El filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, conocido en lengua española por su excelente libro de conversaciones con el humanista George Steiner, ha llamado la atención sobre el lugar arrinconado en el cual se amontonan los intelectuales frente al poder del mercado en este inicio de siglo. Como ha sido usual en las recientes semanas, las reflexiones sobre la función de ese sujeto conocido como intelectual, han tenido de motivo la rememoración del ensayo. Las dos culturas del científico y novelista británico C. P. Snow. Allí planteó el problema de la incomunicación entre las ciencias y las humanidades y su efecto negativo en la superación de las dificultades del planeta. Sin embargo, lo interesante de la perspectiva de Jahanbegloo es mostrar cómo se desplazó la oposición entre intelectual y científico, o su incomunicación, al abismo entre los intelectuales y la política que parece caracterizar lo que corre del siglo XXI. Es probable que sea indispensable revisar el entendimiento de los términos intelectuales y política en la actualidad. Más allá de las probables conceptualizaciones se ha acuñado un hacer o un no-hacer que define esas prácticas. Una innegable génesis para meditar el asunto podría encontrarse en el caso Dreyfus donde el enfrentamiento entre Émile Zola y el poder gubernamental fue público. Ello implica a las sociedades de occidente y su sistema de valores. Nada más aleccionador que una líneas de la carta de Zola al presidente: “Yo sólo soy un poeta, un narrador solitario que cumple su tarea en un rincón, entregado en cuerpo y alma a su actividad. He comprendido que un buen ciudadano ha de limitarse a aportar a su país el trabajo que realiza con menos torpeza; por eso me encierro yo entre mis libros. Y ahora me enfrasco de nuevo en ellos, pues la misión que yo mismo me encomendé ha tocado ya a su fin. Desempeñé siempre mi papel con la máxima honestidad, y ahora regreso definitivamente al silencio.” Se pueden conjeturar distinciones para acercarse a la oposición entre los intelectuales, desganada por parte de éstos, y la política. Tal vez la primera sea que hoy América Latina requiere examinar el punto liberada de las concepciones europeas. No por soberbia sino porque la historia ha roturado senderos propios que de no estudiarse harán incomprensible nuestra realidad. Desde la tradicional aceptación del intelectual como el ilustrado a quien por su saber se le podía confiar el gobierno y el posterior enfrentamiento con el dictador, bestia de la barbarie, es mucho el trayecto de transformación. Rómulo Gallegos y Mario Vargas Llosa, Miguel Antonio Caro, Marco Fidel Suárez y Belisario Betancur, Luis Alberto Sánchez y Juan Bosch. El novelista López Michelsen. Después, otra vez, las armas y su aliento romántico. ¿Cuántos intelectuales argentinos se sacrificaron en ese enfrentamiento? ¿Y chilenos y colombianos? Y el casi olvidado Regis Debray y su participación en Bolivia. Esto requiere un examen. El apego al marxismo, ciencia de la búsqueda del paraíso y su crisis total. La defensa de las formas que se prolonga en el cacareo de democracia concebida en abstracción y celebrada como valor en sí. Pero, qué mala maldad, el espacio se acaba y quiero dejar una flor en memoria de Silvia Galvis cuya muerte aumentó mis incertidumbres. *Escritor rburgosc@postofficecowboys.com
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