“Allá abajo, en el hueco, en el boquete, nacen flores por ramilletes” – repite el coro que une a los reggaetoneros de Calle 13 con el hoy ministro de turismo panameño, Rubén Blades. La canción, dedicada a los barrios de Puerto Rico, es un homenaje a “La perla”, el Getsemaní de San Juan. Más que eso, es una reivindicación del barrio popular -“barrio eterno”, “barrio universal”, de las raíces y la dignidad de sus gentes, cuyos valores se resaltan en enfático contrapunteo con la creciente estigmatización de la pobreza. “Residente”, “Visitante” y los invitados a la celebración que recrea el video, se unen en un llamado al Caribe todo, que toca también a los que crecimos en barrios tradicionales cartageneros; esos donde viven los “de los sueldos bajitos” y donde, a pesar de la agobiante inseguridad, siguen en la pelea mujeres y “hombres buenos”. Así, la canción intenta revivir el sueño de justicia social y panamericanismo defendido por la revolución musical que acogió a Blades unas tres décadas atrás, durante el clímax de la salsa. No es de sorprender que tal utopía venga en empaque reggaetonero, pues como en todos nuestros ritmos populares, en este engendro puertorriqueño reina la tensión entre artistas y mercado. Si bien, por un lado, ésta termina por reducir la creatividad barrial a paquetes de rebeldía barata para el consumo fácil de la vulgaridad y la fantochería, por el otro, sigue ofreciendo “perlas” en las que brilla no sólo el ingenio y la irreverencia sino la conciencia del papel del artista como promotor de cambio social y productor de identidades. De esos artistas también tenemos muchos en Cartagena, cuyas nuevas generaciones siguen honrando en sus raíces las corrientes sonoras y verbales de ancestrales resistencias. Utópico, sí, puede parecernos hoy este llamado al orgullo del pobre decente, en una época que ha probado hasta la saciedad la triste profecía que Blades mismo intentó conjurar advirtiéndonos del plástico, sus “edificios cancerosos”, sus “rostros de poliéster que escuchan sin oír y miran sin ver”, y sus corazones “de oropel”. En “Plástico”, Blades anunciaba la muerte de una rebeldía que se inmoló ante la promesa del capital, y la imposición del arribismo consumista, de “gente que vendió por comodidad su razón de ser y su libertad”, aún hoy convencida, en activa negación del precio que estamos pagando como humanidad, de que hallará su redención en el individualismo que nos aplasta. Ante la hecatombe de los proyectos de unidad y resistencia social, las voces de “La perla” apelan a valores como la fraternidad –“hijos de muchas madres pero todos hermanos”, el orgullo de lo propio y la defensa de la unicidad, en una formulación de la identidad que no compite con la hermandad: “Si te perdiste, hermano, encuéntrate a ti mismo”. Los artistas defienden también una sana forma de rebeldía, un “respeto al carácter” que en nada se parece a la irreverencia sin fondo de la obscenidad o la violencia. Para esos que creen que ser rebelde es hacer lo que “a uno le da la gana”, ostentar o alardear, y para los que perdieron la esperanza en un cambio, “La perla” es una invitación a reinventarnos, desde abajo, la resistencia. Los artistas nos recuerdan que los verdaderos desafíos hoy, son los de pensar y crear, por uno mismo, y para el beneficio de muchos más. *PhD y profesora de literatura nadia.celis@gmail.com
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