Empezó “tocando” los platos de la cocina de su casa cuando tenía tres años, resonándolos hasta el límite de quebrarlos para escuchar algo de música.
Andrés Ayola Taboada, apenas dejó de ser niño y a sus 16 años es un virtuoso de la música, un estudiante becado del Street Music School en Nueva York, la ciudad donde nació el 30 de enero del año 2000. Dice que todo se lo debe a su padre cartagenero Israel Ayola Cuéllar, profesor y técnico en deporte, y a Indira Taboada, su madre, una administradora de recursos humanos, nacida en Ovejas (Sucre). Hace cuatro años, cuando tenía doce años, su padre los llevó a ver a Paquito D’Rivera en Blue Note Jazz Club. No le alcanzaba el dinero para pagar la entrada y aún menos, para consumir dentro del club, pero su padre le rogó al portero que todo lo hacía para que su hijo, que soñaba con ser músico, escuchara de cerca al gran músico cubano.
El padre logró esa hazaña y terminó pidiéndole a Paquito, en el camerino, que le firmara un suéter. De regreso a su puesto, le entregó el suéter a su hijo, y más tarde, le presentó al músico. Paquito le preguntó al niño: ¿Qué instrumento tocas? Y Andrés le dijo: “El oboe”. Y Paquito exclamó: “¡Coño, Andrés, qué complicado es ese instrumento!”. Seis años después, Paquito y Andrés terminaron compartiendo escenario en un concierto. La vida siempre es una sorpresa. Paquito recordó al niño y lo saludó efusivamente.
El padre quería al principio que su hijo fuera un futbolista, pero “no dio bola en eso”, dice riéndose. “Y decidimos apoyar su vocación musical”. Hicieron todos los esfuerzos para comprarle el oboe, y un viernes lo lograron, pero un lunes en un parpadeo en la universidad, alguien entró y se llevó el morral y el instrumento de Andrés. Fue un golpe tremendo, pero volvieron a emprender la aventura de comprarle el instrumento.
Atrapado en la música
Primero empezó escuchando a Mozart y Beethoven, pero en sus treguas en Cartagena, escuchaba vallenatos de Diomedes Díaz. “Era que escuchar a Diomedes era como estar cerca de Colombia”, dice riéndose su padre. Y Andrés, con la seriedad de un joven maestro, explica que la música fue su tentación que creció desde sus tres años, hasta descubrir a los grandes músicos clásicos, y los monstruos del jazz norteamericano que se han extendido por todo el mundo. Dos de esos monstruos son Miles Davis y Charlie Parker.
Empezó a practicar su instrumento tres y cuatro horas, pero ahora lo hace diez y doce horas diarias. Pero los padres se miran en silencio y me confiesan que tuvieron que comprar una cabina que lo aisla dentro de su propio cuarto y no deja que el sonido pase a su habitación.
Los profesores de Andrés que celebran con honores las cualidades artísticas y humanas de este joven músico, nunca supieron que por un problema de los riñones al nacer, Andrés perdió su oído derecho. “Escucho con mi único oído izquierdo las cosas pequeñas de este mundo y escucho todo lo que tengo que escuchar para ser cada día mejor en la música”, me dice.
“Si me dicen un secreto en el oído derecho no lo escucharé jamás”, confiesa.
“Nunca lo había dicho”, dice el padre, “pero una de las cosas que admiro de mi hijo es su actitud y el manejo de las situaciones. Nadie lo sabe. Ni la profesora de piano Marcia Lewis, que ha estado con él 5 años, se había dado cuenta. Y cuándo lo supo exclamó: ¡Indira, cómo va a ser posible eso!
Andrés solo sonríe con la serenidad de quien encontró en el lenguaje de la música una forma de expresar su vida y su mundo interior. Se silencia a veces y habla con sus ojos verdes.
CON LOS GRANDES
Andrés Ayola dice que el jazz es un lenguaje y él se siente “como un bebé en el lenguaje del jazz”. Le parece curioso que haya pocos músicos que estén en los dos mundos, el de la música clásica y en el jazz. Tiene como maestros a Arturo O’Farril, hijo del célebre Chico O’Farril. A Josh Evans, Christian Mebride, Melissa Walker, Julius Tolentino, Bruce Wiiliams, Mike Lee, Michelle Rosewoman, David Gibsonm Fredie Hendrix, Lovett Hines, entre otros. Para él la improvisación en el jazz parte de una creación que se renueva en cada interpretación. Como si fuera una partitura que se enriquece en cada momento.
Tiene gratitud por tantos maestros en Estados Unidos y en Cartagena, especialmente para Patricia Ojeda y su Escuela Musical que forma músicos y talentos en la ciudad y el mundo.
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