Después de invertir casi 15 mil millones de pesos en obras para evitar que el barrio El Socorro fuera inundado por el canal Ricaurte, un aguacero de ayer repitió la ‘hazaña’ de siempre a pesar de los trabajos que supuestamente la evitarían.
Algunos habitantes del sector le dijeron a El Universal que sus casas se habían inundado con la misma velocidad e intensidad que antes, cosa grave no solo de por sí sola, sino teniendo en cuenta que el aguacero no fue de los más fuertes ni largos que conocemos en la ciudad. Tienen mucho que explicar quienes diseñaron las obras para saber por qué no funcionaron, y ojalá los gremios de la ingeniería local ayuden a la ciudadanía a entender lo sucedido. Esperamos que la explicación esté en algún inconveniente de última hora fácil de resolver, y no en un error garrafal de ingeniería o en la construcción de las obras.
La ciudad tiene que dejar de aventurarse con las soluciones a problemas recurrentes como el manejo de sus cada vez más frecuentes y mayores excesos de agua, bien sea por lluvias o por mareas, o por una combinación de ambas, como sucede con alguna frecuencia.
Las famosas válvulas ‘pico de pato’ instaladas en el paseo peatonal de Bocagrande son otro caso notorio de una solución inadecuada, agravada por la falta de mantenimiento, carencia que les impide funcionar aunque sea parcialmente. Ya intervienen libremente en ellas vecinos de buena voluntad sin que el Distrito logre establecer alguna unidad de su frondosa burocracia que se ocupe de mantener ciertos equipos de la ciudad con dedicación y conocimiento.
Otro ejemplo similar son las bombas instaladas en la plaza de la Aduana y en las proximidades del parque del Centenario, que deberían mantener sin agua salada ni de lluvia a estos lugares, pero por falta de mantenimiento ninguna funciona. También hemos recalcado en el mal estado de muchas calles, fruto del abandono total. Tampoco hay quien limpie los imbornales ni tuberías de desagüe, a menos que sea Aguas de Cartagena tratando de solucionar con sus equipos algún problema que no les corresponde, pero que termina afectando su operación de alguna manera.
Hemos insistido aquí que la Alcaldía debería reestructurar sus secretarías para que en verdad les sean útiles al procomún, en vez de atender intereses particulares y grupistas de manera habitual, descuidando sus verdaderas obligaciones.
O quizá el Distrito debería recurrir a Aguas de Cartagena, que sí tiene capacidad operativa y de gestión, para que arme un grupo que mantenga los anteriores elementos, para los que la incapacidad de las secretarías pertinentes es obvia y en algunos casos, grotesca.
Sabemos que la cambiadera de alcaldes, elegidos y encargados, ha sido nefasta para la institucionalidad, pero no perdemos la esperanza de que alguno, ojalá Pedrito Pereira, pueda hacer algo en este sentido antes de que se le acabe su periodo fugaz. La ciudad tiene que tener al menos unos servicios elementales para aminorar el estrago de las aguas.
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