Columna


Lucro Cesante (2): Playas de Cartagena

JORGE ENRIQUE RUMIÉ

04 de junio de 2009 12:00 AM

JORGE RUMIÉ

04 de junio de 2009 12:00 AM

Comentaba hace poco en este mismo espacio que “uno de los síntomas mayores de la pobreza histórica en Cartagena no es la falta de activos productivos que podamos usar en la ciudad. Por el contrario, los tenemos y no los explotamos, lo que representa una paradoja escalofriante de lucro cesante mezclado con una ironía que raya en lo insensato”. Y escribía en su momento sobre el potencial inexplotado de “El Laguito” (me refiero al cuerpo de agua), el cual se encuentra abandonado a su suerte desde hace años; lo que resulta increíble, pues usando un poco la imaginación –adobada con proactivismo– es fácil lograr su explotación. Para avanzar en la lista, traigo ahora al “banquillo” a las playas de Cartagena. Nuestras aguas caribeñas son, sin discusión alguna, epicentro del esparcimiento local y fuente invaluable de aprovechamiento para la industria turística. Recordemos que el turismo es uno de los sectores económicos que más empleo propicia, y además ofrece uno de los mayores eslabonamientos con otros sectores productivos, como el comercio, la industria, los puertos, el agro, la construcción y los servicios generales. Como “El Laguito”, las playas son un regalo de la naturaleza que debemos cuidar y organizar para el bien de todos. Por lo tanto, ya es hora de entender que no podemos continuar administrándolas con el mismo criterio de los años 60, cuando teníamos 200.000 habitantes y 10 turistas dispersos bañándose frente al hotel Caribe. Porque hoy somos más de un millón de personas, el turismo crece exponencialmente y tenemos una concentración urbana más abarrotada que cualquier enjambre de abejas. A la Heroica no puede pasarle en grande lo que terminó pasándole en pequeño a Bocachica (quedó abandonada a suerte desde hace años, por falta de organización y criterio comercial), dado que estaríamos dilapidando –en medio de nuestra pobreza- el potencial enorme que ofrece el litoral. Un caso patético son las playas de Barú, las que definiría como uno de los ejemplos mayores de lucro cesante y desperdicio inmerso exactamente entre 3 corregimientos que viven en las mismas condiciones de miseria que cualquiera de las poblaciones más paupérrimas del continente africano. Lo que es verdad. Para cualquiera que se tome una fotografía en Ararca o en Santa Ana, bien podría decir, tranquilamente, que estuvo de viaje por Kenia o Camerún, y cualquiera le creería. Pero lo que más duele es que todo ello sucede en medio de unas de las playas blancas más hermosas del Caribe. Las mismas que, bajo otras condiciones de organización empresarial y manejo gubernamental, estarían produciendo una fortuna descomunal (ya se pueden imaginar el empleo) para la ciudad y los nativos de la isla. Amigos, cambiemos de actitud y miremos la ciudad con ojos de abundancia, que bastante riqueza inexplotada tenemos. Porque si alguno de nosotros visitara a Cancún (donde existen 100 hoteles 5 estrellas), en México, estoy seguro de que cualquiera gritaría perplejo: “¡Dios mío!, si sus playas son iguales a las de Barú. ¿Por qué no podemos construir algo parecido?” Y lo irónico de todo es que Cancún tiene las playas blancas de Barú, pero no tiene la leyenda de Cartagena. Entonces, señores, ¿será que somos tan pobres? jorgerumie@gmail.com

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