Tratar de ponerle el freno al régimen del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, tiene respuestas cada vez más desagradables por parte de ese Gobierno.
La oposición ha intentado de diferentes maneras hacerle ver que el país requiere políticas serías para evitar que se siga derrumbando por su grave crisis económica y social dada la hiperinflación, la escasez de comida, medicamentos y otros productos básicos y los retrasos en entregar los alimentos subsidiados que reciben millones de venezolanos.
La inseguridad está cada vez peor. Las muertes violentas quedan sin capturas. Por ejemplo, a finales del año pasado asesinaron a un cartagenero dentro de su apartamento en Caracas y hoy todavía no hay respuestas por ese crimen.
Ese régimen no solamente ha presentado evidencias falsas para condenar a opositores, como pasó con Leopoldo López, sino que también usa toda su artillería en contra de los manifestantes que salen a la calle a protestar.
La semana pasada murieron baleadas cuatro personas y 15 más quedaron heridas en Mérida tras una ola de protestas por la falta de alimentos. Según el gobernador de ese estado, las muertes fueron “producto de carros que andan armados disparando”. Absurdo.
El terror y la sangre que corre en el país vecino se pudo ver por las redes sociales el pasado 15 de enero, cuando unos 600 hombres de cuatro cuerpos de seguridad, en la llamada operación Gedeón, llegaron al lugar donde se escondía desde hace un mes el piloto Óscar Pérez con seis acompañantes más.
A pesar de los gritos de Pérez en los que pedía que se les respetara la vida, que estaban dispuestos a entregarse, todos fueron aniquilados.
Todo indica que querían volver polvo su cadáver, la autopsia arrojó que recibió un tiro de gracia en la frente más las heridas internas por la onda explosiva de un cohete antiaéreo ruso y de granadas de mano. El Gobierno de Maduro dio vueltas para entregar el cadáver de Pérez a sus familiares. Apenas ayer, sin atender los deseos de su familia y en presencia de solo dos parientes, pudieron darle el último adiós.
Con esa masacre, sin duda, Nicolás Maduro quiso demostrar una vez más que quien no está de acuerdo con sus pobres ideas, puede pagar con sangre y con su vida.
Además, es un mal mensaje para los diálogos que supuestamente avanzan con un sector de la oposición en República Dominicana.
¿Cuánta más sangre tendrá que correr ante los ojos del mundo, mientras la represión y la intolerancia se convierten en la única herramienta para gobernar?
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