Todo estaba dispuesto en la humilde vivienda. Las mujeres vestidas de negro lloraban la pérdida de Andrés Antonio Vargas Banquett, un pescador de 40 años, que había desaparecido de las agua de la quebrada de Uré, en el municipio que lleva su mismo nombre, en el sur de Córdoba.
Ninguno de los presentes perdía la esperanza de que los miembros de la Defensa Civil encontraran el cuerpo que había arrastrado la corriente. Sin embargo, con el paso de las horas esa posibilidad se hacía más remota. Habían buscando por todos lados y el cuerpo no flotaba.
Las velas se iban consumiendo poco a poco. Las lágrimas de sus familiares eran incontrolables. La muerte de Vargas ese Sábado Santo era una tragedia para su humilde familia, pues de él derivaban el sustento de su casa.
Un mantel blanco sobre una mesa de madera, un vaso con agua con un algodón dentro para que su ánima no padeciera en caso de tener sed, un cristo metálico y el llanto lastimero de su familia formaban parte del triste panorama, en una de las viviendas más humildes del municipio.
Habían pasado dos días desde que habían visto desaparecer en las turbulentas aguas a uno de los pescadores más aventajados de la zona. Todos lo buscaron, pero nadie lo encontró. Aún así siguieron con el rito del velorio para que su alma no estuviera en pena.
En medio de la incertidumbre y el dolor Andrés Vargas apareció en su casa. Allí estaba en medio del velorio y del llanto. La gente no podía dar crédito a lo que veía. Inicialmente pensaron que se trataba de un fantasma. Tuvo que gritar para que no salieran corriendo espantados. "Soy yo. Estoy vivo", dijo mirando con asombro su propio velorio.
Lucía sucio y desencajado. En ese momento nadie pidió explicaciones. El llanto se convirtió en risa y los vecinos corrieron a apagar las velas y a levantar el altar para que este no se convirtiera en un mal presagio.
Había ocurrido lo mismo que decía la canción de Abel Antonio, a quien le hicieron cinco noches de velorio y apareció vivo, luego de varios días de caminatas incesantes.
Cuando todos lograron reponerse de la sorpresa, explicó que nunca estuvo en peligro, que se había hundido en las turbulentas aguas, pero que metros más abajo salió sin problema alguno y que decidió esconderse en el monte porque huía de personas interesadas en matarlo.
No se sabe si la versión del pescador es cierta o no. Hoy todos le llaman el muerto vivo de Uré y sus amigos y familiares hacen romería para verificar con sus propios ojos que estuviera vivo.
Fueron tres noches de velorio y lágrimas que terminaron con su aparición. Ese fue el final de las velas, del agua con el algodón para la sed de las almas y de la búsqueda de un cuerpo que jamás estuvo en la quebrada de Uré.
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