Editorial


El asedio a los yates

Ha sido tema frecuente en este espacio la inseguridad insular, pero también los esfuerzos de las autoridades por cerrarles el camino a quienes cometen fechorías por tierra y por agua. A pesar de todas sus acciones siguen los atracos a embarcaciones que pernoctan en algunas aguas insulares, y últimamente, el blanco principal de los bandidos han sido los botes auxiliares, es decir los ‘dinghies’, y más concretamente sus motores. 

Los veleros o yates a motor anclados en alguna bahía no son nada si no tienen su ‘dinghy’, que les permite ir a una playa, o navegar muy cerca a las orillas para explorarlas, o ir a un sitio de poco calado a bucear, o visitarse entre sí, o desembarcar por cualquier motivo, usualmente social, en cualquiera de los muchos muelles privados que hay.

La modalidad más frecuente para robar un bote auxiliar es esperar a que llegue la madrugada, cuando todos a bordo ya están durmiendo, para arrimarse sigilosamente y cortar el cabo que ata el bote a la embarcación grande. Estando ya a cierta distancia, los ladrones quitan el motor y abandonan el bote, usualmente escondiéndolo entre manglares o intentando hundirlo.

El fin de semana pasado los tripulantes de un catamarán anclado en Cholón oyeron ruidos y lanzaron un par de luces de bengala con la doble intención de indicar una emergencia y a la vez iluminar un poco el entorno. Al sentirse descubiertos, los bandidos le hicieron un tiro al tripulante, gracias a Dios sin acertar. A los 30 minutos llegó una unidad de Guardacostas, lo que es un tiempo bueno de respuesta considerando que zarpan desde Caño Ratón, en Isla Grande, donde está la base.

Pero la realidad es que en Cholón debería haber una unidad las 24 horas, y no la hay; y no porque la Armada no quiera que la haya, o porque no sepa que debería tenerla, sino porque no tiene suficientes lanchas ni tripulaciones para poderla dejar allí. La Armada, como la Policía, en muchos aspectos trabajan ‘con las uñas’ y hacen lo mejor que pueden con una dotación escasa.

Por otro lado, hay que descubrir dónde está el centro de reventa de los motores robados y quiénes los compran enteros o como repuestos. Se necesita mucha más inteligencia para descubrir y desarticular estas redes de delincuentes.

Si siguen estos hechos se alejarán los visitantes y se destruirán muchos empleos formales de distinta índole: de tripulantes, de cuidanderos de casas insulares, de camareros de hoteles, de meseros, y de fabricación y venta de artesanías, entre muchos otros.

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