tierra” (cumbia), “Son tres letras” (bolero), “Señora juventud” (música tradicional).

Un museo de piedra

La casa de Ángel María Villafañe es un museo de piedra, cemento, madera y totumo.

Ha tallado cada rincón de la casa, las piedras del patio que ha arrastrado el río o la lluvia han sido talladas por sus manos de amansador de tempestades.

En el patio ha pintado sobre las piedras los pavos reales, las gallinas, las garzas, los peces que aún nadan en el río Magdalena: los bocachicos y los bagres.

La casa es un museo de la memoria de los pescadores y los sembradores y los habitantes de Barranco de Loba que aún festejan sus bailes cantaos, muy cerca de ese río manso en verano e indomable en invierno.

También ha pintado a los africanos esclavizados con sus tambores ceremoniales.

Y a los indígenas zenúes y malibúes que habitaron los cerros altos, en medio de la manigua.

De esa investigación africana, salva las palabras Quimba y Kalunga.

Epílogo

Por su memoria pasan los últimos buques de vapor por el río Magdalena: el David Arango, de tres pisos, incendiado en 1961; el Medellín; el Atlántico.

Eran buques de carga y de pasajeros.

No pasa un día sin que Ángel María Villafañe talle caimanes, garzas y bagres en totumo, y cante décimas.

En su casa guarda infinidades de trofeos que ha ganado a lo largo de su intensa vida musical y artística.

La música viene arrastrada por el viento del río.

Y el río viene con sus cantos de tambora.

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