Columna


Anzuelo, cuchara y sardina

ROBERTO BURGOS CANTOR

27 de marzo de 2010 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

27 de marzo de 2010 12:00 AM

Un inolvidable periodista cartagenero, en tiempos de goletas y aviones de hélice, tuvo la impresión ya reveladora de que los hombres de la prensa escrita se enfrentarían a movimientos desmedidos de realidad. Es probable que su olfato de reportero no le diera el anuncio de que también, con los años, el oficio noble de relatar noticias, desembrujar los acontecimientos, se volvería un ejercicio de riesgo donde muchos encontrarían una muerte injusta, oprobiosa. Llamó a su columna Remolino de los hechos. Es probable que intuyó con anticipación esa veta de los periodistas norteamericanos de hacer libros sobre temas sensibles. Y escribió uno, precioso, sobre Rocky Valdez, El cóndor del ring. Invoco hoy a ese periodista y querido hombre de la radio, se acuerdan: “el sol ilumina, está como en sus mejores tardes”. Pienso en cuál será el secreto que le permitía resolver dos actos elementales y previos de quien escribe en un periódico. Uno es escoger el tema, ese fragmento de vida actual o pasada, que conecta al escritor de manera sensible y profesional con un asunto y le abre un lugar entre los lectores. Y el otro constituye uno de los instintos vuelto sabiduría de un buen boxeador: la distancia. Hallar la distancia para no ser confundido por los espejismos de la realidad o arrastrado por el vértigo vacío de esa fragmentación incesante con la cual el mal muestra su desaforada imaginación de producir daño. Esa distancia es todo un arte. Me acerqué a las reflexiones de los analistas sobre los resbalosos resultados de las elecciones pasadas. Resbalosos no es una metáfora para el jabón en barras. Es una manera de decir cómo lo provisorio puede conducir a conclusiones que el final desmiente. Y el descalabrado conteo de votos, anulaciones, quejas, protestas, acusaciones, semejaba un resbalón sin pared de contención. En ese remolino de casos donde lo principal, las elecciones y su conclusión, quién perdió y quién ganó, se desvanecía en un contexto impuesto, algunos analistas adelantaron sus percepciones. Lograron avanzar en sus reflexiones sin distraerse sobre la sindicación que cayó sobre el Registrador Nacional del Estado Civil (¿Por qué se sigue llamando así la autoridad electoral, será que votar o sufragar es un elemento del estado civil de las personas?); tampoco sobre las medianas declaraciones de éste, quién dijo que los colombianos tenemos escasa cultura política (¡vaya a saber con qué se come eso!). O la crueldad, que despertó lástima, del peruano cuentachistes nocturno sobre los escoceses y la descompostura del Registrador. O la piedra del Presidente del Consejo Electoral. Y el olor de los quemados y los chamuscados. Estos comentaristas políticos pueden clasificarse. Los afectados por la melancolía al tomar a pecho lo que consideraron una derrota. El escrito más triste y conmovedor, aunque uno no lo comparta, es el de Alfredo Molano. Detrás de él siguen mentores de Sergio Fajardo. Los optimistas que subrayan la salud del sistema por la votación de Antanas Mockus y los cinco congresistas. Los esperanzados por la lenta resurrección del partido Liberal. Los rigurosos que advierten que nada es para tanto. Los poco curiosos que no preguntan qué se hizo Carlos Gaviria (no el nuevo director de cine, sino el intelectual del Polo). *Escritor rburgosc@postofficecowboys.com

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