El Universal visitó Playa Blanca la semana pasada y encontró que no solo no habían sido desarmadas más casas de las construidas ilegalmente sobre la playa, que con seguridad son la mayoría, sino que la construcción de hostales y pequeños hoteles en las áreas de bajamar siguen como si nada y a toda marcha. Es decir, la playa se sigue tugurizando sin reparos. No importa la ley ni importan los requerimientos ambientales, y como en la mayoría de la construcción en la ciudad, los trámites, reglas y normas son lo de menos, convirtiendo a las autoridades en objetos de sorna. En realidad, ¿quién o quiénes mandan en Barú?
La playa estuvo con una gran cantidad de bañistas en estos dos puentes que pasaron y también en esta semana. No sabemos cuál es el criterio para tasar el aforo de Playa Blanca en 3124 personas, pero suponemos que obedece a parámetros internacionales aceptados para estas situaciones. De todas maneras, aun con menos de este aforo, la playa se veía llenísima y dudamos que cada persona que necesite orinar, por ejemplo, se salga del agua, por lo que sería importante medir este parámetro. A simple vista se ve que los bañistas podrían estar a merced de estos líquidos corporales de una manera malsana y repugnante.
Afortunadamente la Capitanía de Puerto anunció que prohibiría la ida a Playa Blanca por mar y el Datt anunció haber devuelto 200 buses de Barú para evitar sobrepasar el cupo máximo diario mencionado arriba. Estas medidas son un gran avance, pero falta más gestión en las demás áreas. Sigue llegando la comida para vender de manera ilegal, quizá camuflada en otros vehículos no turísticos locales, o quizá por mar en embarcaciones también locales.
Desafortunadamente las temporadas altas y los puentes son vistos por los vendedores formales e informales como el momento de ‘desquitarse’ por la relativa quietud de otras épocas, y muchos hacen cualquier cosa, legal o ilegal, por intentar que llegue el máximo de visitantes posibles sin tener en cuenta el aforo legal.
A la mayoría de estas personas las necesidades ambientales de Playa Blanca también les suenan a pura paja, y si se les habla de que las tortugas ya no pueden desovar allí, por ejemplo, responderán que no les importa con tal de comer ellos primero. La necesidad de muchos es tan apremiante que les importa poco que Playa Blanca se acabe. Y en cuanto a los más pudientes con casas y hoteles, parecen pensar que ahora es su turno, y tampoco les importan las consecuencias de su depredación. Pobre Playa Blanca y pobres descendientes de quienes la destruyen junto con su fauna y flora
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