Una y otra vez vemos cómo en los medios de comunicación aparecen titulares que se refieren a peleas entre los llamados “jóvenes en riesgo”, que desatan alteraciones en distintos sectores de la ciudad, causando miedo entre los vecinos y muchas veces dejando muertes a su paso.
Solo el año pasado, según las estadísticas de la Policía Metropolitana de Cartagena, fueron 21 víctimas mortales las que dejaron estas disputas. El hecho no es nuevo, pero lo que causa alarma es que aumentó el uso de armas de fuego, industriales y artesanales, por parte de los pandilleros, no solo por los homicidios y las lesiones que causan con ellas, sino porque ahora muchos de estos grupos han empezado a participar de eventos delictivos, como hurtos.
Entonces, algunos de esos pandilleros han pasado de ser esos jóvenes que se sentaban en las esquinas a tirarse piedras con sus similares de barrios vecinos, por una muchacha o por líneas fronterizas, a miembros comunes del hampa local.
En muchas ocasiones estos muchachos se han visto inmersos en líos de expendio de estupefacientes y otros actos ilícitos. Por ello, se debe buscar frenar esta situación prontamente y evitar que grupos de jóvenes se fortalezcan en esas actividades y terminen convertidos en bandas delincuenciales, puras y duras, como ha pasado en otros países.
Pero la solución va más allá de los trabajos de inteligencia, de la represión y la fuerza. Si bien son de vital importancia, todo ese trabajo de las autoridades debe ir acompañado de propuestas sociales serias, y los puntos principales a “atacar” deberían ser las familias y la escuela.
La familia por ser la primera escuela, donde se forjan los valores y las buenas costumbres. Las instituciones educativas, por ser los principales centros de aprendizaje.
Allí es donde deben ir enfocados los esfuerzos con planes que incentiven a los jóvenes, sobre todo de los estratos bajos, a que asistan a los colegios, pues, según la Policía Metropolitana, son más de 16 mil jóvenes los que están en etapa escolar, pero están en sus hogares o en las esquinas de los barrios, haciendo nada. Y algunos se están convirtiendo en un problema para su núcleo familiar.
La educación es clave y debe ir acompañada de programas dirigidos a ayudar a encontrar empleos para estos jóvenes, por lo que la vinculación de las empresas privadas es vital para conseguir el objetivo.
Hay que atender el problema de las pandillas de manera integral, con programas que perduren y que no dependan de las administraciones de turno, sino que sean política de Estado.
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