Nos referimos al despertar de conciencia desatado en el mundo para conjurar los daños del crecimiento y el desarrollo irresponsable, cuyas consecuencias catastróficas saltan a la vista. Aquí la sequía de El Niño es implacable, y en otros lugares son las inundaciones o heladas; cuando en un lado se pierden las cosechas, en otro la gente muere de hambre. En medio está el debate de si utilizar la producción agrícola para comida o para energía. Hay tres grandes axiomas del futuro desarrollo del planeta: sostenibilidad ambiental, soberanía alimentaria y seguridad energética, que mueven las políticas públicas para el sector agropecuario. Son tendencias que nuestros futuros gobernantes no pueden soslayar, para no profundizar las brechas con los países desarrollados y agravar nuestras grietas internas entre campo y ciudad. En el mundo nos estamos quedando sin dónde vivir. La sostenibilidad ambiental se enfrenta a la búsqueda desesperada del “desarrollo sostenible y sustentable”. La seguridad alimentaria es y seguirá siendo una preocupación neurálgica en un mundo que llegará a la vuelta de unas pocas décadas a 9 mil millones de almas (de aquí a 2050, hoy estamos en 6.500 millones). Son millones de demandantes de alimentos que se suman a la despauperización y urbanización en muchas partes del mundo, particularmente en China, India y los países petroleros –Arabia Saudita y Rusia. Y luego está el cómo nos movilizaremos y cómo moveremos el aparato productivo. Acostumbrados a como estamos, gracias al señor Ford, el agotamiento irreversible del petróleo genera una nueva revolución en la producción mundial: los agrocombustibles, los cuales adquirieron una dinámica inusitada en las economías industrializadas, devolviéndole al campo el lugar de privilegio que ocupó durante la era preindustrial. Este panorama complejo causa mutaciones radicales en el planeta que, como las corrientes de agua, hay que ir con ellas y no contra ellas: los cambios en la geografía de producción y comercialización agroalimentaria; las nuevas reglas de juego ambientales, económicas, sanitarias, fitosanitarias y de competitividad para distribuir y comercializar los bienes primarios; el ascenso de una demanda exigente y selectiva; y las limitaciones fuertes en la oferta alimentaria. Afortunadamente la sostenibilidad de las tres grandes dimensiones del desarrollo descansa en los países emergentes y en desarrollo –en particular los del trópico–. América Latina y el Caribe tienen condiciones privilegiadas gracias a su oferta ambiental: tierras arables, agua, luminosidad, clima, mano de obra y políticas de ciencia y tecnología en desarrollo. Pueden producir alimentos y forrajes todo el año, en tanto que los países fuera de los trópicos –de Cáncer o de Capricornio–, están limitados por las estaciones. Para nuestra fortuna, Colombia es tropical. La tarea de nuestros gobernantes nuevos será habilitar esas ventajas con política económica, aislándola de la retórica peyorativa que rodea al desarrollo rural, para que el país entero, campo y ciudad, se beneficie. *Presidente ejecutivo de FEDEGÁN. jflafaurie@yahoo.com
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