Una nota de fondo en The Economist (TE), la revista inglesa especializada, analiza el desprestigio del capitalismo en la última década por alejarse de las condiciones que lo hacen provechoso para toda la población, y no solo para unas pocas empresas e individuos.
“La sensación de que el sistema está sesgado para beneficiar a los propietarios del capital a costa de los trabajadores, es profunda”, dice la revista, que menciona que una encuesta en 2016 encontró que más de la mitad de los jóvenes de Estados Unidos ya no apoyan al capitalismo.
Este dato es casi increíble para cualquier observador desprevenido, que podría suponer que el capitalismo no tiene retos serios dentro de los Estados Unidos, aunque las recientes elecciones de “mitaca” en ese país, en las que muchas mujeres de minorías pobres y marginadas ganaron puestos electorales cruciales y numerosos, le dan la razón a las aseveraciones de TE.
La publicación sugiere que el capitalismo requiere una “revolución” para volverlo por sus fueros, que incluye servirle a todos los habitantes al acabar las prácticas monopolísticas de muchas empresas, para así abaratar bienes y servicios. Si esto lo dijera cualquier otro medio sería considerado una herejía, pero TE es de la entraña misma del capitalismo y hay que pararle bolas.
Desde 1997, la concentración en el mercado ha subido en dos tercios de las industrias estadounidenses, y una décima parte de la economía está constituida por industrias entre las que cuatro firmas controlan más de dos tercios del mercado. Asegura la revista que la tendencia es igual en Europa, aunque “menos extrema”. TE calcula que el conjunto mundial de “utilidades anormales” es de 660 billones de dólares, y más de dos terceras partes de estas son generadas en los Estados Unidos, y una tercera parte de esta última cantidad, por las firmas de tecnología. Y algunas de las industrias de la “vieja economía”, con precios altos y enormes utilidades, se esconden bajo la superficie del comercio: tarjetas de crédito, la distribución de productos farmacéuticos, las aerolíneas en Estados Unidos, las firmas de TV por cable, entre muchos otros sectores.
Winston Churchill dijo en 1947 que la democracia es la peor forma de gobierno, salvo todas las demás formas que han sido probadas, expresión que se podría aplicar también al capitalismo, que sigue siendo el mejor sistema pese a sus fallas.
Aunque mucho depende de fuerzas externas al país, es un buen momento para que el Gobierno de Colombia analice cómo mejorar el capitalismo colombiano, ya que en todas partes hay que renovarlo con más competencia y con menos barreras de entrada para las nuevas compañías, de manera que cumpla con la función social y redistributiva que debería tener.
Cada vez más en la economía mundial unos grupos se tragan a otros, como por ejemplo, en el transporte marítimo. Sin nuevas regulaciones, unas pocas compañías podrán imponer sus reglas en desmedro de la democracia.
El presidente Duque ha demostrado respetar a los tecnócratas y estos deberían diseñar reglas de juego para que el capitalismo en Colombia sea capaz de responderle mejor a la población, para lograr la equidad que él dice ser el objetivo de su gobierno.
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