Revista dominical


Ana Isabel Lora, una vida tejida con hamacas

JULIE PARRA BENÍTEZ

01 de febrero de 2015 12:01 AM

Durante más de 40 años Ana Isabel Lora, de 65 años, ha tejido la tradición artesanal de su pueblo.

Día tras día, Chave -como le dicen de cariño- se levanta al alba para consagrar su cultura en las hamacas de San Jacinto, una pasión que sintió desde pequeña y que sólo pudo aprender gracias a su interés por este oficio.

“Desde pequeña me fascinaba y quería aprender a tejer, pero mi mamá no sabía y la manera de hacerlo era observando en la calle”, recuerda Chave.

A donde quiera que llegaba sentía curiosidad por los telares. Anteriormente casi todas las personas sabían tejer así que siempre los veía y los tocaba hasta que alguien la regañaba porque podía dañar la hamaca.

“Un día, una de mis dos hermanas y yo pensamos en hacer una hamaca roja para mi hermano. Pusimos los hilos en el telar pero no la sabíamos empeinar (entrelazar un hilo con dos varillas para  empezar el tejido de la hamaca) y en vez de meter un hilo en cada espacio, poníamos dos y hasta tres. Pasamos más de una semana en eso y la hamaca no nos resultaba, se nos enredó”.

No le gustaba preguntarle a las personas expertas en esa técnica, pues para ella, la magia de tejer estaba inmersa en descubrir por sus propios medios la manera en que una cantidad de hilos envueltos en telares, daban como resultado hamacas de distintos colores.

Hasta que entendió cómo se entrelaza la herencia milenaria.

“Un día fui a donde una tía y le comenté que estábamos haciendo una hamaca, y que no la habíamos podido empeinar. Entonces mi tía me dijo: seguro que cogen tres, cuatro y cinco hilos y solamente van coger uno solo, el de adelante… Total que llegué contenta a la casa y comenzamos a intentar hasta que por fin nos dio. Eso fue una alegría”.

Así comenzó Chave a cultivar ella sola la tradición de sus ancestros. 

“Después de eso, mi hermana vio a una señora con una faja bordada y me propuso que bordáramos la hamaca. Entonces empezamos a soltar y a bordar las flores – un trabajo que requiere mucha habilidad por los intrincado del diseño-. Nos quedó linda aunque no estaba perfecta. Cuando la terminamos un señor de los almacenes de La variante que se llamaba Nelson Ramírez, nos dice: les compro la hamaca. Y enseguida le respondí: ¡te la vendo! De inmediato mi hermana le dijo que si nos daba 40 mil pesos se la entregábamos. En esa época era bastante dinero, pero él no lo pensó y nos pagó. Nosotras nos moríamos de felicidad”, cuenta Chave entre risas, al recordar que la hamaca de su hermano terminó en manos de un comerciante.

Posteriormente, Chave continuó aventurándose en las entrañas del arte de tejer.

Sin embargo, ante los posibles fracasos, tomó la decisión de consultar a una artesana veterana y a partir de allí comenzó su historia como tejedora, oficio que le permitió a educar a sus cuatro hijos sin la compañía de un esposo.

Por mucho tiempo su trabajo principal fue la elaboración de hamacas, labor a la que dedicaba gran parte de su tiempo para poder obtener ingresos para sostener a sus hijos, aunque aclara que todo lo que logró fue gracias al apoyo de su madre, quien además de ayudarla a atender a los pequeños, realizaba labores domésticas para contribuir con la familia.

A pesar de que sus hijos ya crecieron, Isabel Lora cuenta con gran orgullo que seguirá tejiendo hamacas hasta el día de su muerte o hasta que sus capacidades físicas se lo permitan porque para ella  más que un oficio, es un signo de su identidad.

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