Columna


Suicidios por honor o por vergüenza

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

06 de junio de 2009 12:00 AM

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

06 de junio de 2009 12:00 AM

El 23 de mayo, Roh Moo-hyun, ex presidente de Corea del Sur, se suicidó lanzándose por un acantilado. Al día siguiente su mujer debía ir a un juzgado para responder por los cargos de recibir coimas a cambio de adjudicar unos contratos, durante el quinquenio 2003-2008, en que su marido ejerció el poder. El 24 de mayo, Jacques Bouille, ex alcalde del municipio francés de Saint-Cyprien, se ahorcó en la cárcel, en donde estaba preso por corrupción administrativa. La historia de la humanidad, así como los mitos, traen una muchedumbre de ejemplos en el que el suicidio se ve como una salida honrosa a una encrucijada política o a una derrota militar. Es famoso en la literatura el suicidio de Ayax al no haber logrado la obtención de la armadura de Aquiles. En clave histórica, Demóstenes se envenenó en el templo de Poseidón para evitar ser apresado por las tropas de Antipatro; Aníbal, exiliado en Bitinia, se tomó un veneno, que ocultaba en un anillo, para no caer en manos de los romanos. Muchos militares romanos al ser derrotados se suicidaban por vergüenza. Marco Antonio, el hombre que sucedió a Julio César, tanto en el poder como en los favores de Cleopatra, se suicidó, arrojándose sobre su propia espada, en la creencia errónea de que ésta se había suicidado, y la egipcia al saberlo procedió a hacerlo, poniéndose una serpiente venenosa en el seno. Hitler, al verse cercado por los rusos en Berlín, en 1945, se disparó un tiro en la sien. Centenares de oficiales alemanes y japoneses se suicidaron tras la derrota de sus países en la II Guerra Mundial, en lo que se llamó un shock de desencanto. En Cuba, Eduardo “Eddie” Chibás, líder político cuyo lema era: “Vergüenza contra dinero”, en 1951, dijo por la radio: “Pueblo de Cuba, este es mi último aldabonazo contra la corrupción”, y se pego un tiro en el abdomen. Otros casos emblemáticos fueron los de los funcionarios castristas Haydee Santamaría y Oswaldo Dorticós. El suicidio a través de la historia ha tenido diferentes visiones, según la ideología dominante y los hábitos culturales. En la época de esplendor de la civilización griega, el suicidio no era visto como un acto desesperado sino como una decisión razonada a la que llegaba una persona después de sopesar los pros y los contras de su situación vital. Los filósofos estoicos decían, refiriéndose a la vida, que “Si una casa se está incendiando tienes que salir de ella”, pero también afirmaban que si te quejas a toda hora y sigues viviendo eres un farsante, pues según ellos las opciones se reducían a dos: o aceptas la vida tal como te tocó o te vas de este mundo. Arthur Koestler, uno de los grandes intelectuales del siglo XX, quien era apologista del suicidio, decía que cuando el ser humano siente que vive en un fracaso moral irremediable debe abdicar de la vida. Pero este tema es complicado, al punto de que Albert Camus decía: “Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”, y Ortega y Gasset afirmaba: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Tal vez por eso, algunos soldados, tras una derrota militar, y algunos funcionarios públicos tras un traspié que compromete su patrimonio moral, prefieren suicidarse, que arrastrar el estigma del deshonor. menrodster@gmail.com

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