Editorial


Los coches, vuelve y juega

EL UNIVERSAL

21 de febrero de 2018 12:00 AM

Nadie duda que los coches son un elemento tradicional de Cartagena y que pasear en ellos es extremadamente agradable para la mayoría de las personas, especialmente para aquellas que no entienden bien cómo se siente el ‘motor’ de este vehículo, que es el caballo, en el entorno en el que le toca funcionar.

Hay que aceptar que la condición física de los caballos en general mejoró muchísimo, porque antes la gran mayoría eran un saco de huesos armados por el cuero, y ahora la mayoría de estos animales está en mucho mejor estado y además, tienen mayor tamaño con respecto al que tenían.

Las pesebreras siguen siendo una vergüenza, porque dada la escasez de terrenos para construirlas cerca del Centro y del resto del sector turístico, son demasiado pequeñas, más unos cepos de castigo que unos espacios cómodos; y porque las ‘camas’ que tienen, que es el material suave y seco sobre el cual se deberían echar estos animales a descansar después del trabajo, es casi inexistente y cada día será peor. Las buenas camas, como es la cascarilla de arroz, pasó de ser un artículo abundante que regalaban los molinos de arroz con tal que se los quitaran de sus instalaciones, a uno vendido y costoso, al que hay que añadirle el precio de transportarlo hasta las pesebreras. Es dudoso entonces que los caballos cocheros lleguen a tener las pesebreras espaciosas y las camas mullidas y secas que necesitan, y en vez de estas, se suelen tener que echar a descansar sobre sus propias heces y orines.

Y en cuanto a los coches en sí, no suelen ser de quienes los operan, sino de empresarios que tienen varios y se los alquilan a sus aurigas, los que tienen que exprimir a los caballos para ganarse el día. Y los coches son en general demasiado pesados para los caballos que los tiran, además de que se mueven sobre calles de concreto en el Centro, lo que además de golpearles los cascos y las articulaciones, los obliga a hacer grandes esfuerzos cada vez que arrancan o paran, resbalando y cayéndose con frecuencia, dada la energía cinética de un coche andando y el poco agarre de unas herraduras metálicas, pequeñas y lisas con respecto a la masa y peso que jalan y frenan sobre esa superficie de poca adherencia.

Y luego están los olores a berrenchín por las rutas de los coches en el Centro Histórico, que llegan a ser insoportables y que hace, desagradable caminar por esos lugares.

El esquema de los coches debería ser replanteado para que no sea cruel para los caballos, y para que sea rentable para los cocheros, o cambiarlos por vehículos eléctricos, mucho menos pintorescos, pero más silenciosos y sin olores, y con mayor capacidad para pasajeros. Solo falta la voluntad política.

 

 

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