Editorial


Turismo y campanazos

El turismo para Cartagena es una actividad esencial, en la que ha recorrido un trecho largo, aunque con sobresaltos. Desde hace varios años la industria sin chimeneas viene repuntando a través de los cruceros, que se multiplicaron geométricamente comparado con su tímido arranque; y a través de los cada día más frecuentes vuelos internacionales que llegan al aeropuerto Rafael Núñez de distintos lugares. Con frecuencia y desde hace varios años también, Cartagena aparece cada vez más en las grandes publicaciones internacionales de viajes, como un destino importante del mundo al que hay que visitar. Ya hay temporadas turísticas más altas que otras, pero Cartagena siempre tiene visitantes nacionales y extranjeros.

Cartagena, sin embargo, no puede descuidarse un segundo ni dormirse sobre sus laureles, sino que tiene que cuidar celosamente el funcionamiento correcto de este destino, dotándolo con cada vez más profesionalismo en todas sus actividades.

Se necesita un mayor control de todos los aspectos de esta industria de servicios  por parte del Distrito porque la maquinaria está funcionando mal para muchas cosas, como por ejemplo, la oprobiosa y chantajista ‘pruebita’ de las masajistas, la que tiene que acabarse. El episodio de las turistas chilenas a las que estas extorsionistas les cobraron más de cuatrocientos mil pesos por un masaje que nunca fue y que tampoco querían, no es la excepción a la regla, sino que la confirma. Todos los días funciona este aparato extorsivo en las playas de Cartagena, aunque no todas las veces salte al conocimiento público.

En el Centro también abunda el acoso a los visitantes, aún no con la abusividad antes descrita, aunque se le parecen un poco a las masajistas los ‘raperos’ que tratan de obligar a los turistas a darles plata, acosándolos con equipos de sonido portátiles y una actitud agresiva que incomoda a la mayoría de sus ‘clientes’, que lo son a la fuerza.

El Distrito tiene que reglamentar las playas y también tiene que tener mucho mejor control sobre lo que ocurre en estas y en los demás corredores de turismo, hoy amenazados por la informalidad y por la agresividad de muchos vendedores de distintos artefactos, que ven a los turistas como un objeto al que tienen derecho a ‘desplumar’, muchas veces enojándose cuando no les paran las bolas que creen merecer. 

La degradación del ecosistema de Playa Blanca es otro de los ejemplos en donde la inmediatez por ganarse la vida, sumada a la falta de autoridad, amenaza la sostenibilidad de la ‘caja registradora’ de Barú y su supervivencia como ecosistema. Allí también es notorio el acoso insoportable a los visitantes.

En todos los casos se requiere una campaña educativa permanente y bien orientada, pero también se necesita autoridad constante para frenar los abusos cuando apenas son incipientes, para no tener que enfrentar crisis mayores después. Cartagena necesita oír los campanazos de alerta y ponerle atención a los detalles si ha de sobrevivir como destino turístico apetecible.

 

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