Ayer publicamos en El Universal una nota dando cuenta de que los trabajadores del Transporte Público Colectivo (TPC), es decir, los buses y busetas tradicionales, agremiados en la Asociación de Trabajadores de Transporte Público, se sienten resentidos por el impacto de Transcaribe sobre los puestos laborales perdidos al comenzar a funcionar este último, situación que sin duda empeorará a medida que se vayan chatarrizando los vehículos del TPC. Entre los afectados, dice este gremio de trabajadores, no solo están los conductores del TPC, sino toda la cadena laboral que depende de este: los ‘esparrin’, los que miden el tiempo en los relojes sobre las aceras, los talleres de latonería y pintura, los de mecánica, los tapiceros, los vendedores de insumos para talleres, entre varios otros, como por ejemplo, los vendedores ambulantes, actores, cantantes y demás informales que entran y salen de los buses del TPC tratando de ganarse algunos centavos. Aunque no conocemos el origen de este cálculo, se dice que los afectados por Transcaribe serán 6 mil personas.
Para minimizar el golpe a los puestos laborales formales e informales, hay una estrategia entre Transcaribe y la Alcaldía para la integración laboral, que implica aceptar en el Sistema Integrado de Transporte Masivo (SITM) a todas las personas del TPC que sean rescatables mediante capacitación, y también buscarles alternativas laborales a través de cursos del Sena, los que también deberían estimular que estas personas monten negocios propios.
De los 428 conductores de Transcaribe, 153 vienen del TPC, y la meta final es que esta mezcla sea de 50% y 50%. Sin embargo, 85% de los trabajadores del TPC no son bachilleres, que es un requisito de Transcaribe para comenzar a pensar en emplear a alguien.
Aunque todo lo anterior es cierto y es lamentable, la única manera de analizar esta aparente dicotomía entre el TPC y Transcaribe es la de considerar cuál de los dos sistemas le hace el mayor bien a la mayor cantidad de personas, y es obvio que el SITM favorece el bien común de manera sobrada comparada con las falencias del TPC, desde las ambientales hasta las de comodidad, dignidad y seguridad.
Transcaribe es responsable del cambio más positivo en la actitud de los cartageneros en tiempos recientes. Sus pasajeros lo quieren y lo cuidan, hacen y respetan las filas, y ejercen presión social intensa contra los colados al sistema.
Por contraste, la mayoría de los conductores del TPC actúan como dementes al volante, rompen todas las normas y solo obedecen sus propias reglas nacidas de la guerra del centavo. Los vehículos del TPC son una amenaza pública, tanto para sus pasajeros como para los demás vehículos en la vía. Eso quizá ha hecho que la mayoría de las personas vean su salida como un gran progreso y alivio, que pesa más que cualquier sentido de solidaridad con los trabajos que dejan de existir. A pesar de eso, hay que persistir en tratar de emplear a quienes queden cesantes.
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