En menos de tres meses el Presidente de la República entregará el mando y todo parece indicar que no serán los días monótonos y sosegados del final de la tarea. Por el contrario, muy a tono con la personalidad del Presidente, prometen ser agitados y turbulentos. No sé si será una coincidencia, o el resultado de la derrota del referéndum, pero parece como si ahora, repentinamente, todo le saliera mal. En estas últimas semanas ha revivido o cobrado enorme fuerza la investigación por las chuzadas del DAS, hasta el punto de que un funcionario de esta institución, testigo clave de la Fiscalía, ha declarado tener las pruebas de la intervención de altos funcionarios del Gobierno en este episodio de espionaje a políticos, magistrados y periodistas. Por otra parte, la Fiscalía ha llamado a juicio al embajador en Roma, y ex ministro del interior, Doctor Sabas Pretelt, bajo la acusación de haber participado en la compra del voto de la ex parlamentaria Yidis Medina, que hizo posible la primera reelección del doctor Uribe. Y por si esto fuera poco, su candidato a sucederlo, el doctor Juan Manuel Santos, seguro ganador hasta hace poco más de un mes, se encuentra en serios problemas ante los avances del doctor Mockus. Otras circunstancias podrían hacer de este tiempo final, tras ocho años en el poder, momento de enormes dificultades y amarguras para el Presidente, pese a su gran popularidad. La crisis del capitalismo, cuyo último round se vive con particular intensidad en los predios de la Unión Europea, podría tener consecuencias imprevisibles para los países latinoamericanos. Una contracción severa de las economías europeas, principalmente de la española, afectaría sin duda las exportaciones colombianas y el flujo de capitales. Los índices de desempleo y de empleo informal son tan altos y abarcan una porción tan significativa de la población que un impacto negativo de la crisis europea no hará cosa distinta a agravar aún más el cuadro de por sí grave de nuestra situación laboral. La violencia amenaza, además, con destruir su legado más importante: los avances logrados en seguridad. El horror de los falsos positivos, así el Presidente no hubiera intervenido, cuelga como espada de Damocles sobre el prestigio internacional de su gobierno e involucra a altos funcionarios, al menos en su responsabilidad política, en un crimen de lesa humanidad, como pocos se han visto en Latinoamérica. Agréguese a lo anterior la inseguridad creciente en las ciudades, convertidas en escenarios de crímenes diarios, de robos violentos contra los ciudadanos inermes y de enfrentamientos armados entre las bandas criminales. La mayoría de los cartageneros recuerda con nostalgia los tiempos en que podían sentarse en la puerta de sus casas a tomar el fresco. Hoy, en muchos barrios de la ciudad, el miedo los obliga a encerrarse una vez oscurece. Prefiero no hablar de la corrupción y sus últimos escándalos, de los cuales el más sonado ha sido el de Agro Ingreso Seguro, ni del lamentable fracaso de la reforma de salud, que amenazó con poner al país en contra de su gobierno. Triste panorama para los días finales de un presidente de tan alta popularidad. Y graves antecedentes para un candidato que, al proclamarse heredero legítimo del trono, carga también con el peso de tantos errores y fracasos recientes. *Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena. alfonsomunera55@hotmail.com
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