Columna


Felices Pascuas

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

04 de abril de 2010 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

04 de abril de 2010 12:00 AM

“Oh Señor, en desagravio y en agradecimiento de todo lo que has sufrido por nosotros, quiero gritar con cada átomo de mi ser y en cada segundo de mi existencia que Tú eres Rey y que yo quiero que mi vida se consuma y se desgaste para propagar el reino de tu amor”*. Después de acompañar a Jesús por su pasión bendita ocasionada por nuestros pecados, podemos gozar con Él la gloria de la resurrección. Bien decía San Pablo: “Si Jesús no hubiera resucitado vana sería nuestra fe”. La desobediencia de Adán y Eva nos habían dejado por herencia la esclavitud del pecado en nuestra carne y la obediencia suprema de Jesús, permitiendo cumplir la santa voluntad de Dios, hasta las últimas consecuencias de la cruz, nos rescató devolviéndonos la libertad y la plenitud. Celebramos el más grande triunfo de amor de Dios por la humanidad. El permitió que su Santísimo Hijo cargara con todas nuestras culpas y nos justificara para que pudiéramos disfrutar de la verdadera libertad y felicidad, que solo se experimenta si somos libres del pecado. Nuestra vida terrena es una lucha interior permanente entre la herencia de nuestros primeros padres y la supremacía de Cristo. Todo depende de nuestra obediencia. Si insistimos en creernos que sabemos más que Dios sobre lo que nos conviene y que podemos contravenir los mandamientos y el camino que Jesucristo nos señala, seguiremos sujetos a la esclavitud del pecado con todas sus consecuencias para nuestra vida y la de los demás. Si aceptamos a Jesús como rey de nuestra vida y vamos conociéndole, amándole y siguiéndole en cada uno de los detalles de nuestra vida, nuestra conciencia se va afinando y poco a poco va detectando lo que nos aleja de Dios y con su gracia podemos ir recuperando la libertad del pecado y percibir el gozo del resucitado en nuestros corazones. Es tarea de toda la vida. Es nuestro mayor reto cumplir nuestra misión en esta tierra, haciendo con obediencia lo que nuestro Padre celestial espere de nosotros. Que la frase de Jesús: “Lo que el Padre me ha encomendado, lo he hecho todo”*, sea nuestra inspiración para que con San Pablo podamos decir al final de nuestros días: “He cumplido bien mi carrera, ahora solo me espera el premio de los vencedores”. Que podamos sentir en nuestro interior la felicidad de la pascua, porque tenemos la certeza de que Cristo está vivo y resucitado y la firme esperanza de compartir con Él, en esta vida, a través de la oración, su Palabra, sus sacramentos, el trabajo por el bien de los demás y , después, participando con Él de la gloria eterna. Los pecados humanos puestos en evidencia en la crucifixión y muerte de Jesucristo, la avaricia, la soberbia, la inmoralidad, la injusticia, la cobardía, la dureza de corazón y tantos otros, pueden ser eliminados de nuestros corazones y de nuestras vidas si nos unimos a Jesucristo vivo y resucitado que los venció por nosotros. Con el podremos adquirir la virtud preciosa de la caridad, el amor capaz de entregar hasta el último esfuerzo y vida por el bien de los demás. “Este es el día en que actuó el Señor sea nuestra alegría y nuestro gozo”*. *P. Sálesman; Jn17, 4; Sal117 judithdepaniza@yahoo.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS