Columna


Álvaro de Zubiría

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

11 de abril de 2010 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

11 de abril de 2010 12:00 AM

Álvaro de Zubiría tuvo una peripecia vital distinta de la que se trazó de joven. Quiso ser médico pero la muerte repentina de su padre varió la ruta de su vocación. Fue, con un estricto sentido de la disciplina, comerciante primero e industrial después, durante los años en que por influjo de la CEPAL el Estado puso en ejecución una política proteccionista que sustituyera importaciones y fomentara la producción nacional. En la Cartagena de los años sesenta, cuando la inversión en el sector petroquímico crecía gracias a la tarea promotora de la Cámara de Comercio, Zubiría, quien la presidía, y un grupo de dirigentes que lo acompañaban –Hans Gerdts, Jorge Benedetti, Gustavo Lemaitre Donner, Hernán Piñeres, Ramón del Castillo Restrepo, Alfredo Mogollón, Rafael Espinosa Gray, Rafael Otero, Luis Sierra y Antonio Chalita– libraron la batalla para que el poder central no concentrara todos los estímulos de las decisiones oficiales en Barrancabermeja. Fue tan notable la labor de la Cámara de Comercio bajo la presidencia de Álvaro, que Donaldo Badel lo consideró el hombre adecuado para dirigir y coordinar, como alcalde de la ciudad, las obras que el ex presidente Lleras Restrepo había definido, con plata a la mano, a fin de darle vela a nuestro desarrollo turístico. Fue una época en que nos cambió el panorama en vías, servicios básicos e infraestructura en general, gracias a la lucidez del alcalde Zubiría y a las audacias de Alberto Araújo Merlano en la gerencia de las EEPPMM. Luego de haber sido alcalde, el presidente Pastrana Borrero lo designó gobernador de Bolívar y tuvo que afrontar, en medio de una controversia política feroz, la agitada huelga universitaria de 1971, aplicando un decreto de estado de sitio expedido por el Gobierno nacional para que los rectores pasaran a la mano dura, pues en varias universidades los alborotos trastornaban la normalidad académica. Pero al dirigente tomado en préstamo del sector privado le gustaba sentirse un gobernante controvertido. Era locuaz e incisivo en el corrillo y firme y riguroso en los actos. Sabía cuándo podía desafiar y cuándo replegarse. Tuvo maratones verbales con los estudiantes, pero no se entendieron. Ni el uno ni los otros estaban para términos medios. Fue entonces cuando Zubiría resolvió tomarse la fortaleza nombrando un rector enérgico, que veía la situación como una encrucijada final. Hubo decanos y profesores destituidos, estudiantes expulsados y vigilancia policial permanente, en medio de críticas muy duras de la prensa liberal del país y de los demás partidos de izquierda. El carisellazo le funcionó. La situación, a ese precio, se normalizó, y el silencio irreversible que Zubiría había guardado ante sus críticos lo rompió para descolgarse el sambenito de godo sectario con que lo atacaban: “Mi deber era cumplir un decreto firmado por seis ministros liberales, entre ellos los de Gobierno y Educación (Abelardo Forero y Luis Carlos Galán), para honrar mi juramento”. Durante sus últimos quince años viajó por el mundo y vivió como un sibarita, comiendo a gusto y libando buenos vinos, al lado de una mujer excepcional, Aída Piñeres, la única persona que hacía valer sobre Álvaro una capacidad de mando superior a la de él. *Columnista y profesor universitario carvibus@yahoo.es

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