Ningún pueblo y quizá ninguna ciudad del Caribe, está preparada en verdad para recoger animales muertos del tamaño de burros, caballos y reses.
Dos caballos atropellados y muertos por una volqueta en la carretera recién pavimentada por la gobernación, entre Bayunca y la Vía del Mar, son un caso típico de lo que le ocurre a estos y a muchos otros animales en nuestro medio.
En primer lugar, nada tenían que hacer dos caballos en una carretera donde circulan vehículos automotores, especialmente volquetas enormes cargadas con material que van desde las canteras de la Cordialidad y de las lomas de Turbaco hasta las distintas obras de la Zona Norte. El ganado caballar, vacuno, ovino, caprino y demás nada tiene que hacer en una vía pública, porque no solo están en peligro los ejemplares, sino que ponen en peligro a los conductores de vehículos que podrían estrellarse con ellos, especialmente los más pequeños.
Una costumbre local peligrosa y hasta perversa es que apenas se acaba el pasto veranero en algunas fincas, sus propietarios recurren a “potrero largo”, como les dicen a las carreteras, para soltar sus animales allí a comerse el pasto a lado y lado del asfalto o afirmado. Potrero largo es el último recurso de las fincas más pequeñas cuando arrecia la sequía.
Otras veces, son los propios animales los que, desesperados por el hambre, rompen las cercas que los confinan, aunque para poderlo hacer estas tienen que estar en mal estado, lo que nuevamente es responsabilidad del dueño, aunque sea por omisión.
Ningún pueblo y quizá ninguna ciudad del caribe, está preparada en verdad para recoger animales muertos del tamaño de burros, caballos y reses. La costumbre cuando uno de estos muere es que el aseo lo hagan los gallinazos, que aunque se demoran bastante y dan un espectáculo repulsivo en medio del hedor de los cadáveres que se comen, hacen un buen trabajo de limpieza y lo hacen gratis. Su consorcio, por supuesto, no cobra nada.
Sin estas aves tan útiles, pero tan odiadas e incomprendidas, muchos poblados pequeños y medianos estarían en apuros sanitarios mayores al morirse cualquier animal, hecho frecuente en el medio rural, en donde es inmensamente mayor la proporción de animales domesticados y salvajes con respecto a la población humana, caso contrario al de las urbes.
A pesar de los paradigmas rurales de antaño, el país, incluyendo la Costa Caribe, se urbaniza a gran velocidad, no solo de hecho, sino en actitud y hay mucho menor tolerancia hacia la indiferencia con los animales, vivos o muertos. La sensibilidad del país rural y urbano cambio con la mayor educación de hoy, además de las comunicaciones instantáneas que permiten los celulares y las redes sociales.
Los consorcios de aseo harían bien en proveerse de los equipos capaces de recoger estos animales muertos en las goteras de la ciudad, y a veces dentro de ella, como ocurrió con un caballo cochero fallecido recientemente en una calle céntrica de Cartagena, y los municipios deberían prever la forma legal de pagar por este servicio que ya es indispensable en la que es, de hecho, el área metropolitana de Cartagena, bastante extensa por cierto.
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