Editorial


Colas de langosta de USD 1,4 millones

En Colombia tenemos muchas normas de distinto orden que no solo no se cumplen, sino que se violan a la vista de todos, desde las de tránsito hasta las de los máximos decibeles que se pueden emitir en diferentes lugares. Es común ver autos aparcados debajo de un aviso de prohibido parquear, y también se les ve en la playa a pesar de que quienes los ayudan a poner allí saben perfectamente que está prohibido, como también lo saben los conductores.

Pero como no hay una multa ni una reprimenda por la mayoría de las infracciones, no solo no dejan de cometerse, sino que aumentan en cantidad y en cinismo.
Usualmente las normas violadas que más llaman la atención son las que atentan contra la movilidad y contra la convivencia, pero hay otras que parecen más sutiles por el ambiente elegante que las envuelve, aunque pueden ser brutales.

En el país hay una medida mínima permitida para pescar langostas, y sin embargo, en los mejores restaurantes y en las obras maestras de los mejores chefs se usan colas de langostas juveniles que no hay ni que medir para saber que son irreglamentarias, pero no pasa nada porque no hay control donde las pescan, no hay control donde las venden a los restaurantes y amas de casa, y no hay control en los lugares públicos donde se las comen. Ni tampoco las repudian los clientes, como deberían hacerlo.

Lo ideal sería que ningún restaurante respetable, como son la enorme mayoría, comprara estas colas, y que de hacerlo, ningún comensal las aceptara. En términos internacionales, utilizar langostas juveniles tan pequeñas podría ocasionar el mismo rechazo que ha recibido, por ejemplo, el maltrato a los caballos cocheros.

El diario Miami Herald de ayer llevaba la noticia de un pescador furtivo que lanzaba nasas en el cayo Fiesta, al sur de Miami, y llenaba talegas enteras con las colas de las langostas que capturaba. Un ayudante del Shérif del Condado de Monroe, quien patrullaba a las 4 de la mañana, vio al pescador operando y lanzando los sacos a la playa, y descubrió en ellos las que resultaron ser 267 colas de langosta, de las cuales 246 eran de talla más pequeña de la que permite pescar la ley.

Nos queda la curiosidad de lo que ocurre con la pesca de los barcos palangreros que operan en aguas colombianas, de los cuales no se publica ninguna información regularmente, o al menos, no se divulga en los medios de manera espontánea, como deberían hacer las autoridades que la regulan. Es inaudito que el Gobierno de Colombia regale los recursos pesqueros del país de una manera tan vergonzosa sin ejercer una vigilancia estrecha y con credibilidad.

En cuanto al pescador furtivo de langostas en Cayo Fiesta, no solo fue encarcelado, sino que le fue puesta una fianza de 1,4 millones de dólares al descubrir el juez que tenía dos antecedentes por la misma irregularidad.

Si aquí las infracciones tuviesen consecuencias tan severas como las anteriores, no hay duda de que también se reducirían.

 


 

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