Es muy común que los ciudadanos nos quejemos permanentemente por lo mal que anda el país y en particular, de los políticos y de las reconocidas prácticas corruptas de una gran parte de estos. Aunque afortunadamente no son todos, una gran cantidad ve al erario como un botín personal para enriquecerse, hecho que la Procuraduría General de la Nación y la Fiscalía General de la Nación han ido esclareciendo en muchas partes del país, incluyendo a Cartagena, además de dentro de sus propias instituciones.
Pero si somos buenos para criticar estos hechos, somos malos para votar y por consiguiente el gran elector del país es entonces la abstención, como se puede constatar en la columna de opinión de Mauricio Cabrera hoy en este diario, cuyas estadísticas son espeluznantes.
Somos especialistas en inventar pretextos para no ir a votar: que es muy engorroso y complicado; que es mejor emplear el día en ir de paseo a extramuros dado el poco tráfico; y con más frecuencia, nos decimos que votar no cambia nada porque siempre saldrán elegidos ‘los mismos con las mismas’, una expresión que ya es un comodín para hablar de política y de elecciones.
Hoy, sin embargo, podemos cambiar esa tendencia socialmente catastrófica, votando en las elecciones para el Congreso de la República, tanto para el Senado como para la Cámara, además de tener la posibilidad de hacerlo por circunscripciones especiales de comunidades indígenas y de afrocolombianos. También podemos votar en una de las dos consultas para definir los candidatos presidenciales de ambas: la Gran Consulta por Colombia, entre Iván Duque, del Centro Democrático; Martha Lucía Ramírez, del Partido Conservador; y Alejandro Ordóñez, independiente; o la ‘Consulta inclusión social para la paz’, entre los izquierdistas Gustavo Petro y Carlos Caicedo.
Si bien es cierto que buena parte de la clase política incurre repetidamente en malas prácticas, también lo es que hay algunos políticos serios y que en estas elecciones hay jóvenes no contaminados y muy conscientes de la importancia de cambiar el país. Pero si nuestro pragmatismo, o cinismo, no nos deja creer en ellos ni en nadie, podemos votar en blanco, lo cual es una manera de ser responsables y de ejercer presión.
Votar no es un deber legal, pero sí es una obligación moral y además, una conveniencia directa no solo para la sociedad, sino para nosotros mismos al incidir directamente en escoger a quienes nos gobernarán, ojalá bien gracias a nuestro voto juicioso. Así que hoy la cita es en las urnas. ¡No fallemos!
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