Editorial


Humboldt, el precursor ambiental

EL UNIVERSAL

25 de junio de 2017 12:00 AM

Alexander Von Humboldt nació en 1769 en el seno de una familia prusiana adinerada. La Revolución Francesa ocurrió cuando apenas tenía 20 años, y algunos de sus ideales influyeron en él. A este suceso histórico se le atribuye el inicio de la democracia moderna y la soberanía popular, cuya influencia se regó por el mundo.

La vida, la época y las influencias recibidas por este alemán universal están muy bien descritas en el libro “La invención de la naturaleza: el nuevo mundo de Alexander Von Humboldt”, de Andrea Wulf, el que no solo debería ser parte indispensable de la biblioteca de un ambientalista, sino de la de todos los ciudadanos contemporáneos comunes y corrientes.

Humboldt, nos cuenta Wulf, quien pudo haber vivido como un señorito aristocrático, invirtió su fortuna y su vida en sus exploraciones y en su producción científica, la cual compartía sin egoísmo con la comunidad intelectual del mundo. Escribió en su vida por lo menos 50 mil cartas, y recibió al menos el doble de esta cantidad. Murió un hombre pobre en dinero, pero rico en logros científicos y humanistas.

En un viaje de exploración a América que duró 5 años, escaló el Chimborazo en 1802 y allí “comenzó a ver el mundo de una manera distinta. Veía a la Tierra como un gran organismo viviente en el que todo estaba conectado, concibiendo una audaz y nueva visión de la naturaleza que aún influencia la manera como entendemos el mundo natural”, nos dice Andrea Wulf.

Es decir, Humboldt fue el primer ambientalista moderno del mundo, exploró varios continentes y nos advirtió desde entonces acerca de la influencia nociva del hombre sobre su hábitat luego de explorar Venezuela y ver la deforestación y la erosión causada por el mal uso de la naturaleza por parte de los españoles. A partir de allí sus advertencias fueron permanentes al explorar los demás continentes.

Humboldt estuvo en Cartagena antes de ir a Bogotá y exploró detalladamente los volcanes de lodo de Turbaco y la naturaleza de esa zona, incluida la del hoy Jardín Botánico Guillermo Piñeres, así que a este gigante de la ciencia deberíamos sentirlo muy cercano los cartageneros y bolivarenses.

Los colegios del país deberían ofrecer la que podría llamarse la cátedra Humboldt-Caldas para concientizar a nuestras juventudes que cuidar el medio ambiente es un asunto de supervivencia, y no un capricho reversible.

Igual deberían aprender algunos líderes poderosos de ultramar, cuyo desprecio por la naturaleza podría marcar el fin del mundo como lo conocemos hoy.

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