Siempre me impresionó de “Bapu” su capacidad para movilizar a la gente en temas políticos, ciudadanos o altruistas, aún en las condiciones más adversas que uno pueda imaginar. Nunca la tuvo fácil, y para rematar era bajito, calvito, flaquito, mal vestido, menudito, maluquito, mueco, limpio como una pepa de guama, y aún así la gente le profesaba aquella devoción que solo inspiran los santos. Él se adiestró constantemente para ganarse sus batallas interiores (que por cierto son las más valiosas de la vida), con una paciencia y fuerza de voluntad prácticamente imposible de quebrantar, y usó dichas virtudes para lograr la independencia de su país. “Bapu”, que en la India significa Padre, entrenó su determinación y autocontrol como los músculos de un deportista de alto rendimiento, con esfuerzo, poniéndose a prueba con una disciplina fuera de serie. Cotidianamente ayunaba, tejía, meditaba e inclusive usó el silencio como fuerza regeneradora, absteniéndose todos los lunes de conversar, aun en las situaciones más difíciles de su vida pública o privada. Por sus logros comenzaron a reconocerlo también como “Mahatma”, que traduce “gran alma”, y su apellido viene siendo el más conocido de la India: Gandhi. Cuando joven leyó el libro de Tolstoi “El reino de Dios está dentro de ti” y quedó emocionado por las posibilidades activistas de la “no violencia”, la que terminó aplicando en su movimiento independista de la India bajo el nombre de “satyagraha”, que viene siendo la combinación mágica de dos palabras poderosas: fuerza y verdad. Con la “no violencia” y con actos simbólicos bien calculados, Gandhi tuvo la habilidad política de mostrar a los ingleses -sus colonizadores- como a unos incivilizados ante el mundo, por la represión ejercida contra los activistas. Mientras, los indios, reconocidos en su momento como personas ignorantes y paupérrimas, los admiraron por sus posturas controladas y pacifistas, producto del entrenamiento riguroso implantado por él. Un “satyagraha” memorable fue en el año de 1930, cuando Gandhi caminó 380 kilómetros en dirección a la playa, buscando el gesto simbólico de tomar un puñado de sal sin pagar el impuesto impopular cobrado por los ingleses. Antes de partir, cuando expuso la idea a sus seguidores, muchos la consideraron como “infantil”, pero en la medida en que avanzaba, la India entera y el mundo siguieron sus pasos, mientras millares se le unían a la travesía y otros adornaban los caminos, arrojándole ramas verdes a su paso. Fue glorioso cuando Gandhi llegó al mar. Aquel hombrecillo escuálido, semidesnudo, pero mítico, ya no caminaba, levitaba entre su gente, amelcochada por los ideales de una nación justa y libre. Había nacido un hombre superior. Al final, “Bapu” no hizo otra cosa que ayudar sin pedir nada a cambio. Su poder de movilización lo basó en la sinceridad de sus actuaciones; la gente creía en él. Y como manifestó algún día: “Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos”. Mahatma Gandhi escribió unas de esas frases inmortales que todos debemos ser capaces de enseñar a nuestros seres queridos, cuando sentenció: “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”. *M.A. Economía, Empresario jorgerumie@gmail.com
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