Columna


Y los pulgares

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

01 de agosto de 2009 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

01 de agosto de 2009 12:00 AM

Habíamos pensado que el uso de los pulgares era menos frecuente. Comenzamos su utilización cuando jugábamos con bolitas de cristal. La puntería y la precisión dependían en mucho de un pulgar bien tensionado, y del tino para impactar. Abundaban jaculatorias previas a cualquier jugada en simpática jeringonza. “A la repechá es cabe”. “Por lo que coja cabe y hoyo” y un sincero “Todo pá mí, nada pá ti”, que todavía identifica nuestra civilizada sociedad. Con los años el pulgar se hizo definitivo para escribir a mano, para leer un libro, para tocar cualquier ritmo, para agarrar, para todo, pero no nos damos cuenta de ello sino cuando lo tenemos lastimado. Se asocia pulgar con pulga pero no es así. Quienes tienen relación más cercana con pulgas y piojos son los cascos de mototaxistas, cuyo uso se impone a quienes recurren a ese servicio. Los pulgares tuvieron preeminencia social y reconocida importancia en las antiguas disputas: los atenienses se los cortaron a los eginetas para quitarles su superioridad en el arte de la marina. Después de una batalla naval, alguien que por su crueldad parece de las Farc, mandó cortar los pulgares a sus enemigos vencidos, para privarles de todo medio de combatir y de remar. Dicen los médicos que los pulgares son los dedos maestros de la mano. Son una de las diferencias esenciales que tenemos con los simios. En la Roma imperial mucho significaba levantar los pulgares en el Circo. Tradición que persiste como señal de aprobación a un buen desempeño. En cambio, según Juvenal en sus Sátiras, “bajar el pulgar era la orden de matar a gusto que impartía el populacho”. Pulgar viene de dedo gordo. Se lo define por oponerse a los otros dedos de la mano y es decisivo para agarrar. En los cuentos infantiles se le da señalada importancia al pulgar. Cuando el inocente meñique se encontró un huevo, cada uno de los demás dedos aportaba algo para que el “pícaro gordo” se lo comiese. Nunca hemos visto un pianista sin pulgares. Es más fácil encontrar un cátcher de béisbol zurdo. Tenemos de primero en el ranking de los dedos al índice. Es importante para pedir permiso, señalar o para negar cuando se le mueve hacia los lados. Ahora se abusa de él en el clic de las computadoras. El índice oprime los gatillos así como el pulgar apretaba las espadas, pero también es el delator que señala, el que acusa, ahora que hay tantos sapos sospechosos que solo inspiran credibilidad a algunos jueces. El dedo mayor es el monumento a la rebeldía. Con él expresamos nuestra oposición a una actitud, o una persona. Ese vigoroso gesto de protesta que tanta satisfacción nos produce, es la legítima expresión de rechazo: hacer pistola. El anular de las vanidades y compromisos, que tantos enredos ha traído. El meñique que aparenta indefensión, ha sido devaluado por unos “faltos”. Ese ridículo dedo parado que algunos creen les confiere elegancia, categoría, y aristocrática estirpe. El humilde y antiestético pulgar hace su trabajo, agarra, aprieta, impulsa, sostiene. Pero es independiente, poco amigo de condumios. Está aparte, y es firme. Su concurso es decisivo para volver la mano puño. Hasta en eso se le da más importancia a los nudillos porque con ellos se golpea, pero la fuerza la hace otro. Cuánta pulgaridad. *Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario augustobeltran@yahoo.com

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