Editorial


De Calgary a Cartagena

EDITORIAL

29 de julio de 2015 12:00 AM

El problema de las basuras en los sitios públicos de Cartagena nace del mismo paradigma que origina otros comportamientos negativos, en especial el irrespeto profundo y arraigado por los bienes comunes, por algunos derechos de los demás, y por cualquiera o cualquier cosa que represente autoridad y disciplina social. En casi todo lo demás la gente cartagenera es excelente: es amable, amistosa, hospitalaria, tiene buenos sentimientos, es solidaria, trabajadora y honrada.

Ayer una autoridad del Distrito le decía a El Universal que cuando un salvavidas le indica a los bañistas cartageneros dónde no meterse al mar, es común que sea agredido verbalmente, y si insiste en hacer cumplir las normas de la playa sin la ayuda de algún miembro de la Policía Nacional, también podría ser agredido físicamente.

La propia Policía tiene que entrar a los barrios de estratos bajos en grupos numerosos si quiere ser acatada. Cualquier ciudadano insulta a los agentes del orden como si fuesen unos mequetrefes en vez de la autoridad de las calles del país. Dos agentes son muy pocos en un barrio para ordenar bajar el volumen de un picó, y en los barrios de estratos socioeconómicos más altos aún funciona la actitud del “usted no sabe quién soy yo”, aunque afortunadamente algo disminuida gracias a las grabaciones por celular, con las que quedan en evidencia estos comportamientos prepotentes que todo el país encuentra odiosos. Y como han tenido consecuencias serias para quienes incurren en esta desviación, los posibles infractores lo piensan dos veces.

Otro ejemplo de normas que sí funcionan es la de la alcoholemia, porque tiene consecuencias claras y severas, aunque también hay muchas quejas de los chantajes a los que algunos agentes del orden someten a los ciudadanos que sorprenden “caídos” y que terminan pagando un soborno para salirse del lío. Pero aún así, la norma ha sido efectiva y poca gente está dispuesta a arriesgarse a tomar alcohol y conducir.

La revista Semana Sostenible trae un artículo acerca de las 10 ciudades más limpias del mundo en el que Calgary, Canadá, es nombrada como la que encabeza la lista. ¿Qué hace Calgary para lograr semejante sitio de honor?

Pues tiene leyes duras e inequívocas y unas multas apabullantes. Dice la nota de Semana Sostenible que “...en la ciudad canadiense se cobran 1.000 dólares por dejar caer colillas de cigarrillos o lanzar basura por la ventana del automóvil, mientras que tirar un chicle o dejar sucio un baño público es penado con una suma de 100 dólares”.

Nadie duda de que la buena educación es indispensable para una convivencia civilizada, pero ayudan mucho “estímulos” como las multas, ya que aun en los países más educados y pujantes hay -y siempre habrá- personas con mal talante,  aunque allá sean una minoría.

Las multas no son la única solución, pero cuando detrás tienen reglas claras y no hay excepciones para imponerlas, la gente las comienza a respetar, o al menos a temerlas, dado el desmedro para el bolsillo del infractor.

Cartagena y Colombia tienen mucho que aprender de Calgary.

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