Editorial


Fuentes innecesarias de ruido

EL UNIVERSAL

10 de enero de 2018 12:00 AM

Se entiende que una ciudad tenga ruido inherente a su vida diaria, como ocurre en todas: hay la suma del ruido individual de los motores de los vehículos, más las sirenas de ambulancias y de carros de policía. También es normal el ruido de aviones que cruzan por encima. En los países desarrollados, las autoridades reconocen que el ruido es un problema de salud pública y trabajan duro para aminorarlo. En las ciudades educadas, los pitos de los carros son instalados para emergencias y solo así son usados.

En Cartagena, en cambio, hacer ruido parece ser una de las habilidades principales de muchos ciudadanos y las autoridades no controlan bien esta anomalía. Los vehículos más pequeños, las mototaxis, resultan ser los más irritantes productores de ruido, pues telegrafían varios pitazos por cada persona que ven en la calle y que consideran un pasajero potencial de esta máquina, mortal en manos tan irresponsables. Los taxis colectivos, especialmente los ‘zapaticos’, que se comportan como mototaxis de cuatro ruedas, también son grandes emisores de ruido, y también les pitan a lo que se mueva. Los buses del sistema tradicional (TPC) ya son legendarios por tener adminículos especiales para hacer ruido cuando frenan, y equipos de sonido usados a volúmenes estrepitosos.

Capítulo aparte merecen las ‘chivas’ turísticas, una gran idea que se dejó pervertir con amplificación que casi todas las veces está salida de madre, sin importarles a sus conductores y propietarios pasar por barrios residenciales haciendo escándalo en nombre del ‘turismo’, ese que le pesa a la ciudad en vez de aportarle, incluyendo las que han destruido la grama en áreas del paseo peatonal de Bocagrande al bajar allí a sus pasajeros a mostrarles la bahía.

Y si la cosa es grave en tierra, no es nada mejor en el agua. A la mayoría de las lanchas, desde que sus pilotos las comienzan a sacar por la mañana para las faenas turísticas o privadas, les prenden primero y a todo volumen el equipo de sonido, y mientras más duro, mejor. Tampoco les importa el vecindario, ni las marinas los educan ni controlan. 

Y los improvisados sitios de música electrónica siguen torturando a sus vecinos en temporada, como en la zona de La Boquilla, donde ni la Alcaldía, a pesar de varios esfuerzos, pudo apagar una música delincuencial según el Código de Policía, que allí resultó nulo.

De seguir por ese torpe camino, Cartagena se degradará cada vez más como sitio para vivir y como destino turístico de calidad, pero parece que eso no le importa a mucha gente.

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